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LA SEMANA GRANDE
Cuando se habla de la Semana Grande, los buenos aficionados saben que se trata de las fiestas de Bilbao. Unas fiestas a lo grande, por todo lo alto, donde no falta de nada, a la bilbaína vaya. Y por su puesto tampoco podían faltar los toros, y como no podía ser de otra forma también es a lo grande y los toros cuanto más grandes mejor, no en vano estas fiestas también son conocidas como la “Feria del Toro”.
Bilbao tiene una plaza grande, de primera pues, como no podía ser de otra forma, de nombre Vista Alegre, como su homónima de Madrid. Una plaza muy coqueta que tiene la particularidad de que en vez de albero, el ruedo es de una arena casi negra, del color del hierro, para que se sepa sin lugar a dudas que uno esta en Bilbao. Y a esta plaza y a esta feria, no viene a torear cualquiera, aquí solo vienen los mejores, los grandes, que para eso es Bilbao, nada de segundones ni figurillas de postín. Y en cuanto a los toros, que les voy a decir de los toros, aquí solo saltan a la arena los mejores, los más grandes, los más bravos, las ganaderías comerciales se quedan para los festejos de las playas abarrotados de guiris, aquí solo toros de primera, toros de Bilbao: los Pablo Romero, los Miura, los Vitorino, y por supuesto los de la bilbaína Dolores Aguirre, esos no pueden faltar que estamos en Bilbao.
Es curioso ver como lamentablemente en los tiempos que corren toros y política se mezclan haciendo de ellos una cuestión identitaria. Así para algunos sectores del nacionalismo catalán se trata de algo ajeno e impuesto desde el más rancio “centralismo españolista”, mientras que para muchos habitantes del Rosellón en Francia es algo asumido como propio y seña de identidad frente a la preponderancia cultural francesa. Sin olvidar tampoco a otros “nacionalismos”, mas centrados geográficamente pero no menos desfasados que los anteriores, que con el don de la oportunidad, se declaran paladines de la fiesta, aunque mucho nos tememos que tras ello lo que se pretenda sea meter el dedo en ojo ajeno (sin mirar a nadie), arrancando la ovación de los más acérrimos incondicionales (auténticos hooligans de los tendidos, y en muchos casos verdaderos analfabetos de la tauromaquia y sus secretos). Y en medio de todo este guirigay de identidades, políticas y absurdos, los buenos aficionados lo que piden es solamente una cosa: “virgencita que me quede como estoy”.