Durante la Batalla de Madrid la ciudad sufriría un buen número de bombardeos indiscriminados que provocarían innumerables victimas civiles. En la imagen vemos un bombardeo Savoia SM81 escoltado por un grupo de “chirris”. (Hacka clic en cualquiera de las imágenes de esta crónica para verlas ampliadas).
DERRIBO Y MUERTE DEL PILOTO SERGEI TARJOV (II PARTE)
Finalizaba nuestra anterior crónica en una habitación del hotel Palace de Madrid la noche del 13 de noviembre de 1936, donde el “periodista” Mijail Koltsov conversaba con Sergei Tarjov “Antonio”, capitán de una escuadrilla de Polikarpov I-15, los populares “chatos”, cuyo aparato había sido abatido esa misma mañana en un espectacular duelo aéreo en el cielo de Madrid, el más importante de toda la guerra hasta aquel momento por número de aparatos que intervinieron en el mismo. Tarjov ante la imposibilidad de controlar el aparato se vio forzado a saltar en paracaídas. Mientras descendía es confundido con un piloto alemán y los milicianos abren fuego sobre él causándole graves heridas, de las que es operado ese mismo día en el hotel Palace convertido en hospital de sangre.
Sergei Fedorovich Tarjov había nacido en Saratov, Rusia, el 8 de octubre de 1909. Desde 1929 era miembro del partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). Por medio del Komsomol (Unión Comunista de la Juventud) sería enviado a estudiar en la Escuela Militar de Leningrado para ingresar en la fuerza aérea, la formación práctica la realizaría en la Escuela de Pilotos Militares de Orenburg. Se graduó en julio de 1929 como piloto militar, siendo destinado a los distritos militares de Kiev y Bielorrusia. En 1934 se graduó en la escuela de vuelo superior táctico. En Febrero de 1936, antes de de ir a España, pasó a comandar el Escuadrón 107 de la Aviación de Combate de la URSS.
El piloto ruso Sergei Tarjov “Antonio”.
En esta crónica, continuación de la anterior, seguiremos repasando los textos del “Diario de la guerra de España” de Mijail Koltsov referidos a la guerra en el aire, entre los días 13 y 23 de noviembre de 1936, que fueron los días de mayor intensidad de la Batalla de Madrid. Koltsov oficialmente era corresponsal del diario Pravda en España, sin embargo sus funciones iban mucho más allá, fue asesor político, asesor militar y llegó a intervenir directamente en algunos combates, como ya vimos en una crónica anterior sobre el asalto al Alcázar de Toledo. Mijail Koltsov llegaría incluso a ser considerado por algunos como “los ojos y los oidos de Stalin en España”, y no cabe ninguna duda de que en aquellos días ejercía un gran poder, y pocas cosas y decisiones escapaban a su control. El novelista Hemingway llegaría a decir de él que era “uno de los tres hombres más importantes de España”. Por ello la lectura de su diario, de una gran calidad literaria por otra parte, es un ejercicio imprescindible para todo aquel aficionado a la guerracivilmaquia que quiera conocer como fueron los primeros meses de la guerra, y más concretamente la Batalla de Madrid. Recomendamos a nuestros lectores, los que todavía no lo hayan hecho, la lectura del “Diario de la guerra de España” de Mijail Koltsov, reeditado por Planeta en 2009 con un interesante prólogo de Paul Preston.
Retomamos el relato de Koltsov (omitiendo lo que no tenga relación con la guerra en el aire o con Sergei Tarjov) en la mañana del 14 de noviembre de 1936, uno de los momentos álgidos de la Batalla de Madrid, cuando se luchaba, a veces cuerpo a cuerpo, en las trincheras de la ciudad, y la intensidad de los bombardeos indiscriminados de la aviación franquista, y la frecuencia de los combates aéreos aumentaban.
14 de noviembre
Hoy, por la mañana, ha sido volado el puente de Segovia. Lo ha volado un Junker de una bomba, sin quererlo él mismo. Apuntaba a las unidades republicanas que estaban junto al puente. Cerca de la estación de Atocha, las bombas han estropeado la fachada del Ministerio de Fomento. Dos enormes columnas de mármol se han deshecho como si fueran de azúcar. Al lado del ministerio, una bomba ha abierto un embudo muy hondo, por el que se ven los raíles del metro. Bien es verdad que el metro, aquí, no está construido a gran profundidad. La potencia de las bombas es enorme. Son bombas de media tonelada.
“…las bombas han estropeado la fachada del Ministerio de Fomento. Dos enormes columnas de mármol se han deshecho como si fueran de azúcar.”
Lo ocurrido con Antonio ha causado una honda impresión en el Estado Mayor. Se ha dado una orden especial sobre la salvaguarda de la vida de todos los pilotos, aunque sean enemigos, que efectúen un aterrizaje forzoso o que salten en paracaídas sobre territorio republicano. Todos los aviadores ilesos serán dirigidos inmediatamente al Estado Mayor, sin hacerlos objeto de ofensas de palabra ni de hecho. Se ordena que a los heridos se los conduzca inmediatamente al hospital. Quienes infrinjan la orden serán entregados a un tribunal militar.
El general Miaja (sentado) junto a su ayudante el general Cardenal.
En la orden se dice:
«Comprendemos muy bien el sentimiento de ira y de furia que se apodera de los milicianos al ver a los fascistas destructores de nuestras casas. Pero principios de orden militar nos obligan a exigir de todas las unidades una actitud correcta respecto a los aviadores prisioneros. El piloto que salta en paracaídas, queda fuera de combate y, al mismo tiempo, es de gran valor la información que de él se puede obtener. El mando espera que no serán las medidas de castigo, sino la conciencia de los combatientes republicanos, lo que hará cumplir esta orden.»
La orden se ha publicado en todos los periódicos y ha sido transmitida por radio.
15 de noviembre
Como respuesta a la magnánima orden sobre el humano trato que se ha de tener con los aviadores, los fascistas han arrojado sobre el aeródromo madrileño de Barajas una carga monstruosa. Al paracaídas iba atada una caja de madera con la inscripción: «Valladolid.» Al abrir la caja, se ha encontrado dentro un cadáver cortado en pedazos, un montón espantoso de carne ensangrentada y trozos de ropa. Por algunos indicios se ha logrado reconocer el cuerpo del aviador de un caza republicano, José Galarza, quien ayer participó en un combate aéreo y efectuó un aterrizaje forzoso en territorio enemigo. Para llevar a cabo su acción, los fascistas necesitaron por lo menos varias horas. Tuvieron que cortar el cuerpo de José Galarza (¿muerto o vivo?) a lo matarife, en pedazos; luego tuvieron que colocar esos trozos en una sábana, atarla para hacer un lío, colocarlo en la caja, atarla al paracaídas, entregarla a un aviador, efectuar el vuelo con la caja y arrojarla.
“Al paracaídas iba atada una caja de madera con la inscripción: «Valladolid.» Al abrir la caja, se ha encontrado dentro un cadáver cortado en pedazos, un montón espantoso de carne ensangrentada y trozos de ropa.”
El capitán Antonio se consume en la cama. Le es muy difícil no moverse. Exige que le visiten sus «muchachos» de la escuadrilla de “chatos”, los llama por su nombre, cita entre ellos a José Galarza. Un obús ha estallado nuevamente junto al Palace. Las paredes han temblado. Los heridos han saltado de sus camas y han salido al corredor. Ha saltado y ha salido, también, Antonio. A duras penas lo han metido en la cama. Tiene vaga la mirada, habla mucho. El médico ha dicho que empieza la peritonitis.
Durante todo el día se han librado incesantes y encarnizados combates aéreos. Los «chatos» pelean intrépidamente contra la aviación fascista que casi es tres veces superior. A las dieciséis horas, durante su cuarto combate del día, un caza republicano, separándose de su eslabón, ha atacado audazmente a un grupo de Junkers. Tras él se ha lanzado una bandada entera de Heinkels y lo han derribado. El aviador ha saltado en paracaídas y ha caído indemne en el paseo de la Castellana. La muchedumbre, entusiasmada, ha llevado en brazos al valiente a un automóvil. A los quince minutos ya se encontraba en el edificio del Ministerio de la Guerra. Los miembros de la Junta de Defensa aplauden al héroe, le abrazan. El piloto, Pablo Palancar, se siente confuso ante semejante recibimiento. Tiene los cabellos enmarañados, de sus atrevidos ojos no ha desaparecido aún la excitación de la lucha y del peligro. Informa brevemente y pide permiso para volver en seguida a su unidad.
Pavel Rigachov “Pablo Palancar”.
17 de noviembre
Noche de pesadilla. Los Junkers han volado furiosos desde las once de la noche hasta las cinco de la madrugada. Han atacado con bombas de media tonelada toda la parte central de la ciudad. Los edificios más afectados por el bombardeo han sido los hospitales.
En el Palace vibraban sin cesar las paredes, tintineaban los cristales rotos, gritaban histéricamente los heridos. La enfermería se ha convertido en un manicomio ensangrentado. No he podido ir a ninguna parte, hasta el amanecer he permanecido sentado junto a la cama de Antonio, sosteniendo en mis manos las suyas, grandes, pero ya débiles y húmedas, procurando no estremecerme con él cuando retemblaban las bóvedas, cuando la oscuridad absoluta quedaba rasgada por el relámpago de las explosiones y el precipitado rumor de pasos en el corredor despertaba el gregario deseo de lanzarse hacia abajo y refugiarse en el sótano. ¡Antonio no puede correr, no debe ser llevado a ninguna otra parte!
“Los Junkers han volado furiosos desde las once de la noche hasta las cinco de la madrugada. Han atacado con bombas de media tonelada toda la parte central de la ciudad”. En la imagen vemos la calle Costanilla de los Ángeles.
-¡¿No me abandonarán, aquí?! ¿,No me dejarán? Me parece que ya han salido todos. ¿Por qué nos quedamos, nosotros?
-No se ha ido nadie, quédate tranquilo en la cama. Sobre nosotros tenemos nada menos que cuatro pisos. Además, yo estoy contigo, a tu lado, esto significa que no pasa nada grave, ¿no es así?
-;No te vayas por nada del mundo! De otro modo, también yo me levantaré e iré detrás de ti.
Se durmió, mejor dicho, quedó adormilado, inconsciente, después de las cuatro de la madrugada. Yo salí a la calle -en torno, ruinas, cascotes, huellas de incendios-. El Palace ha sufrido poco; en cambio, a su lado ha sido reducido a cenizas un gran hotel de lujo, el Savoy, uno de los mejores de Madrid. Del bar instalado en la planta baja, por una verdadera casualidad, ha quedado el mostrador con licores. Estremecido por el frío matinal, he contemplado cómo dos mozos, riendo, probaban el contenido de las botellas.
“El Palace ha sufrido poco; en cambio, a su lado ha sido reducido a cenizas un gran hotel de lujo, el Savoy, uno de los mejores de Madrid.”. En la fotografía vemos el Hotel Savoy, ubicado en la Plaza de Platerias Martínez, se conserva el edifico aunque ya no es un hotel.
En el hospital de San Carlos han quedado completamente destruidos los dos pisos superiores. Han sufrido mucho el hospital provincial de Madrid de la Federación Sanitaria y el hospital de la Facultad de Medicina de la Universidad. En San Carlos hay veintitrés muertos y noventa y tres heridos por efectos del bombardeo. Además, a consecuencia de la evacuación precipitada del hospital, por la noche, han muerto noventa heridos.
Se supone que las bombas no han caído en los hospitales por casualidad.
Los bombarderos arrojaban primero hacia abajo bengalas luminosas, veían cuáles eran los edificios y luego echaban las bombas.
19 de noviembre
Estas cuarenta y ocho horas han sido lo más terrible de cuanto hasta ahora ha experimentado la desgraciada ciudad.
Madrid arde. Las calles están llenas de luz, en las calles hace calor, pero no es de día ni es verano, sino una noche de noviembre. Camino por la ciudad; un enorme resplandor ilumina las calles por todas partes, a dondequiera que me dirija.
Madrid arde. Lo ha incendiado la aviación alemana.
…
“Madrid arde. Las calles están llenas de luz, en las calles hace calor, pero no es de día ni es verano, sino una noche de noviembre”. En la imagen la Plaza del Carmen con los edificios adyacentes ardiendo por efecto de los bombardeos aéreos.
La resistencia de Madrid ha provocado en los fascistas una furia ciega. Han decidido borrar de la faz de la tierra la capital de España, aniquilar a sus habitantes o por lo menos obligar a los defensores de Madrid a ceder la capital para conservar un millón de vidas humanas. Lo que ahora ocurre puede hacer perder el equilibrio hasta al hombre más firme. Ni siquiera sé si cabe garantizar que los madrileños adultos conservan la psique en orden. En la ciudad han aparecido muchos alienados.
El hecho es que la prueba aún no ha terminado. El mando fascista bombardea a Madrid con fuerza creciente. Aquí ha sido concentrada en lo fundamental toda la aviación de los facciosos. Hoy, durante el día, han bombardeado la ciudad veinte Junkers acompañados de treinta cazas -había de una vez cincuenta aparatos en el aire-. La aviación republicana, numéricamente, es en mucho más débil. Su audacia no siempre puede compensar la superioridad de fuerzas del enemigo. De todos modos, los chatos han abatido hoy dos Junkers y dos cazas. El bombardeo se reanuda cada tres o cuatro horas. Y después de cada incursión aérea, es mayor y mayor el número de ruinas humeantes, cada vez hay más y más carne humana ensangrentada. Resuenan por las calles los lamentos, los llantos, los gemidos de la enloquecida gente. Asesinos perspicaces, tranquilos, en naves grises, oscuras, de acero, una y otra vez vuelan sobre la ciudad, una y otra vez arrojan el estruendo de la muerte sobre las indefensas personas. Transcurren tres o cuatro horas. De la calle han tenido tiempo de retirar a las víctimas; soplan en las habitaciones frías corrientes de aire -son muy pocos los cristales de las ventanas enteros, no rotos-. Y todo vuelve a comenzar desde el principio. Lo que parecía una maligna utopía, prototipo libresco de la futura guerra, se ha convertido ahora en un hecho. En el umbral del año 1937, el militarismo fascista, a los ojos del mundo entero, destruye una enorme capital europea.
“Ayer, la aviación fascista necesitaba aún bengalas luminosas. Hoy, la ciudad en llamas se ilumina a sí misma”. En esta fotografía vemos los restos de lo que fue el Mercado de la Plaza del Carmen.
Bien avanzada la noche, recorremos las calles de Madrid. Ayer, la aviación fascista necesitaba aún bengalas luminosas. Hoy, la ciudad en llamas se ilumina a sí misma. Embriagados por el espectáculo de los incendios, los asesinos vuelven una y otra vez, arrojando siempre nuevas bombas sobre nuevos blancos, sobre nuevos seres vivos.
23 de noviembre
Por la mañana ha muerto el capitán Antonio.
Ha estado delirando hasta las últimas horas de su vida: subía al caza, atacaba los aparatos de bombardeo fascistas, daba órdenes. Un cuarto de hora antes de la muerte, de súbito, ha recobrado el conocimiento. Ha preguntado qué hora era y cómo luchaba su escuadrilla. Recibida la contestación, ha sonreído.
-Que feliz soy de haber conducido, por lo menos antes de la muerte, a mis muchachos a1 combate... ¡Son mis discípulos, mi semilla, mi sangre!
Ahora ya no combate. Grande, tranquilo, yace sin movimiento, con una flor en la almohada. Primero lo han llevado abajo, al garaje convertido en depósito de cadáveres, donde también estuvo el tanquista Simón. Luego le hemos a un cementerio, en la parte oriental de la ciudad. Hermoso cementerio. Aquí traen gente sin cesar. Ahora es poco menos que el único. El cementerio donde enterrábamos antes a los aviadores de la escuadrilla internacional, en el extremo de Carabanchel, ya está en manos de los fascistas.
Uno de los muchos entierros de militares que se pudieron ver en Madrid durante los meses de la guerra.
Sólo cinco personas acompañan el ataúd de Antonio, entre ellas el médico y la hermana de la caridad que lo han estado cuidando. Los «chatos» no han podido acudir a despedirse de su jefe. El día es claro, combaten. Precisamente estando nosotros en el cementerio han volado por encima de él altos, muy altos; la audaz bandada se lanza una y otra vez a nuevos combates.
En este cementerio no entierran los ataúdes, los colocan en nichos de cemento, dispuestos en dos pisos.
Hemos mirado una vez más a Antonio.
El celador del camposanto ha comprobado el documento del hospital, ha colocado la tapa del féretro y lo ha cerrado. Extraña costumbre la de España: cierran el ataúd con llave.
-¿Quién es, aquí, el pariente más próximo? -pregunta el celador.
-Yo soy el pariente más próximo -contesto.
Me ha tendido una llavecita de hierro atada a una cinta negra. Hemos levantado el ataud hasta el nivel de los hombros y lo hemos colocado en la hilera superior de nichos. Nos hemos quedado mirando cómo un albañil, manejando hábilmente la llana, tapiaba el hueco.
-¿Qué inscripción se ha de poner? -pregunta el celador.
-Ninguna -he respondido-. Por de pronto, yacerá aquí sin inscripción. De él escribirán donde hace falta.(*)
Mijail Koltsov
DERRIBO Y MUERTE DEL PILOTO SERGEI TARJOV (II PARTE)
Finalizaba nuestra anterior crónica en una habitación del hotel Palace de Madrid la noche del 13 de noviembre de 1936, donde el “periodista” Mijail Koltsov conversaba con Sergei Tarjov “Antonio”, capitán de una escuadrilla de Polikarpov I-15, los populares “chatos”, cuyo aparato había sido abatido esa misma mañana en un espectacular duelo aéreo en el cielo de Madrid, el más importante de toda la guerra hasta aquel momento por número de aparatos que intervinieron en el mismo. Tarjov ante la imposibilidad de controlar el aparato se vio forzado a saltar en paracaídas. Mientras descendía es confundido con un piloto alemán y los milicianos abren fuego sobre él causándole graves heridas, de las que es operado ese mismo día en el hotel Palace convertido en hospital de sangre.
Sergei Fedorovich Tarjov había nacido en Saratov, Rusia, el 8 de octubre de 1909. Desde 1929 era miembro del partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). Por medio del Komsomol (Unión Comunista de la Juventud) sería enviado a estudiar en la Escuela Militar de Leningrado para ingresar en la fuerza aérea, la formación práctica la realizaría en la Escuela de Pilotos Militares de Orenburg. Se graduó en julio de 1929 como piloto militar, siendo destinado a los distritos militares de Kiev y Bielorrusia. En 1934 se graduó en la escuela de vuelo superior táctico. En Febrero de 1936, antes de de ir a España, pasó a comandar el Escuadrón 107 de la Aviación de Combate de la URSS.
El piloto ruso Sergei Tarjov “Antonio”.
En esta crónica, continuación de la anterior, seguiremos repasando los textos del “Diario de la guerra de España” de Mijail Koltsov referidos a la guerra en el aire, entre los días 13 y 23 de noviembre de 1936, que fueron los días de mayor intensidad de la Batalla de Madrid. Koltsov oficialmente era corresponsal del diario Pravda en España, sin embargo sus funciones iban mucho más allá, fue asesor político, asesor militar y llegó a intervenir directamente en algunos combates, como ya vimos en una crónica anterior sobre el asalto al Alcázar de Toledo. Mijail Koltsov llegaría incluso a ser considerado por algunos como “los ojos y los oidos de Stalin en España”, y no cabe ninguna duda de que en aquellos días ejercía un gran poder, y pocas cosas y decisiones escapaban a su control. El novelista Hemingway llegaría a decir de él que era “uno de los tres hombres más importantes de España”. Por ello la lectura de su diario, de una gran calidad literaria por otra parte, es un ejercicio imprescindible para todo aquel aficionado a la guerracivilmaquia que quiera conocer como fueron los primeros meses de la guerra, y más concretamente la Batalla de Madrid. Recomendamos a nuestros lectores, los que todavía no lo hayan hecho, la lectura del “Diario de la guerra de España” de Mijail Koltsov, reeditado por Planeta en 2009 con un interesante prólogo de Paul Preston.
Retomamos el relato de Koltsov (omitiendo lo que no tenga relación con la guerra en el aire o con Sergei Tarjov) en la mañana del 14 de noviembre de 1936, uno de los momentos álgidos de la Batalla de Madrid, cuando se luchaba, a veces cuerpo a cuerpo, en las trincheras de la ciudad, y la intensidad de los bombardeos indiscriminados de la aviación franquista, y la frecuencia de los combates aéreos aumentaban.
Haga clic en la imagen para ir a la página de Madrid en Guerra.
14 de noviembre
Hoy, por la mañana, ha sido volado el puente de Segovia. Lo ha volado un Junker de una bomba, sin quererlo él mismo. Apuntaba a las unidades republicanas que estaban junto al puente. Cerca de la estación de Atocha, las bombas han estropeado la fachada del Ministerio de Fomento. Dos enormes columnas de mármol se han deshecho como si fueran de azúcar. Al lado del ministerio, una bomba ha abierto un embudo muy hondo, por el que se ven los raíles del metro. Bien es verdad que el metro, aquí, no está construido a gran profundidad. La potencia de las bombas es enorme. Son bombas de media tonelada.
“…las bombas han estropeado la fachada del Ministerio de Fomento. Dos enormes columnas de mármol se han deshecho como si fueran de azúcar.”
Lo ocurrido con Antonio ha causado una honda impresión en el Estado Mayor. Se ha dado una orden especial sobre la salvaguarda de la vida de todos los pilotos, aunque sean enemigos, que efectúen un aterrizaje forzoso o que salten en paracaídas sobre territorio republicano. Todos los aviadores ilesos serán dirigidos inmediatamente al Estado Mayor, sin hacerlos objeto de ofensas de palabra ni de hecho. Se ordena que a los heridos se los conduzca inmediatamente al hospital. Quienes infrinjan la orden serán entregados a un tribunal militar.
El general Miaja (sentado) junto a su ayudante el general Cardenal.
En la orden se dice:
«Comprendemos muy bien el sentimiento de ira y de furia que se apodera de los milicianos al ver a los fascistas destructores de nuestras casas. Pero principios de orden militar nos obligan a exigir de todas las unidades una actitud correcta respecto a los aviadores prisioneros. El piloto que salta en paracaídas, queda fuera de combate y, al mismo tiempo, es de gran valor la información que de él se puede obtener. El mando espera que no serán las medidas de castigo, sino la conciencia de los combatientes republicanos, lo que hará cumplir esta orden.»
La orden se ha publicado en todos los periódicos y ha sido transmitida por radio.
15 de noviembre
Como respuesta a la magnánima orden sobre el humano trato que se ha de tener con los aviadores, los fascistas han arrojado sobre el aeródromo madrileño de Barajas una carga monstruosa. Al paracaídas iba atada una caja de madera con la inscripción: «Valladolid.» Al abrir la caja, se ha encontrado dentro un cadáver cortado en pedazos, un montón espantoso de carne ensangrentada y trozos de ropa. Por algunos indicios se ha logrado reconocer el cuerpo del aviador de un caza republicano, José Galarza, quien ayer participó en un combate aéreo y efectuó un aterrizaje forzoso en territorio enemigo. Para llevar a cabo su acción, los fascistas necesitaron por lo menos varias horas. Tuvieron que cortar el cuerpo de José Galarza (¿muerto o vivo?) a lo matarife, en pedazos; luego tuvieron que colocar esos trozos en una sábana, atarla para hacer un lío, colocarlo en la caja, atarla al paracaídas, entregarla a un aviador, efectuar el vuelo con la caja y arrojarla.
“Al paracaídas iba atada una caja de madera con la inscripción: «Valladolid.» Al abrir la caja, se ha encontrado dentro un cadáver cortado en pedazos, un montón espantoso de carne ensangrentada y trozos de ropa.”
El capitán Antonio se consume en la cama. Le es muy difícil no moverse. Exige que le visiten sus «muchachos» de la escuadrilla de “chatos”, los llama por su nombre, cita entre ellos a José Galarza. Un obús ha estallado nuevamente junto al Palace. Las paredes han temblado. Los heridos han saltado de sus camas y han salido al corredor. Ha saltado y ha salido, también, Antonio. A duras penas lo han metido en la cama. Tiene vaga la mirada, habla mucho. El médico ha dicho que empieza la peritonitis.
Durante todo el día se han librado incesantes y encarnizados combates aéreos. Los «chatos» pelean intrépidamente contra la aviación fascista que casi es tres veces superior. A las dieciséis horas, durante su cuarto combate del día, un caza republicano, separándose de su eslabón, ha atacado audazmente a un grupo de Junkers. Tras él se ha lanzado una bandada entera de Heinkels y lo han derribado. El aviador ha saltado en paracaídas y ha caído indemne en el paseo de la Castellana. La muchedumbre, entusiasmada, ha llevado en brazos al valiente a un automóvil. A los quince minutos ya se encontraba en el edificio del Ministerio de la Guerra. Los miembros de la Junta de Defensa aplauden al héroe, le abrazan. El piloto, Pablo Palancar, se siente confuso ante semejante recibimiento. Tiene los cabellos enmarañados, de sus atrevidos ojos no ha desaparecido aún la excitación de la lucha y del peligro. Informa brevemente y pide permiso para volver en seguida a su unidad.
Pavel Rigachov “Pablo Palancar”.
17 de noviembre
Noche de pesadilla. Los Junkers han volado furiosos desde las once de la noche hasta las cinco de la madrugada. Han atacado con bombas de media tonelada toda la parte central de la ciudad. Los edificios más afectados por el bombardeo han sido los hospitales.
En el Palace vibraban sin cesar las paredes, tintineaban los cristales rotos, gritaban histéricamente los heridos. La enfermería se ha convertido en un manicomio ensangrentado. No he podido ir a ninguna parte, hasta el amanecer he permanecido sentado junto a la cama de Antonio, sosteniendo en mis manos las suyas, grandes, pero ya débiles y húmedas, procurando no estremecerme con él cuando retemblaban las bóvedas, cuando la oscuridad absoluta quedaba rasgada por el relámpago de las explosiones y el precipitado rumor de pasos en el corredor despertaba el gregario deseo de lanzarse hacia abajo y refugiarse en el sótano. ¡Antonio no puede correr, no debe ser llevado a ninguna otra parte!
“Los Junkers han volado furiosos desde las once de la noche hasta las cinco de la madrugada. Han atacado con bombas de media tonelada toda la parte central de la ciudad”. En la imagen vemos la calle Costanilla de los Ángeles.
-¡¿No me abandonarán, aquí?! ¿,No me dejarán? Me parece que ya han salido todos. ¿Por qué nos quedamos, nosotros?
-No se ha ido nadie, quédate tranquilo en la cama. Sobre nosotros tenemos nada menos que cuatro pisos. Además, yo estoy contigo, a tu lado, esto significa que no pasa nada grave, ¿no es así?
-;No te vayas por nada del mundo! De otro modo, también yo me levantaré e iré detrás de ti.
Se durmió, mejor dicho, quedó adormilado, inconsciente, después de las cuatro de la madrugada. Yo salí a la calle -en torno, ruinas, cascotes, huellas de incendios-. El Palace ha sufrido poco; en cambio, a su lado ha sido reducido a cenizas un gran hotel de lujo, el Savoy, uno de los mejores de Madrid. Del bar instalado en la planta baja, por una verdadera casualidad, ha quedado el mostrador con licores. Estremecido por el frío matinal, he contemplado cómo dos mozos, riendo, probaban el contenido de las botellas.
“El Palace ha sufrido poco; en cambio, a su lado ha sido reducido a cenizas un gran hotel de lujo, el Savoy, uno de los mejores de Madrid.”. En la fotografía vemos el Hotel Savoy, ubicado en la Plaza de Platerias Martínez, se conserva el edifico aunque ya no es un hotel.
En el hospital de San Carlos han quedado completamente destruidos los dos pisos superiores. Han sufrido mucho el hospital provincial de Madrid de la Federación Sanitaria y el hospital de la Facultad de Medicina de la Universidad. En San Carlos hay veintitrés muertos y noventa y tres heridos por efectos del bombardeo. Además, a consecuencia de la evacuación precipitada del hospital, por la noche, han muerto noventa heridos.
Se supone que las bombas no han caído en los hospitales por casualidad.
Los bombarderos arrojaban primero hacia abajo bengalas luminosas, veían cuáles eran los edificios y luego echaban las bombas.
19 de noviembre
Estas cuarenta y ocho horas han sido lo más terrible de cuanto hasta ahora ha experimentado la desgraciada ciudad.
Madrid arde. Las calles están llenas de luz, en las calles hace calor, pero no es de día ni es verano, sino una noche de noviembre. Camino por la ciudad; un enorme resplandor ilumina las calles por todas partes, a dondequiera que me dirija.
Madrid arde. Lo ha incendiado la aviación alemana.
…
“Madrid arde. Las calles están llenas de luz, en las calles hace calor, pero no es de día ni es verano, sino una noche de noviembre”. En la imagen la Plaza del Carmen con los edificios adyacentes ardiendo por efecto de los bombardeos aéreos.
La resistencia de Madrid ha provocado en los fascistas una furia ciega. Han decidido borrar de la faz de la tierra la capital de España, aniquilar a sus habitantes o por lo menos obligar a los defensores de Madrid a ceder la capital para conservar un millón de vidas humanas. Lo que ahora ocurre puede hacer perder el equilibrio hasta al hombre más firme. Ni siquiera sé si cabe garantizar que los madrileños adultos conservan la psique en orden. En la ciudad han aparecido muchos alienados.
El hecho es que la prueba aún no ha terminado. El mando fascista bombardea a Madrid con fuerza creciente. Aquí ha sido concentrada en lo fundamental toda la aviación de los facciosos. Hoy, durante el día, han bombardeado la ciudad veinte Junkers acompañados de treinta cazas -había de una vez cincuenta aparatos en el aire-. La aviación republicana, numéricamente, es en mucho más débil. Su audacia no siempre puede compensar la superioridad de fuerzas del enemigo. De todos modos, los chatos han abatido hoy dos Junkers y dos cazas. El bombardeo se reanuda cada tres o cuatro horas. Y después de cada incursión aérea, es mayor y mayor el número de ruinas humeantes, cada vez hay más y más carne humana ensangrentada. Resuenan por las calles los lamentos, los llantos, los gemidos de la enloquecida gente. Asesinos perspicaces, tranquilos, en naves grises, oscuras, de acero, una y otra vez vuelan sobre la ciudad, una y otra vez arrojan el estruendo de la muerte sobre las indefensas personas. Transcurren tres o cuatro horas. De la calle han tenido tiempo de retirar a las víctimas; soplan en las habitaciones frías corrientes de aire -son muy pocos los cristales de las ventanas enteros, no rotos-. Y todo vuelve a comenzar desde el principio. Lo que parecía una maligna utopía, prototipo libresco de la futura guerra, se ha convertido ahora en un hecho. En el umbral del año 1937, el militarismo fascista, a los ojos del mundo entero, destruye una enorme capital europea.
“Ayer, la aviación fascista necesitaba aún bengalas luminosas. Hoy, la ciudad en llamas se ilumina a sí misma”. En esta fotografía vemos los restos de lo que fue el Mercado de la Plaza del Carmen.
Bien avanzada la noche, recorremos las calles de Madrid. Ayer, la aviación fascista necesitaba aún bengalas luminosas. Hoy, la ciudad en llamas se ilumina a sí misma. Embriagados por el espectáculo de los incendios, los asesinos vuelven una y otra vez, arrojando siempre nuevas bombas sobre nuevos blancos, sobre nuevos seres vivos.
23 de noviembre
Por la mañana ha muerto el capitán Antonio.
Ha estado delirando hasta las últimas horas de su vida: subía al caza, atacaba los aparatos de bombardeo fascistas, daba órdenes. Un cuarto de hora antes de la muerte, de súbito, ha recobrado el conocimiento. Ha preguntado qué hora era y cómo luchaba su escuadrilla. Recibida la contestación, ha sonreído.
-Que feliz soy de haber conducido, por lo menos antes de la muerte, a mis muchachos a1 combate... ¡Son mis discípulos, mi semilla, mi sangre!
Ahora ya no combate. Grande, tranquilo, yace sin movimiento, con una flor en la almohada. Primero lo han llevado abajo, al garaje convertido en depósito de cadáveres, donde también estuvo el tanquista Simón. Luego le hemos a un cementerio, en la parte oriental de la ciudad. Hermoso cementerio. Aquí traen gente sin cesar. Ahora es poco menos que el único. El cementerio donde enterrábamos antes a los aviadores de la escuadrilla internacional, en el extremo de Carabanchel, ya está en manos de los fascistas.
Uno de los muchos entierros de militares que se pudieron ver en Madrid durante los meses de la guerra.
Sólo cinco personas acompañan el ataúd de Antonio, entre ellas el médico y la hermana de la caridad que lo han estado cuidando. Los «chatos» no han podido acudir a despedirse de su jefe. El día es claro, combaten. Precisamente estando nosotros en el cementerio han volado por encima de él altos, muy altos; la audaz bandada se lanza una y otra vez a nuevos combates.
En este cementerio no entierran los ataúdes, los colocan en nichos de cemento, dispuestos en dos pisos.
Hemos mirado una vez más a Antonio.
El celador del camposanto ha comprobado el documento del hospital, ha colocado la tapa del féretro y lo ha cerrado. Extraña costumbre la de España: cierran el ataúd con llave.
-¿Quién es, aquí, el pariente más próximo? -pregunta el celador.
-Yo soy el pariente más próximo -contesto.
Me ha tendido una llavecita de hierro atada a una cinta negra. Hemos levantado el ataud hasta el nivel de los hombros y lo hemos colocado en la hilera superior de nichos. Nos hemos quedado mirando cómo un albañil, manejando hábilmente la llana, tapiaba el hueco.
-¿Qué inscripción se ha de poner? -pregunta el celador.
-Ninguna -he respondido-. Por de pronto, yacerá aquí sin inscripción. De él escribirán donde hace falta.(*)
Mijail Koltsov
Casi con toda seguridad Mijail Koltsov cuando habla de “un cementerio en la parte oriental de la ciudad”, se está refiriendo al madrileño cementerio de La Almudena, o tal vez al Cementerio Civil. La pregunta ahora sería saber si los restos del piloto continúan en este cementerio, o posteriormente fueron trasladados, quizá al cementerio de Fuencarral donde serían enterrados un buen número de los fallecidos den combate de las Brigadas Internacionales. Tampoco descartamos la posibilidad de que sus restos fueran repatriados, algo bastante improbable, así como tampoco descartamos que una vez finalizada la guerra los restos de Tarjov, al igual que los de otros muchos fallecidos del Ejercito Republicano, fueran traslados al mausoleo del Valle de los Caidos. Seguiremos investigando.
Florentino Areneros.
(*) El capitán Sergei Tarjov sería distinguido como “Héroe de la Unión Soviética” a título póstumo el 31 de diciembre de 1936.
Monumento a los voluntarios de la Unión Soviética que perdieron su vida en la Guerra de España. Este monumento está ubicado en el madrileño cementerio de Fuencarral donde también se encuentran otros dedicados a la memoria de los brigadistas internacionales.
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Maestro, en el cementerio Civil de Madrid, no hay niños, solo columbarios, se debe referir al cementerio de la Almudena, pero no se encuentra ni rastro de Antonio, al menos yo.
ResponderEliminarMaravillosa crónica,
Modesto
Muchas gracias Modesto.
ResponderEliminarSupongo que cuando dice niños quiere decir nichos. Entonces está claro que tuvo que ser el de la Almudena.
Según el relato de Koltsov no se puso inscripción, no se querían que se supiera que había rusos en Madrid. Localizar los restos va a ser muy complicado.
Un saludo.
Buscad en los libros del cementerio civil.
ResponderEliminarBuscad en los libros del cementerio civil.
ResponderEliminarMuchas gracias, ya lo hemos intentado pero no hemos encontrada nada. Seguiremos intentándolo.
EliminarSaludos.