El humorista Miguel Gila sería fusilado en diciembre de 1938 tras haber sido hecho prisionero por un destacamento de tropas moras del ejército del general Franco. Milagrosamente conseguiría sobrevivir. (Haga clic sobre cualquiera de las imágenes de esta crónica para verlas ampliadas).
Por Florentino Areneros.
Durante la Guerra Civil, y una vez finalizada esta, serían decenas de miles las personas que acabarían sus días frente a un pelotón de fusilamiento. La irracionalidad desatada tras el golpe militar de julio de 1936 se cobraría un elevado tributo de sangre en ambos lados, en la gran mayoría de los casos las víctimas serían personas anónimas, cuyo único delito era pensar de manera diferente, o simplemente ser acusados de ello por sus verdugos. Las cifras exactas de aquella tremenda tragedia no se conocerán nunca, y mucho menos los nombres de todos ellos, no olvidemos que pese al tiempo pasado, incomprensiblemente todavía quedan decenas de miles de personas enterradas en cunetas y en fosas comunes, algo muy difícil de justificar y que, pese a que son muchos los que prefieren mirar para otro lado, debería invitar a una reflexión colectiva. Sin embargo, pese a la dimensión de aquella tragedia, hubo casos excepcionales donde de manera casi milagrosa algunos de los condenados lograron salvar sus vidas tras ser fusilados. Hoy les traemos a estas páginas de Sol y Moscas la apasionante historia de dos de aquellas personas que tuvieron la fortuna de poder contarlo, una es el genial humorista Miguel Gila, y la otra responde al nombre de José Lorente Guerrero, un miliciano capturado en la sierra madrileña en los primeros días de la guerra.
Miguel Gila nació en el barrio madrileño de Chamberí en 1919, su juventud quizá no fuera muy diferente a la de tantos otros jóvenes de la época. Abandonó los estudios para ponerse a trabajar de aprendiz en un taller mecánico cuando solo contaba 13 años, y con el tiempo se convertiría en un mecánico especializado. Sería en los talleres y en las fábricas donde Miguel Gila adquiriría conciencia de clase y forjaría su compromiso ideológico. Miguel Gila estaba afiliado a las JSU (Juventudes Socialistas Unificadas) y al producirse el golpe militar de julio al igual que muchos jóvenes madrileños se alistaría en el Quinto Regimiento, aunque tuvo que mentir con su edad ya que en aquel momento solamente tenía diecisiete años. Tras un corto periodo de instrucción Gila pasaría a formar parte del “Regimiento Pasionaria” y pasaría por diferentes frentes: Sigüenza, Navalcarnero, Talavera, Buitrago, Aravaca, Cuesta de las Perdices, Guadalajara, El Pardo... Así una larga lista de lugares por toda España y de intensas vivencias hasta llegar al mes de diciembre de 1938 en el frente de Extremadura, donde Miguel Gila sería capturado y “fusilado”. De toda su intensa trayectoria durante la guerra Gila nos dejó testimonio en su libro biográfico “Entonces nací yo”, un libro lleno de matices, irónico y humorístico a veces, y otras, de una intensidad y un dramatismo que ponen en el lector un nudo en la garganta. Nadie mejor que el propio Miguel Gila para narrarnos en primera persona como fue aquel episodio en el que acabaría siendo “fusilado”. A continuación reproducimos algunos párrafos del libro “Entonces nací yo” donde se recogen aquellos trágicos momentos.
Nacido en Madrid y de profesión mecánico, Miguel Gila se alistaría voluntario en las filas del ejército republicano al poco de producirse el golpe militar de julio de 1936. (Haga clic sobre la imagen para verla ampliada).
«Las informaciones no eran muy claras, pero precisamente por ello, nuestra lucha en Extremadura era también confusa y desordenada. La lluvia y el barro obstaculizaban cualquier estrategia que organizara los combates. Acosados por la artillería y sin armamento que nos diera fuerza para resistir, iniciamos una retirada hacia Pozoblanco donde habíamos tenido nuestro cuartel general. No teníamos munición para los cañones antiaéreos. Los camiones pinchaban y no nos quedaban ruedas de recambio, por lo que se hacía necesario llevarlos cargados y con el único recurso de sustituir las ruedas pinchadas con las ruedas gemelas. Los camiones, con tan sólo dos ruedas traseras, eran incapaces de soportar todo el peso.
Con grandes apuros llegamos a El Viso de los Pedroches. Ahí una de las dos ruedas traseras reventó y el camión dijo: "No va más", y se paró, apoyándose en su cojera. Intentamos inútilmente que alguno de los camiones que venían en la caravana nos prestara una rueda, pero ninguno de los camiones tenía rueda de repuesto. Abandonamos el camión y comenzamos a caminar en dirección al pueblo, la lluvia menuda, pero constante, calaba los huesos. Cuando nos dimos cuenta, los moros de la 13ª División de Yagüe nos habían cercado y nos hacían prisioneros. Para mí, la guerra había terminado, pero me faltaba pagar el precio de la derrota.
Miguel Gila solo contaba 17 años cuando se alistó y tuvo que mentir con su edad. Aunque el quiso pertenecer al 5º Regimiento para combatir junto a Lister, finalmente acabaría encuadrado en el Regimiento Pasionaria. (Haga clic sobre la imagen para verla ampliada).
Los moros nos quitaron las cazadoras o los tabardos, la manta y las botas, luego nos ordenaron sentarnos en el suelo, bajo la lluvia. Una mujer, que tendría unos treinta años, salió de una casa gritando vivas a Franco, los moros llegaron hasta ella, la metieron en la casa y sus vivas a Franco se convirtieron en gritos desgarradores. Instantes después, los moros salían satisfechos, habían violado a la mujer y llevaban en las manos gallinas, botellas de vino y algunos objetos robados con el "ábrete Sésamo" de los vencedores de batallas. Dicen, o decían, nunca supe si esto era cierto o no, que los mandos de la división del general Yagüe, cuando sus tropas tomaban un pueblo les daban veinte minutos para apropiarse del botín que encontrasen en el lugar conquistado. Ni lo puedo asegurar ni lo puedo desmentir, me limito a contar lo que oí decir. Lo de la violación lo puedo afirmar porque los moros nos ordenaron que nos levantásemos y nos encerraron en la misma casa de aquella mujer que había gritado los vivas a Franco y que, aterrorizada y con sus ropas desgarradas, lloraba sentada sobre la cama en que los moros habían abusado de ella. En el corral de la casa había un pozo, pero el agua estaba estancada y verdosa. Con tres cantimploras en la mano, me acerqué al moro que vigilaba la entrada y le rogué que me dejara salir a buscar agua. El moro sin decir ni una palabra me golpeó con la culata de su fusil en una cadera. Fue un golpe dado con saña, que me produjo un dolor tremendo. Desistí de mi petición y volví de nuevo al corral de la casa. A los pocos instantes de haber recibido el golpe en el costado me brotó un hematoma de un color morado. Recordé la gangrena que había causado la muerte de mi padre por un golpe en el mismo lugar donde el moro me había golpeado y pensé que, tal vez, mi muerte iba a ser igual a la suya. Pensaba si el destino no me habría buscado la misma forma y la misma edad para morir. No le tenía miedo a la muerte. Estaba tan agotado, tan devorado por los piojos, por el hambre, el frío, el cansancio y la sed, que morir podía ser una liberación.
Como la sed iba en aumento no tuvimos otra opción que beber agua del pozo, nos quitamos los cinturones, los unimos uno con otro y conseguimos que la cantimplora llegara hasta el fondo. Bebimos el agua y a los pocos minutos nos retorcíamos de dolores en el estómago. El dolor nos duró tan sólo un par de horas. Cuando estaba por anochecer, los moros nos sacaron de la casa y nos empujaron hasta un descampado a las afueras del pueblo. Ya nos habían despojado de la ropa de abrigo.»
En la fotografía podemos ver un grupo de prisioneros en un camión, custodiados por soldados moros del ejercito franquista. (Haga clic sobre la imagen para verla ampliada).
«Nos fusilaron al anochecer, nos fusilaron mal.
El piquete de ejecución lo componían un grupo de moros con el estómago lleno de vino, la boca llena de gritos de júbilo y carcajadas, las manos apretando el cuello de las gallinas robadas con el ya mencionado "ábrete Sésamo" de los vencedores de batallas. El frío y la lluvia calaba los huesos. Y allí mismo, delante de un pequeño terraplén y sin la formalidad de un fusilamiento, sin esa voz de mando que grita: "¡Apunten! ¡Fuego!", apretaron el gatillo de sus fusiles y caímos unos sobre otros. Catorce saltos grotescos en aquel frío atardecer del mes de diciembre. Las gallinas tuvieron poco tiempo para respirar, el que emplearon los del piquete de ejecución en apretar sus gatillos. Y sobre la tierra empapada por la lluvia nuestros cuerpos agotados de luchar día a día.
Catorce madres esperando el regreso de catorce hijos. No hubo tiro de gracia. Por mi cara corría la sangre de aquellos hombres jóvenes, ya con el miedo y el cansancio absorbidos por la muerte. Por las manos de los moros corría la sangre de las gallinas que acababan de degollar. Hasta mis oídos llegaban las carcajadas de los verdugos mezcladas con el gemido apagado de uno de los hombres abatidos. Ellos, los verdugos, bañaban su garganta con vino, la mía estaba seca por el terror. No puedo calcular el tiempo que permanecí inmóvil. Los moros, después de asar y comerse las gallinas, se fueron. Estaba amaneciendo.
La muerte en las guerras tiene mucho trabajo. La muerte en las guerras nunca tiene prisa. Se lleva a unos y deja a otros para más adelante. Me dejó a mí y dejó al cabo Villegas. De mí no se llevó nada, del cabo Villegas se llevó una pierna, la izquierda. Sangraba abundantemente, me arranqué una manga de la camisa y le hice con ella un torniquete a la altura del muslo.
Me fue difícil cruzar el río, sucio y revuelto por las lluvias. Lo crucé con mi carga al hombro. El cabo Villegas no pesaba mucho y yo, con mis veinte años, era un muchacho fuerte, pero el terror del fusilamiento había aflojado mis piernas. Al otro lado del río quedaba un paisaje gris de llovizna, con sabor amargo de guerra y doce hombres jóvenes con la vida quebrada en el sueño de alcanzar el final de esa guerra, no importa si como vencedores o vencidos.
El llanto por aquellos hombres jóvenes brotaría más tarde, cuando la espera de doce madres se hiciera dolor por la noticia. La muerte de las gallinas sólo se haría maldición en la boca de algún campesino.
La iglesia de Hinojosa del Duque (Córdoba) posiblemente el lugar hasta donde Miguel Gila consiguió llevar a su compañero, el cabo Villegas, gravemente herido durante el fusilamiento. (Haga clic sobre la imagen para verla ampliada).
Conseguí llegar con el cabo Villegas sobre mis hombros hasta Hinojosa del Duque, ya en poder de los nacionales, fui hasta la parroquia y se lo entregué al cura. Pensé en huir hacia Portugal cruzando sierra Trapera, pero sabía que si alguien del ejército rojo entraba en tierras portuguesas, era entregado a las tropas de Franco. Así las cosas, tomé la determinación de buscar dentro de aquel desbarajuste algún vestigio de gente con vida. Llegué a Villanueva del Duque, vi una hoguera en el interior de una casa y entré. El miedo se había quedado atrás, en el lugar del fusilamiento. Entré sin importarme quiénes eran los que estaban alrededor del fuego, si rojos o nacionales, el hambre y el frío me habían dado el valor o me habían eliminado la cobardía, lo mismo da.
Mi entrada y mi aspecto asombró a los que estaban alrededor del fuego. Ninguno echó mano a su fusil, mi cara demacrada y mis pies, que aunque me los había envuelto con trapos me sangraban, los desconcertó. Les dije que pertenecía al ejército rojo y que formaba parte de una columna de prisioneros que venía hacia el pueblo. Ellos, los de la hoguera, eran legionarios y odiaban a los moros. Uno de los legionarios al oírme hablar me preguntó si yo era de Madrid, le dije que sí, él también, y estuvimos charlando unos instantes. Me dejaron que secara mi ropa y mis pies, me dieron agua, una lata de carne, otra de sardinas, pan, tabaco, algunos tomates, una manta y unas alpargatas, después me dijeron que me fuese, para que si llegaba alguno de sus mandos no se vieran comprometidos. Así lo hice. Me senté a las afueras del pueblo y esperé la llegada de la columna de prisioneros en la que iban algunos de mis compañeros. Cuando llegaron donde estaba yo se llevaron una gran alegría al verme vivo. Me uní a ellos. En dos columnas, en fila, una a cada lado de la carretera caminábamos bajo la lluvia, vigilados por los moros desde sus caballos. Muchos de los prisioneros cargaban a sus espaldas sacos llenos de vainas vacías de los Mauser y si alguno, por debilidad, caía al suelo, los moros le disparaban y allí, en la cuneta de la carretera, amortajado por la lluvia, terminaba su sufrimiento.»
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La dramática historia de Miguel Gila continuaría una vez finalizada la guerra, con su paso por un campo de prisioneros, donde padecería nuevos sufrimientos y humillaciones, así como por diferentes cárceles, y posteriormente al tener que volver a hacer la mili durante otros cuatro años. Pese a todo ello Miguel Gila conseguiría salir adelante y rehacer su vida. Con el tiempo acabaría convirtiéndose en uno de los más grandes humoristas, por no decir el más grande, que ha tenido España. Tal vez para olvidar y superar aquel tremendo drama que le tocó vivir, Miguel Gila decidiera reírse de todo aquel sin sentido, de toda aquella locura y sinrazón, y de esa forma nacería su ya legendario “¿Está el enemigo?... Que se ponga”:
Existen muchos paralelismos entre Miguel Gila y José Lorente Granero, ambos eran jóvenes madrileños, los dos eran del barrio de Chamberí, los dos se alistaron en el cuartel del Quinto regimiento en la calle Francos Rodríguez tras producirse el golpe de julio de 1936, los dos lucharon en la sierra de Madrid, los dos fueron capturados, los dos fueron fusilados, los dos sobrevivieron.
José Lorente Granero tenía veinte años cuando se produjo el golpe militar de julio de 1936 que desencadenaría la Guerra Civil. Estaba afiliado a la UGT, en la Asociación de Profesionales de Tramoyistas de Madrid y desempeñaba su trabajo en el teatro Calderón de la madrileña Plaza de Benavente. Residía junto a sus padres en la calle Blasco de Garay número 44.
Al igual que otros muchos jóvenes madrileños se dirigió al cuartel que el Quinto Regimiento había improvisado en el colegio de los Salesianos de la calle Francos Rodríguez. Desde allí partiría a combatir a la Sierra madrileña, al Alto del León, donde tras un combate quedaría aislado de sus compañeros siendo capturado por los rebeldes. Su odisea desde ese momento hasta regresar malherido a las líneas leales tendría una gran repercusión en la opinión pública, convirtiéndose en un héroe popular. Su aventura sería recogida en diferentes publicaciones, entre ellas el diario Ahora, que le dedicaría la portada y un amplio reportaje en el ejemplar del jueves 20 de agosto de 1936 firmado por el periodista José Quílez Vicente. Vamos a recuperar en esta crónica algunos fragmentos de aquel artículo para que nuestros lectores puedan acercarse a esta singular historia tal y como se narró en aquel momento:
Portada que el diario Ahora dedicó a la odisea del soldado José Lorente Granero. (Haga clic sobre la imagen para verla ampliada).
«Día 26. Domingo... En la sierra pardas y apretadas nubes bañan en lluvia carrascas, tomillos, jarales, romeros. Cae el agua mansa. Al abrigo de las peñas y cortaduras, aprovechando todos los accidentes del quebradizo terreno, pelotones de milicianos otean las alturas prestos a rechazar cualquier sorpresa... Ya dejó de roncar el cañón; las ametralladoras descansan: y solo de rato en rato los “pacos” señalan su presencia sobre las crestas del Alto del León... De iproviso, desde la carretera, un grupo de leales observa cómo tratan de correrse hacia la derecha los facciosos... No hay desgana. Los nervios tensos sólo quieren pelea.
- ¡Vamos a por ellos!...- grita uno, iniciando el ataque por la ladera.
Cuarenta zagales salen tras él. Escalan la cima. Comienza un vivo tiroteo que conmueve todo el frente... Vuelve a retumbar la artillería... Tabletean las máquinas... Se perciben gritos de coraje en los picachos... Ruedan monte abajo cuerpos rebeldes. La Milicia ha castigado duramente al enemigo... Se oye un toque de corneta ordenando el repliegue a sus puestos...».
José Lorente continuó disparando desde unas peñas y no se percató de la orden de repliegue, tras agotar la munición sería capturado por un grupo de rebeldes al mando del teniente Castillo del 18 de Ametralladoras. Algunos de los captores piden acabar con él allí mismo, sin embargo el oficial rebelde se opone:
«- Aquí no se fusila a nadie sin antes consultarlo con la autoridad.»
Tras un rato caminando el grupo con el prisionero llegan a un hotel donde se encuentra el Cuartel General de los rebeldes:
«Por fin, llegaron hasta el cuartel general. No pasó del vestíbulo. Al fondo vio un grupo de oficiales alrededor de unas mesas examinando unos mapas...
La presencia del prisionero produjo curiosidad. Todos dejaron su labor. El que se nombraba teniente Castillo avanzó hacia el “hall” del hotel.
José Lorente quedaría rezagado de sus compañeros mientras hacía fuego desde unas peñas, posteriormente sería rodeado y capturado. (Haga clic sobre la imagen para verla ampliada).
El tramoyista miró curioso. Un hombre alto, fuerte, moreno, de uniforme, con fajín en la cintura, un poco encorvado de hombros y con las manos a la espaldallegó hasta él:
-Mi general –dijo el teniente- acabamos de coger a este prisionero haciendo fuego... ¿Qué se hace con él?.
-¡Fusilarlo! Se portan muy mal con nostros. Ellos tienen la culpa de que no se haya terminado la lucha –respondió el general faccioso. Con un gesto confirmó el tremendo fallo. Aun se quedó mirando como se ponían en marcha el prisionero, el cabo y un soldado montando los mosquetones, y al oficial desenfundando la pistola...
Nadie les siguió. Para ellos no tenía importancia el hecho. Un incidente más en la rebelión... El miliciano sintió un sudor frío sobre su frente. Pero no flaqueó su ánimo. Avanzó... Por su pensamiento pasó la visión querida del hogar paterno... La madre, las hermanas, los sobrinillos... La chica que ya no le esperaría a la puerta para cortejar...
Dieron la vuelta al hotel. Bajaron una pequeña ladera y la voz del oficial le sacó de su preocupación. Se detuvo el miliciano. No imploró ni solicitó clemencia ante el terrible momento. Enmudeció como una estatua:
-Anda, camarada, da unos pasos hacia delante- Ordenó irónicamente el oficial.
Pepe Lorente Granero, sin volver la cabeza, sin un ademán, alta la cabeza, marcando el paso, avanzó. No dio más que cinco pasos. Dos detonaciones secas cortaron su marcha. Cayó. Sintió que sus ejecutores se acercaban a él. Quedó inmóvil, conteniendo la respiración, sin una queja, a pesar del tremendo dolor que sentía en la espalda y en el vientre...
-No se mueve- oyó decir...
-Por si acaso, voy a darle el tiro de “gracia”- sintió decir al oficial.
Este llegó al pié del “fusilado” y con la pistola disparó un tiro a quemarropa en el cuello del miliciano. El tramoyista tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para contener el dolor. La bala le había atravesado el cuello.
-Mi teniente. ¿Quiere usted que le de otro tiro?- preguntó el cabo.
-No hace falta; ya tiene bastante- respondió el oficial Castillo...
El miliciano siguió sin movimiento. Sintió como se alejaban. Abrió los ojos y vio venir curioso hacia él a un centinela que tenía el puesto a dos o tres metros del lugar donde se había desarrollado la impresionante escena. El soldado lo miró y, sin volver la cabeza, se marchó de allí... Estableció su puesto a más de diez metros... No es agradable la vecindad de un muerto. El centinela para resguardarse de la lluvia y posiblemente para no ver ni el bulto que hacía el supuesto cadáver, se hundió en una trinchera...
Una página del reportaje que Ahora dedicó al soldado donde podemos contemplar algunas fotografías de Lorente recuperándose de sus heridas. (Haga clic sobre la imagen para verla ampliada).
Más de una hora permaneció inmóvil el mozo tramoyista. Sentía dolores espantosos... Por el cuello resbalaba un líquido caliente, espeso... Movió, por fin, una mano. Se arrancó un trozo de camisa. Se la lió al cuello para contener la sangre... Dieron las diez... Seguía lloviendo, y el miliciano sintió un deseo infinito de vivir, de huir de aquel lugar donde le habían “matado”... Trató de ponerse en pié... Dio unos pasos y cayó sin sentido... No sabe que tiempo estuvo en esta situación. Recobró el conocimiento. Como pudo se desembarazó del correaje... Comenzó a arrastrase por el suelo... Iba sin rumbo, sin saber a donde, enloquecido por el afán de vivir... Acaso volvería a caer en manos de sus ejecutores... No le detuvo ni esa terrible probabilidad... Caminaba destrozándose las manos entre los chaparros, dejándose la ropa entre las carrascas. Despacio, muy despacio, pero sin parar, dándose cuenta de que iba dejando un reguero de sangre entre los tomillos del monte...»
Después de varias horas caminando en la noche bajo la lluvia, y tras diversas peripecias, consigue llegar al amanecer a una carretera donde cae desfallecido:
«De pronto volví en mí... Oí el trepidar de un motor... Me levanté como pude. A lo lejos venía, veloz, “un auto”. Me tiré en el centro de la carretera. El coche paró en seco a medio metro de mí. Se apearon precipitadamente unos hombres armados. No pensé si eran compañeros o rebeldes. No podía más. Ya me daba todo lo mismo. Sentí una nube en la vista. Les grité:
-¡Hermanos ayudadme, que me muero!... Estoy desangrándome...
Sentí que me cogían...»
José Lorente Granero sería trasladado a Madrid, donde sería curado de sus heridas. Su hazaña se haría popular en todo Madrid y Lorente pasaría a ser considerado un héroe. Los ecos de su fama llegarían a los más diversos ámbitos, entre ellos la Alianza de Intelectuales Antifascistas. Así en el ejemplar de la revista El Mono Azul editada por esta asociación, en el ejemplar del 19 de septiembre de 1936 el gran poeta de la Generación del 27, Vicente Aleixandre, publicaría un romance dedicado a la gesta de José Lorente Granero, de título “Romance del Fusilado”, en el que utilizaría la gesta de Lorente como metáfora de la gesta que habría de realizar el pueblo.
Páginas de la revista El Mono Azul, editada por la Asociación de Intelectuales Antifascistas, donde aparece el romance que Vicente Aleixandre dedicó a José Lorente Granero. (Haga clic sobre la imagen para verla ampliada).
Veinte años justos tenía
José Lorente Granero
cuando se alistó en las filas
de las Milicias de hierro,
y salió para la Sierra
diciendo sólo: "¡Si vuelvo,
hermanos, será cantando
con vosotros; si no, muerto!"
Y una luz brilló de llamas
en sus grandes ojos negros.
Doce noches, con sus días,
luchó José entre los cerros,
bajo una luna de agosto
que endurecía los pechos.
Luchó y mató; un nimbo rojo
iluminaba su cuerpo,
y de las balas traidoras
parecía protegerlo.
Su fusil entre sus manos
era una rosa de fuego
vomitando espanto y muerte
para el enemigo negro.
¡Miradlo erguido en el monte,
hermoso, fuerte y sereno,
héroe entre sus camaradas,
entre las balas ileso!
Mas, ay, que llegó una noche,
noche de pena y de duelo,
noche de tormenta obscura,
noche de cielo cubierto.
En la refriega, José,
de venganza y furor ebrio,
persiguiendo puso en fuga
a un grupo de hombres siniestros
que escapaban entre breñas
como lobos carniceros.
Corrió y corrió, corrió tanto
José solo persiguiéndolos
que cuando quiso mirar
atrás con sus ojos negros
no vio sino soledad,
soledad, noche y silencio.
De repente unos traidores,
a docenas si no a cientos,
de sus cubiles brotaron,
de sorpresa le cogieron;
entre todos le rodean,
aunque él tumba a cinco muertos,
y a insultos, golpes, atado,
le llevan al campamento,
¡Ay, voz que cantas la vida
de este muchacho del pueblo,
honor de la gesta heroica,
José Lorente Granero:
calla y no digas la triste
terminación del suceso
ocurrido entre las peñas
que baña un arroyo fresco!
Contra unas tapias le pone
la turba de bandoleros,
y José los mira a todos
con un altivo desprecio.
Apuntan nueve fusiles
a aquel noble y limpio pecho,
espejo de milicianos
y de valientes espejo,
y del desdén de su boca
un salivazo soberbio
va a aplastarse entre los ojos
del jefe vil fusilero.
¡Que así va a afrontar la muerte
quien tiene temple de acero!
¡Ay voz que cantas la historia
Que aquí escucháis de Granero:
acaba y narra hasta el fin,
maravilloso suceso
ocurrido en una noche
de temeroso recuerdo!
Sonó aquella voz infame.
¡Fuego!, gritó, y fuego hicieron
las nueve bocas malditas
que plomo vil escupieron,
y nueve balas buscaron
la tierna carne de un pecho
que latió por el amor
y la libertad del pueblo.
Rodó mi cuerpo entre las piedras,
reinó un profundo silencio,
sólo roto por los pasos
que se alejaban siniestros.
La tierra sola quedaba.
Sola no: ella y su muerto.
¡Ay, tú, José, que me escuchas,
tendido, solo y sangriento!,
¿quién eres que así no oyes
los miles de roncos pechos
que desde el fondo te llaman
por ríos, valles y cerros?
¿Quién eres que no te alzas
ante el clamoroso imperio
de miles de corazones
con un mismo son latiendo?
Amanecía la aurora
y el alba doraba el cuerpo,
un cuerpo que con el día
se levantó de este suelo,
y en pie, sangrando, terrible,
adelantó el pie derecho
y subió monte hacia arriba,
como un sol que va naciendo
y va dejando su sangre
o su luz como un reguero.
José no murió. ¡Miradlo!
Resucitado, no ha muerto;
que no murió, como no
morirá jamás el pueblo.
Podrán fusiles y balas
pretender herir su pecho.
Podrán bombas y cañones
intentar romper su cuerpo.
Pero el pueblo vive y vence,
pueblo sin tacha y sin miedo,
que en una aurora de sangre
está como un sol naciendo.
Vicente Aleixandre.
NOS FUSILARON MAL
Por Florentino Areneros.
Durante la Guerra Civil, y una vez finalizada esta, serían decenas de miles las personas que acabarían sus días frente a un pelotón de fusilamiento. La irracionalidad desatada tras el golpe militar de julio de 1936 se cobraría un elevado tributo de sangre en ambos lados, en la gran mayoría de los casos las víctimas serían personas anónimas, cuyo único delito era pensar de manera diferente, o simplemente ser acusados de ello por sus verdugos. Las cifras exactas de aquella tremenda tragedia no se conocerán nunca, y mucho menos los nombres de todos ellos, no olvidemos que pese al tiempo pasado, incomprensiblemente todavía quedan decenas de miles de personas enterradas en cunetas y en fosas comunes, algo muy difícil de justificar y que, pese a que son muchos los que prefieren mirar para otro lado, debería invitar a una reflexión colectiva. Sin embargo, pese a la dimensión de aquella tragedia, hubo casos excepcionales donde de manera casi milagrosa algunos de los condenados lograron salvar sus vidas tras ser fusilados. Hoy les traemos a estas páginas de Sol y Moscas la apasionante historia de dos de aquellas personas que tuvieron la fortuna de poder contarlo, una es el genial humorista Miguel Gila, y la otra responde al nombre de José Lorente Guerrero, un miliciano capturado en la sierra madrileña en los primeros días de la guerra.
MIGUEL GILA
Miguel Gila nació en el barrio madrileño de Chamberí en 1919, su juventud quizá no fuera muy diferente a la de tantos otros jóvenes de la época. Abandonó los estudios para ponerse a trabajar de aprendiz en un taller mecánico cuando solo contaba 13 años, y con el tiempo se convertiría en un mecánico especializado. Sería en los talleres y en las fábricas donde Miguel Gila adquiriría conciencia de clase y forjaría su compromiso ideológico. Miguel Gila estaba afiliado a las JSU (Juventudes Socialistas Unificadas) y al producirse el golpe militar de julio al igual que muchos jóvenes madrileños se alistaría en el Quinto Regimiento, aunque tuvo que mentir con su edad ya que en aquel momento solamente tenía diecisiete años. Tras un corto periodo de instrucción Gila pasaría a formar parte del “Regimiento Pasionaria” y pasaría por diferentes frentes: Sigüenza, Navalcarnero, Talavera, Buitrago, Aravaca, Cuesta de las Perdices, Guadalajara, El Pardo... Así una larga lista de lugares por toda España y de intensas vivencias hasta llegar al mes de diciembre de 1938 en el frente de Extremadura, donde Miguel Gila sería capturado y “fusilado”. De toda su intensa trayectoria durante la guerra Gila nos dejó testimonio en su libro biográfico “Entonces nací yo”, un libro lleno de matices, irónico y humorístico a veces, y otras, de una intensidad y un dramatismo que ponen en el lector un nudo en la garganta. Nadie mejor que el propio Miguel Gila para narrarnos en primera persona como fue aquel episodio en el que acabaría siendo “fusilado”. A continuación reproducimos algunos párrafos del libro “Entonces nací yo” donde se recogen aquellos trágicos momentos.
Nacido en Madrid y de profesión mecánico, Miguel Gila se alistaría voluntario en las filas del ejército republicano al poco de producirse el golpe militar de julio de 1936. (Haga clic sobre la imagen para verla ampliada).
FRENTE DE EXTREMADURA, DICIEMBRE DE 1938
«Las informaciones no eran muy claras, pero precisamente por ello, nuestra lucha en Extremadura era también confusa y desordenada. La lluvia y el barro obstaculizaban cualquier estrategia que organizara los combates. Acosados por la artillería y sin armamento que nos diera fuerza para resistir, iniciamos una retirada hacia Pozoblanco donde habíamos tenido nuestro cuartel general. No teníamos munición para los cañones antiaéreos. Los camiones pinchaban y no nos quedaban ruedas de recambio, por lo que se hacía necesario llevarlos cargados y con el único recurso de sustituir las ruedas pinchadas con las ruedas gemelas. Los camiones, con tan sólo dos ruedas traseras, eran incapaces de soportar todo el peso.
Con grandes apuros llegamos a El Viso de los Pedroches. Ahí una de las dos ruedas traseras reventó y el camión dijo: "No va más", y se paró, apoyándose en su cojera. Intentamos inútilmente que alguno de los camiones que venían en la caravana nos prestara una rueda, pero ninguno de los camiones tenía rueda de repuesto. Abandonamos el camión y comenzamos a caminar en dirección al pueblo, la lluvia menuda, pero constante, calaba los huesos. Cuando nos dimos cuenta, los moros de la 13ª División de Yagüe nos habían cercado y nos hacían prisioneros. Para mí, la guerra había terminado, pero me faltaba pagar el precio de la derrota.
Miguel Gila solo contaba 17 años cuando se alistó y tuvo que mentir con su edad. Aunque el quiso pertenecer al 5º Regimiento para combatir junto a Lister, finalmente acabaría encuadrado en el Regimiento Pasionaria. (Haga clic sobre la imagen para verla ampliada).
Los moros nos quitaron las cazadoras o los tabardos, la manta y las botas, luego nos ordenaron sentarnos en el suelo, bajo la lluvia. Una mujer, que tendría unos treinta años, salió de una casa gritando vivas a Franco, los moros llegaron hasta ella, la metieron en la casa y sus vivas a Franco se convirtieron en gritos desgarradores. Instantes después, los moros salían satisfechos, habían violado a la mujer y llevaban en las manos gallinas, botellas de vino y algunos objetos robados con el "ábrete Sésamo" de los vencedores de batallas. Dicen, o decían, nunca supe si esto era cierto o no, que los mandos de la división del general Yagüe, cuando sus tropas tomaban un pueblo les daban veinte minutos para apropiarse del botín que encontrasen en el lugar conquistado. Ni lo puedo asegurar ni lo puedo desmentir, me limito a contar lo que oí decir. Lo de la violación lo puedo afirmar porque los moros nos ordenaron que nos levantásemos y nos encerraron en la misma casa de aquella mujer que había gritado los vivas a Franco y que, aterrorizada y con sus ropas desgarradas, lloraba sentada sobre la cama en que los moros habían abusado de ella. En el corral de la casa había un pozo, pero el agua estaba estancada y verdosa. Con tres cantimploras en la mano, me acerqué al moro que vigilaba la entrada y le rogué que me dejara salir a buscar agua. El moro sin decir ni una palabra me golpeó con la culata de su fusil en una cadera. Fue un golpe dado con saña, que me produjo un dolor tremendo. Desistí de mi petición y volví de nuevo al corral de la casa. A los pocos instantes de haber recibido el golpe en el costado me brotó un hematoma de un color morado. Recordé la gangrena que había causado la muerte de mi padre por un golpe en el mismo lugar donde el moro me había golpeado y pensé que, tal vez, mi muerte iba a ser igual a la suya. Pensaba si el destino no me habría buscado la misma forma y la misma edad para morir. No le tenía miedo a la muerte. Estaba tan agotado, tan devorado por los piojos, por el hambre, el frío, el cansancio y la sed, que morir podía ser una liberación.
Haga clic en la imagen para ir a la página de Madrid en Guerra.
Como la sed iba en aumento no tuvimos otra opción que beber agua del pozo, nos quitamos los cinturones, los unimos uno con otro y conseguimos que la cantimplora llegara hasta el fondo. Bebimos el agua y a los pocos minutos nos retorcíamos de dolores en el estómago. El dolor nos duró tan sólo un par de horas. Cuando estaba por anochecer, los moros nos sacaron de la casa y nos empujaron hasta un descampado a las afueras del pueblo. Ya nos habían despojado de la ropa de abrigo.»
En la fotografía podemos ver un grupo de prisioneros en un camión, custodiados por soldados moros del ejercito franquista. (Haga clic sobre la imagen para verla ampliada).
NOS FUSILARON MAL
«Nos fusilaron al anochecer, nos fusilaron mal.
El piquete de ejecución lo componían un grupo de moros con el estómago lleno de vino, la boca llena de gritos de júbilo y carcajadas, las manos apretando el cuello de las gallinas robadas con el ya mencionado "ábrete Sésamo" de los vencedores de batallas. El frío y la lluvia calaba los huesos. Y allí mismo, delante de un pequeño terraplén y sin la formalidad de un fusilamiento, sin esa voz de mando que grita: "¡Apunten! ¡Fuego!", apretaron el gatillo de sus fusiles y caímos unos sobre otros. Catorce saltos grotescos en aquel frío atardecer del mes de diciembre. Las gallinas tuvieron poco tiempo para respirar, el que emplearon los del piquete de ejecución en apretar sus gatillos. Y sobre la tierra empapada por la lluvia nuestros cuerpos agotados de luchar día a día.
Catorce madres esperando el regreso de catorce hijos. No hubo tiro de gracia. Por mi cara corría la sangre de aquellos hombres jóvenes, ya con el miedo y el cansancio absorbidos por la muerte. Por las manos de los moros corría la sangre de las gallinas que acababan de degollar. Hasta mis oídos llegaban las carcajadas de los verdugos mezcladas con el gemido apagado de uno de los hombres abatidos. Ellos, los verdugos, bañaban su garganta con vino, la mía estaba seca por el terror. No puedo calcular el tiempo que permanecí inmóvil. Los moros, después de asar y comerse las gallinas, se fueron. Estaba amaneciendo.
La muerte en las guerras tiene mucho trabajo. La muerte en las guerras nunca tiene prisa. Se lleva a unos y deja a otros para más adelante. Me dejó a mí y dejó al cabo Villegas. De mí no se llevó nada, del cabo Villegas se llevó una pierna, la izquierda. Sangraba abundantemente, me arranqué una manga de la camisa y le hice con ella un torniquete a la altura del muslo.
Me fue difícil cruzar el río, sucio y revuelto por las lluvias. Lo crucé con mi carga al hombro. El cabo Villegas no pesaba mucho y yo, con mis veinte años, era un muchacho fuerte, pero el terror del fusilamiento había aflojado mis piernas. Al otro lado del río quedaba un paisaje gris de llovizna, con sabor amargo de guerra y doce hombres jóvenes con la vida quebrada en el sueño de alcanzar el final de esa guerra, no importa si como vencedores o vencidos.
El llanto por aquellos hombres jóvenes brotaría más tarde, cuando la espera de doce madres se hiciera dolor por la noticia. La muerte de las gallinas sólo se haría maldición en la boca de algún campesino.
La iglesia de Hinojosa del Duque (Córdoba) posiblemente el lugar hasta donde Miguel Gila consiguió llevar a su compañero, el cabo Villegas, gravemente herido durante el fusilamiento. (Haga clic sobre la imagen para verla ampliada).
Conseguí llegar con el cabo Villegas sobre mis hombros hasta Hinojosa del Duque, ya en poder de los nacionales, fui hasta la parroquia y se lo entregué al cura. Pensé en huir hacia Portugal cruzando sierra Trapera, pero sabía que si alguien del ejército rojo entraba en tierras portuguesas, era entregado a las tropas de Franco. Así las cosas, tomé la determinación de buscar dentro de aquel desbarajuste algún vestigio de gente con vida. Llegué a Villanueva del Duque, vi una hoguera en el interior de una casa y entré. El miedo se había quedado atrás, en el lugar del fusilamiento. Entré sin importarme quiénes eran los que estaban alrededor del fuego, si rojos o nacionales, el hambre y el frío me habían dado el valor o me habían eliminado la cobardía, lo mismo da.
Mi entrada y mi aspecto asombró a los que estaban alrededor del fuego. Ninguno echó mano a su fusil, mi cara demacrada y mis pies, que aunque me los había envuelto con trapos me sangraban, los desconcertó. Les dije que pertenecía al ejército rojo y que formaba parte de una columna de prisioneros que venía hacia el pueblo. Ellos, los de la hoguera, eran legionarios y odiaban a los moros. Uno de los legionarios al oírme hablar me preguntó si yo era de Madrid, le dije que sí, él también, y estuvimos charlando unos instantes. Me dejaron que secara mi ropa y mis pies, me dieron agua, una lata de carne, otra de sardinas, pan, tabaco, algunos tomates, una manta y unas alpargatas, después me dijeron que me fuese, para que si llegaba alguno de sus mandos no se vieran comprometidos. Así lo hice. Me senté a las afueras del pueblo y esperé la llegada de la columna de prisioneros en la que iban algunos de mis compañeros. Cuando llegaron donde estaba yo se llevaron una gran alegría al verme vivo. Me uní a ellos. En dos columnas, en fila, una a cada lado de la carretera caminábamos bajo la lluvia, vigilados por los moros desde sus caballos. Muchos de los prisioneros cargaban a sus espaldas sacos llenos de vainas vacías de los Mauser y si alguno, por debilidad, caía al suelo, los moros le disparaban y allí, en la cuneta de la carretera, amortajado por la lluvia, terminaba su sufrimiento.»
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La dramática historia de Miguel Gila continuaría una vez finalizada la guerra, con su paso por un campo de prisioneros, donde padecería nuevos sufrimientos y humillaciones, así como por diferentes cárceles, y posteriormente al tener que volver a hacer la mili durante otros cuatro años. Pese a todo ello Miguel Gila conseguiría salir adelante y rehacer su vida. Con el tiempo acabaría convirtiéndose en uno de los más grandes humoristas, por no decir el más grande, que ha tenido España. Tal vez para olvidar y superar aquel tremendo drama que le tocó vivir, Miguel Gila decidiera reírse de todo aquel sin sentido, de toda aquella locura y sinrazón, y de esa forma nacería su ya legendario “¿Está el enemigo?... Que se ponga”:
JOSE LORENTE GRANERO
Existen muchos paralelismos entre Miguel Gila y José Lorente Granero, ambos eran jóvenes madrileños, los dos eran del barrio de Chamberí, los dos se alistaron en el cuartel del Quinto regimiento en la calle Francos Rodríguez tras producirse el golpe de julio de 1936, los dos lucharon en la sierra de Madrid, los dos fueron capturados, los dos fueron fusilados, los dos sobrevivieron.
José Lorente Granero tenía veinte años cuando se produjo el golpe militar de julio de 1936 que desencadenaría la Guerra Civil. Estaba afiliado a la UGT, en la Asociación de Profesionales de Tramoyistas de Madrid y desempeñaba su trabajo en el teatro Calderón de la madrileña Plaza de Benavente. Residía junto a sus padres en la calle Blasco de Garay número 44.
Al igual que otros muchos jóvenes madrileños se dirigió al cuartel que el Quinto Regimiento había improvisado en el colegio de los Salesianos de la calle Francos Rodríguez. Desde allí partiría a combatir a la Sierra madrileña, al Alto del León, donde tras un combate quedaría aislado de sus compañeros siendo capturado por los rebeldes. Su odisea desde ese momento hasta regresar malherido a las líneas leales tendría una gran repercusión en la opinión pública, convirtiéndose en un héroe popular. Su aventura sería recogida en diferentes publicaciones, entre ellas el diario Ahora, que le dedicaría la portada y un amplio reportaje en el ejemplar del jueves 20 de agosto de 1936 firmado por el periodista José Quílez Vicente. Vamos a recuperar en esta crónica algunos fragmentos de aquel artículo para que nuestros lectores puedan acercarse a esta singular historia tal y como se narró en aquel momento:
Portada que el diario Ahora dedicó a la odisea del soldado José Lorente Granero. (Haga clic sobre la imagen para verla ampliada).
«Día 26. Domingo... En la sierra pardas y apretadas nubes bañan en lluvia carrascas, tomillos, jarales, romeros. Cae el agua mansa. Al abrigo de las peñas y cortaduras, aprovechando todos los accidentes del quebradizo terreno, pelotones de milicianos otean las alturas prestos a rechazar cualquier sorpresa... Ya dejó de roncar el cañón; las ametralladoras descansan: y solo de rato en rato los “pacos” señalan su presencia sobre las crestas del Alto del León... De iproviso, desde la carretera, un grupo de leales observa cómo tratan de correrse hacia la derecha los facciosos... No hay desgana. Los nervios tensos sólo quieren pelea.
- ¡Vamos a por ellos!...- grita uno, iniciando el ataque por la ladera.
Cuarenta zagales salen tras él. Escalan la cima. Comienza un vivo tiroteo que conmueve todo el frente... Vuelve a retumbar la artillería... Tabletean las máquinas... Se perciben gritos de coraje en los picachos... Ruedan monte abajo cuerpos rebeldes. La Milicia ha castigado duramente al enemigo... Se oye un toque de corneta ordenando el repliegue a sus puestos...».
José Lorente continuó disparando desde unas peñas y no se percató de la orden de repliegue, tras agotar la munición sería capturado por un grupo de rebeldes al mando del teniente Castillo del 18 de Ametralladoras. Algunos de los captores piden acabar con él allí mismo, sin embargo el oficial rebelde se opone:
«- Aquí no se fusila a nadie sin antes consultarlo con la autoridad.»
Tras un rato caminando el grupo con el prisionero llegan a un hotel donde se encuentra el Cuartel General de los rebeldes:
«Por fin, llegaron hasta el cuartel general. No pasó del vestíbulo. Al fondo vio un grupo de oficiales alrededor de unas mesas examinando unos mapas...
La presencia del prisionero produjo curiosidad. Todos dejaron su labor. El que se nombraba teniente Castillo avanzó hacia el “hall” del hotel.
José Lorente quedaría rezagado de sus compañeros mientras hacía fuego desde unas peñas, posteriormente sería rodeado y capturado. (Haga clic sobre la imagen para verla ampliada).
El tramoyista miró curioso. Un hombre alto, fuerte, moreno, de uniforme, con fajín en la cintura, un poco encorvado de hombros y con las manos a la espaldallegó hasta él:
-Mi general –dijo el teniente- acabamos de coger a este prisionero haciendo fuego... ¿Qué se hace con él?.
-¡Fusilarlo! Se portan muy mal con nostros. Ellos tienen la culpa de que no se haya terminado la lucha –respondió el general faccioso. Con un gesto confirmó el tremendo fallo. Aun se quedó mirando como se ponían en marcha el prisionero, el cabo y un soldado montando los mosquetones, y al oficial desenfundando la pistola...
Nadie les siguió. Para ellos no tenía importancia el hecho. Un incidente más en la rebelión... El miliciano sintió un sudor frío sobre su frente. Pero no flaqueó su ánimo. Avanzó... Por su pensamiento pasó la visión querida del hogar paterno... La madre, las hermanas, los sobrinillos... La chica que ya no le esperaría a la puerta para cortejar...
Dieron la vuelta al hotel. Bajaron una pequeña ladera y la voz del oficial le sacó de su preocupación. Se detuvo el miliciano. No imploró ni solicitó clemencia ante el terrible momento. Enmudeció como una estatua:
-Anda, camarada, da unos pasos hacia delante- Ordenó irónicamente el oficial.
Pepe Lorente Granero, sin volver la cabeza, sin un ademán, alta la cabeza, marcando el paso, avanzó. No dio más que cinco pasos. Dos detonaciones secas cortaron su marcha. Cayó. Sintió que sus ejecutores se acercaban a él. Quedó inmóvil, conteniendo la respiración, sin una queja, a pesar del tremendo dolor que sentía en la espalda y en el vientre...
-No se mueve- oyó decir...
-Por si acaso, voy a darle el tiro de “gracia”- sintió decir al oficial.
Este llegó al pié del “fusilado” y con la pistola disparó un tiro a quemarropa en el cuello del miliciano. El tramoyista tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para contener el dolor. La bala le había atravesado el cuello.
-Mi teniente. ¿Quiere usted que le de otro tiro?- preguntó el cabo.
-No hace falta; ya tiene bastante- respondió el oficial Castillo...
El miliciano siguió sin movimiento. Sintió como se alejaban. Abrió los ojos y vio venir curioso hacia él a un centinela que tenía el puesto a dos o tres metros del lugar donde se había desarrollado la impresionante escena. El soldado lo miró y, sin volver la cabeza, se marchó de allí... Estableció su puesto a más de diez metros... No es agradable la vecindad de un muerto. El centinela para resguardarse de la lluvia y posiblemente para no ver ni el bulto que hacía el supuesto cadáver, se hundió en una trinchera...
Una página del reportaje que Ahora dedicó al soldado donde podemos contemplar algunas fotografías de Lorente recuperándose de sus heridas. (Haga clic sobre la imagen para verla ampliada).
Más de una hora permaneció inmóvil el mozo tramoyista. Sentía dolores espantosos... Por el cuello resbalaba un líquido caliente, espeso... Movió, por fin, una mano. Se arrancó un trozo de camisa. Se la lió al cuello para contener la sangre... Dieron las diez... Seguía lloviendo, y el miliciano sintió un deseo infinito de vivir, de huir de aquel lugar donde le habían “matado”... Trató de ponerse en pié... Dio unos pasos y cayó sin sentido... No sabe que tiempo estuvo en esta situación. Recobró el conocimiento. Como pudo se desembarazó del correaje... Comenzó a arrastrase por el suelo... Iba sin rumbo, sin saber a donde, enloquecido por el afán de vivir... Acaso volvería a caer en manos de sus ejecutores... No le detuvo ni esa terrible probabilidad... Caminaba destrozándose las manos entre los chaparros, dejándose la ropa entre las carrascas. Despacio, muy despacio, pero sin parar, dándose cuenta de que iba dejando un reguero de sangre entre los tomillos del monte...»
Después de varias horas caminando en la noche bajo la lluvia, y tras diversas peripecias, consigue llegar al amanecer a una carretera donde cae desfallecido:
«De pronto volví en mí... Oí el trepidar de un motor... Me levanté como pude. A lo lejos venía, veloz, “un auto”. Me tiré en el centro de la carretera. El coche paró en seco a medio metro de mí. Se apearon precipitadamente unos hombres armados. No pensé si eran compañeros o rebeldes. No podía más. Ya me daba todo lo mismo. Sentí una nube en la vista. Les grité:
-¡Hermanos ayudadme, que me muero!... Estoy desangrándome...
Sentí que me cogían...»
José Lorente Granero sería trasladado a Madrid, donde sería curado de sus heridas. Su hazaña se haría popular en todo Madrid y Lorente pasaría a ser considerado un héroe. Los ecos de su fama llegarían a los más diversos ámbitos, entre ellos la Alianza de Intelectuales Antifascistas. Así en el ejemplar de la revista El Mono Azul editada por esta asociación, en el ejemplar del 19 de septiembre de 1936 el gran poeta de la Generación del 27, Vicente Aleixandre, publicaría un romance dedicado a la gesta de José Lorente Granero, de título “Romance del Fusilado”, en el que utilizaría la gesta de Lorente como metáfora de la gesta que habría de realizar el pueblo.
Páginas de la revista El Mono Azul, editada por la Asociación de Intelectuales Antifascistas, donde aparece el romance que Vicente Aleixandre dedicó a José Lorente Granero. (Haga clic sobre la imagen para verla ampliada).
ROMANCE DEL FUSILADO
Veinte años justos tenía
José Lorente Granero
cuando se alistó en las filas
de las Milicias de hierro,
y salió para la Sierra
diciendo sólo: "¡Si vuelvo,
hermanos, será cantando
con vosotros; si no, muerto!"
Y una luz brilló de llamas
en sus grandes ojos negros.
Doce noches, con sus días,
luchó José entre los cerros,
bajo una luna de agosto
que endurecía los pechos.
Luchó y mató; un nimbo rojo
iluminaba su cuerpo,
y de las balas traidoras
parecía protegerlo.
Su fusil entre sus manos
era una rosa de fuego
vomitando espanto y muerte
para el enemigo negro.
¡Miradlo erguido en el monte,
hermoso, fuerte y sereno,
héroe entre sus camaradas,
entre las balas ileso!
Mas, ay, que llegó una noche,
noche de pena y de duelo,
noche de tormenta obscura,
noche de cielo cubierto.
En la refriega, José,
de venganza y furor ebrio,
persiguiendo puso en fuga
a un grupo de hombres siniestros
que escapaban entre breñas
como lobos carniceros.
Corrió y corrió, corrió tanto
José solo persiguiéndolos
que cuando quiso mirar
atrás con sus ojos negros
no vio sino soledad,
soledad, noche y silencio.
De repente unos traidores,
a docenas si no a cientos,
de sus cubiles brotaron,
de sorpresa le cogieron;
entre todos le rodean,
aunque él tumba a cinco muertos,
y a insultos, golpes, atado,
le llevan al campamento,
¡Ay, voz que cantas la vida
de este muchacho del pueblo,
honor de la gesta heroica,
José Lorente Granero:
calla y no digas la triste
terminación del suceso
ocurrido entre las peñas
que baña un arroyo fresco!
Contra unas tapias le pone
la turba de bandoleros,
y José los mira a todos
con un altivo desprecio.
Apuntan nueve fusiles
a aquel noble y limpio pecho,
espejo de milicianos
y de valientes espejo,
y del desdén de su boca
un salivazo soberbio
va a aplastarse entre los ojos
del jefe vil fusilero.
¡Que así va a afrontar la muerte
quien tiene temple de acero!
¡Ay voz que cantas la historia
Que aquí escucháis de Granero:
acaba y narra hasta el fin,
maravilloso suceso
ocurrido en una noche
de temeroso recuerdo!
Sonó aquella voz infame.
¡Fuego!, gritó, y fuego hicieron
las nueve bocas malditas
que plomo vil escupieron,
y nueve balas buscaron
la tierna carne de un pecho
que latió por el amor
y la libertad del pueblo.
Rodó mi cuerpo entre las piedras,
reinó un profundo silencio,
sólo roto por los pasos
que se alejaban siniestros.
La tierra sola quedaba.
Sola no: ella y su muerto.
¡Ay, tú, José, que me escuchas,
tendido, solo y sangriento!,
¿quién eres que así no oyes
los miles de roncos pechos
que desde el fondo te llaman
por ríos, valles y cerros?
¿Quién eres que no te alzas
ante el clamoroso imperio
de miles de corazones
con un mismo son latiendo?
Amanecía la aurora
y el alba doraba el cuerpo,
un cuerpo que con el día
se levantó de este suelo,
y en pie, sangrando, terrible,
adelantó el pie derecho
y subió monte hacia arriba,
como un sol que va naciendo
y va dejando su sangre
o su luz como un reguero.
José no murió. ¡Miradlo!
Resucitado, no ha muerto;
que no murió, como no
morirá jamás el pueblo.
Podrán fusiles y balas
pretender herir su pecho.
Podrán bombas y cañones
intentar romper su cuerpo.
Pero el pueblo vive y vence,
pueblo sin tacha y sin miedo,
que en una aurora de sangre
está como un sol naciendo.
Vicente Aleixandre.
Buen comienzo de año, emocionante cronica D.Florentino, adelante.
ResponderEliminarNuevamente vuelve Ud. a dar en la diana con un tema interesante a la vez que emotivo.
ResponderEliminarMe ha llamado la atención la referencia que se hace al reciclado de vainas en el texto de Gila. Tema ampliamente debatido.
Un placer poder disfrutar de sus crónicas.
Un saludo
R. CAPA
Muy emotivo el devenir de estas vidas paralelas, menudas historias, gracias por compartirlas. El relato de Gila es espeluznante, y ¿qué sería de Lorente?
ResponderEliminarSaludos
Ines
Muchas gracias Inés, Capa y Sandoval por sus comentarios. Esperemos que este año termine mejor que ha empezado.
ResponderEliminarPara la pregunta que se hace Inés no tengo respuesta, sería un tema interesante para investigar por si se arranca algun colaborador de Sol y Moscas y recoge el guante.
Un saludo para los tres.
Estimado D. Florentino:
ResponderEliminarReleyendo su estupenda crónica me ha venido a la memoria dos casos en los que también “les fusilaron mal” (esta frase sólo se le ocurre a un genio como Gila y a un cronista de primera línea como Ud. elegirla de título):
- El Vértice Merengue (Balaguer-LÉRIDA) es tomado por los franquistas el 22 de mayo del 38, de los 700 prisioneros, la mayoría muy jóvenes, muchos fueron fusilados. Uno de los enterradores de la zona descubre entre el montón de cadáveres a uno que tiene un hilo de vida, se lo lleva a su casa y parece que sobrevivió. No recuerdo dónde leí este relato.
- En las postrimerías de la guerra, en la retirada de los republicanos, fusilaron a un grupo de presos en la zona de Figueras, entre ellos estaba Rafael Sánchez Mazas, que también fue “mal fusilado” y sobrevivió. Este hecho está recogido maravillosamente en la novela de Javier Cercas “Soldados de Salamina”.
Un saludo
R.CAPA
Amigo Capa, no conocía la impresionante historia de los prisioneros del Vértice Merengue. Un amigo también me contó hace tiempo la historia de un tío suyo que fue fusilado, aunque sobrevivió, recobró el conocimiento en el camión que llevaba los cuerpos a enterrar, salto en marcha y murió de viejo muchos años después. Seguramente haya bastantes historias similares que desgraciadamente se perderán para siempre.
ResponderEliminarLa historia de Sánchez Mazas es más conocida, pero no está de más el que la haya vuelto a recordar.
Mucas gracias por el comentario. Un saludo.
Estimado y admirado D. Florentino:
ResponderEliminarMuchas gracias por su nueva entrada, tan interesante como todas y a la que espero que sigan muchas este año. He encontrado gracias a Google dos noticias sobre José Lorente Granero. En el ABC del 20 de julio de 1971 aparece su nombre, junto a otros, en una lista titulada "Campeones de destreza en el oficio". El contexto es (copio del ABC) "la entrega de los títulos [...] de la competición 'Destreza en el oficio'" por el mismísimo Franco en la "Fiesta de la Exaltación del Trabajo", que es como parece ser que por entonces se llamaba al 18 de julio. "El Caudillo fue aclamado con entusiasmo por los empresarios y los trabajadores", apostilla el ABC. ¿También por nuestro personaje, el "mal fusilado" treinta y cinco años antes? Casi otros treinta después, el 26 de enero de 2001, José Lorente Granero vuelve a salir en una lista en el ABC, pero esta vez es en la de fallecidos (como edad aparece entre paréntesis la de 84 años, por lo que debió de nacer en 1917 o muy a principios de 1918, lo cual -unido a la coincidencia de nombre y dos apellidos- hace casi seguro que se trataba de nuestro hombre).
Muchas gracias amig@ Anónim@ por su comentario.
ResponderEliminarMuy interesantes los datos que aporta, casi con toda seguridad se trate de la misma persona, sobre todo en la nota necrológica, lo que nos indicaría que sobrevivió a la guerra y también a la represión de la posguerra. Si también se trata del mismo José Lorente que recogió el premio entregado por el general Franco menudo trago tuvo que pasar. Menudo tránsito, de darte dos tiros a darte un premio.
Muchas gracias de nuevo y vamos a esperar a ver si algún lector nos puede aportar más datos. En los casos de José Bretaño y de Máximo Moreno algunos familiares enviaron comentarios aportando un poco más de luz a las biografias de estas personas, confiemos en que ocurra lo mismo en este caso.
Un saludo.
Lo del reciclado de vainas es un clásico del ejército español; ya en el siglo XIX las vainas disparadas eran "recicladas" y vueltas a uasr después de rellenarlas de pólvora, cambiar el fulminante y poner otra bala. No es raro encontrar daños en los culotes de vainas de Remington o Mauser por haber sido percutidas en múltiples ocasiones. Llegaba un momento en que la vaina quedaba muy dañada y entonces era desechada definitivamente. ¿El objetivo de todo ello? Ahorrar dinero.
ResponderEliminarMuchas gracias por el comentario, muy interesante el dato. Había oído hablar del reciclado de vainas, pero creía que también se podrían vender como metal para chatarra. Un saludo.
ResponderEliminarInteresante lo del reciclado de vainas. Me hace preguntarme a cuantos soldados les falló el disparo en momentos críticos por tener las vainas demasiadas percusiones.
ResponderEliminarEfectivamente, con tanto reciclaje seguro que el "encasquillado" era algo habitual. Los defectos en la munición debían de ser algo habitual, no recuerdo quien me contó o donde lo leí, que en la ofensiva de La Granja,de cada tres disparos de artillería uno no explotaba, incluso no recuerdo si no serían dos de cada tres. Un saludo.
ResponderEliminarSi no recuerdo mal, en la ofensiva de La GRanja el problema estaba en la artillería que se había adquirido donde se pudo, habitualmente de pésima calidad, en pésimo estado y con una munición... pésima. La República se hizo con mucho material sobrante de la PGM, alamacenado desde 1918. La munición, sea de fusil, de artillería terrestre o naval, de mortero.... se degrada con el tiempo o directamente se echa a perder si ha estado almacenada en malas condiciones. El TNT, por ejemplo, puede llegar a "sudarse" fuera de la granada si esta ha sido almacenada en malas condiciones.
ResponderEliminarOtro caso relativamente conocido ocurrio en Ifni, cuando un porcentaje importante de las bombas usadas por los CASA 2111 (He111H fabricado bajo licencia en España) no explotaban al llegar al suelo. Se cree que algunas eran de la época de ka guerra, aunque otras almas más tolerantes han mencionado que quizás la arena no estaba lo suficientemente dura como para iniciar las espoletas....
Muchas gracias Gorka por tan ilustrativo comentario.
ResponderEliminarNo cabe duda de que el tema de las municiones fue un verdadero quebradero de cabeza en el bando republicano. Creo recordar también que durante la Batalla de Madrid por un lado Vicente Rojo no sabía con exactitud las unidades de que disponía, ni el número de componentes, ni su ubicación y tampoco su armamento y preparación. A ello había que sumar que en una misma unidad, podían convivir diferentes tipos de armas con distintos calibres, cada miliciano llevaba el arma que primero había pillado, por lo que el abastecer de munición a estas unidades era un completo galimatias.
En cuanto a lo que comenta de los bombardeos en Ifni, recuerdo también el caso del bombardeo de la basílica de El Pilar en Zaragoza, dos proyectiles cayeron en el templo y no hicieron explosión, lo que se interpretó como un milagro de la Virgen, pero parece que lo que realmente ocurrió es que los atacantes no sabían preparar las espoletas.
Un saludo.
Soy un lector ocasional. Yo escuché de boca del mismísimo piloto que "bombardeó" el Pilar que fue una demostración de que podían hacerlo pero habían desactivado las bombas previamente. El motivo fue el no servir de motivo de publicidad para el bando contrario. Se reía bastante cuando le mentaban el milagro.
ResponderEliminarYo conocí a la persona que ordenó la desactivación de las bombas del Pilar y escuché la confesión personalmente.
EliminarGracias por su comentario y por visitar el blog.
EliminarYo les invitaría a escribirlos y dar a conocer esos testimonios, sería muy interesante.
Saludos.
Excelente blog, me lo apunto. Salud
ResponderEliminarMuchas gracias por su comentario y por visitar el blog. Esperamos verle por aquí a menudo.
EliminarSaludos.
si las bombas se lanzan de poca altura, no da tiempo a que la helice de la punta libere la espoleta, luego no pueden esplotar
EliminarTengo 78 años.Nací en 1935 pero pase los 3 primeros años en Madrid, por los "Carabancheles" que estaban en el frente de guerra, ya que recuerdo haber visto montones de vainas de cañon amontonadas y eso que era un niño.
ResponderEliminarMuchas gracias por su comentario y por visitar el blog.
EliminarUna guerra tiene que quedar marcada en la memoria, incluso para un niño pequeño como usted en aquellos momentos. En toda aquella zona, que fue frente de batalla desde noviembre de 1936 a marzo de 1939, se tuvieron que amontonar grandes cantidades de restos de materiales utilizados en los combates, en la actualidad todavía es posible encontrarse vainas y balas en lugares como la Casa de Campo o el Parque del Oeste, así como algunos restos más voluminosos.
Un saludo.
Florentino Areneros.
Muchas gracias Sr. Areneros.Tiene Vd. muchas razón.No se pueden olvidar ls escenas vividas de pequeño.Un saludo.
EliminarEstuve a punto de ser evacuado a Rusia con otros niños y con mi madre (que se hizo enfermera)pasé por un Hospital de Guerra en Utiel y otro en Denia, donde acabó la guerra.Como niño no podia estar en los hospitales, pero los médicos y demás personal de los hospitales ayudaron a mi madre a esconderme, cuando venía algun Inspector. Eso si,gracias a esto no pasé hambre y comí muchas galletas.
ResponderEliminarPues fue usted bastante afortunado en aquella tesitura. Debe de ser una sensación curiosa el pensar ¿qué hubiera sido de mi vida si me hubieran llevado a Rusia?.
EliminarSaludos.
Cierto Sr. Areneros.
EliminarEn cuantas ocasiones han salido en los diarios y en las televisones reportajes sobre los los niños llevados a Rusia, hoy todos los que viven tienen mi edad o algo más,me encuentro en una situación dificil de entender, porque por un lado me veo como uno de ellos y por otro, me alegro de que no me enviaran allí.
Y sabe Vd. por qué me libre? Simplemente porque al ir a subirme al camión donde los habían subido a los otros niños, a mi me faltaba un zapato...y me dejaron hasta que tuviera el calzado completo, con lo que ya no me volvieron a coger y me salve.Fíjese lo que es el azar:! por faltar un zapato¡
Nunca se sabe como habría cambiado nuestra vida por algún pequeño detalle, en el suyo un zapato pudo haber cambiado radicalmente su vida, no sabemos si para bien o para mal. Yo creo que, pese a todo lo que vino después de la guerra, tuvo usted suerte de quedarse en España.
EliminarLos niños de Rusia creo que no pasan por momentos muy buenos, como colectivo me refiero, la autoridades rusas ya no les apoyan y financian como antes y desde España tampoco se preocupan de ellos. Creo que tienen serios problemas para continuar con la asociación que tenían en Moscú y están a punto de perder su sede. parece que ni son rusos ni tampoco españoles.
Al padre del periodista deportivo José María García también le fusilaron mal.
ResponderEliminarQué notición José Ramón... cuente, cuente por favor...
EliminarUn caso similar al de la crónica. Era falangista. Le fusilaron a las afueras de Madrid. Unos milicianos que estaban algo borrachos. Cayó herido y no hubo tiros de gracia. Cuando se fueron, se escapó y se escondió en casa de un amigo. Pero ahí no acabaron sus vicisitudes. Hubo un segundo episodio bastante tremendo.
EliminarCuando ya faltaba poco para acabar la guerra, volvió a ser detenido. Le llevaron a la cárcel de Alicante y una madrugada le sacaron al patio para fusilarle junto con otros. Y entonces sucedió algo tremendo. Cuando ya estaban en el paredón, empezaron a discutir (delante de ellos) milicianos comunistas y anarquistas, los comunistas querían fusilarles y los anarquistas se negaban. Estuvieron mucho tiempo discutiendo y al final se impusieron los anarquistas. les devolvieron a las celdas. Cuando me lo contaba, a mediados de los 80, le temblaba la voz. Dos veces tuvo suerte.
ResponderEliminarMurió en Madrid en 2001, con 91 años.
ResponderEliminarInteresantísimo, todo un documento, menuda historia. ya me gustaría hacerle una entrevista al hijo. ¿Sabes si está recogido en algún sitio este testimonio?
EliminarNo creo que esté en ningún sitio. A mí me lo contó el padre, que era cliente del despacho en el que trabajaba yo.
EliminarPues es una historia que merece ser contada, qué lástima. No ´se yo si el "notario de la actualidad" sabrá algo del tema, y lo que es más complejo, si estará dispuesto a contarlo.
EliminarLo sabe seguro. Lo que no creo es que esté dispuesto a contarlo.
ResponderEliminarVamos a intentarlo...
Eliminarhola¡ puedo consultarle sobre una unidad del EPR ?
ResponderEliminarsaludos
Recién publique la historia de Gila y me encuentro con esto:
ResponderEliminar"Ni lo fusilaron mal, ni estuvo preso ni fue exiliado político"
https://www.libertaddigital.com/chic/corazon/2015-07-12/las-mentiras-personales-de-gila-1276552585/
https://www.abc.es/archivo/periodicos/abc-madrid-20010728-58.html
https://www.elmundo.es/cronica/2019/03/12/5c81711521efa0d0468b461b.html
Lo he borrado todo. Ya no se lo que es verdad.