La predisposición de los españoles por asediar o ser asediados es conocida de antiguo. Este matiz no pasaría desarpecibido a los estudios de Hollywood, que realizarían algunas superproducciones aprovechando esa impronta patria de indomables. (Haga clic en cualquiera de las imágenes para ampliarlas en otra pestaña).
Hace ahora 75 años se producía uno de los episodios más mitificados de toda la guerra civil: el asedio y la liberación del Alcázar de Toledo, para muchos un acto glorioso y heroico, pero que ofrece algunas sombras para otros. En una próxima crónica haremos un detallado repaso de aquellos acontecimientos, buscando como siempre la ortodoxia y objetividad que caracterizan a nuestras páginas.
Pero antes de ello, queríamos hacer un pequeño recorrido por los más importantes asedios que jalona la ya larga Historia de España. Desafortunadamente cometí el error de encargar a esta simple tarea a Abilio Ovejero, al que muchos de ustedes recordaran por haber escrito aquella delirante y surrealista crónica de título DIARIO DE UN BECARIO. Ciertamente el muchacho no pasa por una buena situación, tras aquella ruta de Gefrema que dio origen a aquella crónica, tuvo que ser hospitalizado debido a la pulmonía que contrajo durante el recorrido. Posteriormente su esposa obtendría el divorcio, y a causa de sus múltiples bajas laborales, consecuencia de las secuelas de su enfermedad, le han despedido hace unos pocos meses de su trabajo y ahora es un parado más. Pero en vez de dedicarse a buscar trabajo de lo suyo, ahora mantiene que quiere ser cronista, algo sin lugar a dudas motivado por los cantos de sirena que le han metido en la cabeza desde la Peña Taurina Casado, particularmente en la persona de su Presidente, el inefable Sandoval, apoyado por su lugarteniente de confianza, el vanguardista Chato de Ventas. Que desde que publicó Abilio su crónica, y a modo de chanza, no hacen más que repetirle que creen haber adivinado en él la mismísima reencarnación de Don Mariano José de Larra, y el pobre se lo ha creído.
Motivado por la bondad que siempre ha caracterizado a esta redacción, y por nuestra larga tradición de apoyo a los nuevos cronistas, cedí los tratos de redactar a Abilio con el encargo de elaborar una breve (si amigos, breve) crónica, en la que recoger de una manera sucinta los principales asedios que encontramos en nuestra historia y se ha despachado con una crónica ciclópea en el tamaño, más cercana aun programa de Tele5 que a un estudio histórico, mezclando datos históricos de dudosa procedencia, con la genética y algún cotilleo de escalera, en fin, un autentico desastre. Desafortunadamente, soy hombre de palabra y cumplo mis compromisos. Espero que ustedes, si se deciden a leer esta crónica, sean comprensivos y lo sepan disculpar.
Florentino Areneros.
Alguno de los asediados en El Alcazar de Toledo tras su liberación. Desdee ntonces se ha escrito mucho sobre aquel episodio, y en una próxima crónica lo trataremos con más detalle.
EL GEN DEL ASEDIO
Por nuestro enviado especial Abilio Ovejero.
Brindo esta crónica a los componentes de la Peña Taurina Segismundo Casado, que tanto me han animado a dar este salto. Va por ustedes...
Hoy me gustaría hablarles de una de las características patrias que definen a todo español que se precie. Todo buen español atesora una serie de rasgos que nos diferencian de todas esas tribus bárbaras del norte de los Pirineos, que en su tremenda ignorancia se definen a si mismas como civilizadas. Cada español tenemos dentro un Quijote y a la vez un Sancho Panza, y también un Guzmán de Alfarache, si no como se explican ustedes que se llenen armarios de elegantes trajes como si nada, o te aparezca un jaguar (de cuatro ruedas) en el garaje y ni te inmutes, o que te toque seis veces la lotería, entre otras increíbles y maravillosas historias que asombrarían a la propia Sherezade. Podríamos hablar de muchas más características que conforman nuestra singularidad, muchas de las cuales se van perdiendo, como se va perdiendo lamentablemente el sonido del crujido de las cabezas de gambas que nuestro calzado produce al entrar en los bares a tomar unos chatos (eso si que era chatear y no la tontería del feisbuk que practican ahora los jóvenes), al igual que se está perdiendo la costumbre de que el Real Madrid gane ligas y Copas de Europa, síntomas todos ellos inequívocos de la decadencia patria. Pero hay una característica irrenunciable de los españoles, que forzosamente tiene que obedecer a la presencia de algún gen intrínseco a nuestra naturaleza, seguramente con una pegatina de toro de Osborne en la parte trasera. Les voy a poner unos ejemplos para que entiendan más claramente lo que se expondrá a continuación. Se imaginan ustedes a una madre residente en la Pérfida Albión que dijera a su hijo “Juanito, bájate ya de una vez del manzano” y que su hijo le contestara: “que te he dicho que no, coño”. O se imaginan a una madre francesa, de la comarca de Roquefort o de Camembert, o de Cognac, o de Champagne, que más da (por citar solamente algunos ejemplos y no abrumarles con mis conocimientos geográficos), que le dijera a su hijo “Juanito, como suba yo al manzano te vas a enterar de lo que vale un peine”, y que el díscolo chaval la respondiera: “a ver si tienes lo que hay que tener”. Estas situaciones impensables allende los Pirineos, son habituales en la infancia de cualquier niño español, porque nosotros tenemos un gen especial: el gen del asedio. Así es amigas y amigos lectores, en todas las guerras en que a lo largo de la historia han participado los españoles siempre ha habido un asedio. Al igual que cualquier fiesta que se precie tiene que tener toros (aunque los llamen bous) o cuando menos se suelte una vaquilla, toda guerra en condiciones tiene que tener un asedio, si no, eso más que guerra es una pachanga.
Los celtiberos (mitad celtas, mitad íberos) era el pueblo al que pertenecían los habitantes de Numancia, los cuales tuvieron a raya a los romanos durante más de dos décadas.
Desde la más ancestral antigüedad tenemos constancia de los asedios en los que hemos estado involucrados, ¿quién no ha oído hablar de Numancia?. Como todos ustedes sabrán, en el año 133 a.c. tras veinte años de enfrentamientos con los habitantes de Numancia, los romanos deciden enviar a la Península a sus mejores hombres para terminar con la resistencia de los numantinos. Como estos debieran ser personas muy recias y de tú a tú no debía de ser muy agradable tratar con ellos, los romanos pasaron a mayores y establecieron un cerco sobre la ciudad, con un impresionante despliegue de obra pública que no se habría de ver en la comarca hasta la llegada del AVE. Tras trece meses de hambre y enfermedades, la resistencia llegó a su fin, pero no vayan a pensar ustedes que estos bravos celtiberos se iban a entregar así como así, al grito de: “Romano…, mira, que ni pa ti ni pa mi, que para que me mates tu, ya me mato yo”, y se suicidaron todos, con lo que al final los romanos no pudieron amortizar las infraestructuras con la venta de la mano de obra, algo habitual en sus conquistas ( y como siga así el mercado laboral, con los sueldos que se pagan, lo mismo vuelve a ser una práctica habitual en la actualidad). Ya ven ustedes, al final tanto esfuerzo “pa ná”.
Tras la caída de Numancia sus habitantes, antes de ser capturados decidieron inmolarse.
Pero antes del fregao de Numancia, ya tuvimos otro palpable ejemplo de ese entrañable afecto que los españoles sentimos por el asedio. Corría el año del 218 a.c. y el cartaginés Aníbal (si señor, el de los elefantes), decidió conquistar la levantina ciudad de Sagunto, que no eran numantinos pero casi, y en vista de lo difícil que se estaba poniendo el tema tras varios intentos, decidió cambiar de estrategia y poner sitio a la localidad, que si no eres muy impaciente (que entonces te reconcomen los nervios) suele dar resultados más seguros. Tras ocho meses de asedio, los saguntinos hicieron lo mismo que harían los numantinos años después como ya hemos visto, es decir, se inmolaron todos. Observen ustedes la tremenda impronta que sentían estos pueblos por el suicidio, si duda provocada por la pureza genética, ya que estos españoles de la antigüedad eran “pata negra”, y el gen del asedio se encontraba intacto, genéticamente puro, aunque posteriormente la mezcla con otros pueblos lo acabara mermando un poquito y ahora nos suicidamos algo menos.
El cartaginés Anibal puso sitio a la localidad de Sagunto, la cual acabaría conquistando. Este episodio desencadenaría la Segunda Guerra Púnica.
Tras estos dos episodios, tuvimos una larga temporada de tranquilidad en el tema de los asedios, provocada sin duda por esos siglos de crisis identitaria que nos toco vivir, que si éramos romanos, godos o visigodos, musulmanes… hasta que Pelayo en un arrebato encontrándose en Covadonga dijo: “Hasta aquí hemos llegao”, y vuelta a empezar. Así tras años de conquistas y reconquistas, y algún que otro asedio, llegamos a otro de los momentos culminantes en la historia de los asedios patrios, el asedio de Tarifa de 1294.
Don Alonso Pérez de Guzmán, era un noble leones (aunque la Duquesa de Medina Sidonia, descendiente directa de aquel, mantiene con pruebas documentales que se trataba de un sarraceno) que en 1294 fue requerido por el rey Sancho IV para que defendiera Tarifa, ante la amenaza de que el infante Don Juan, hermano del monarca, con la colaboración de meriníes y nazaríes se hiciera con la plaza. Como ven otra guerra civil de las tantas que mencionó Don Florentino en su crónica sobre Cádiz. Don Alonso acabaría siendo sitiado con sus leales en la fortaleza de la localidad por el sultán benimerín Ibn Ya’qub (Abenjacob para los amigos). Los sitiadores capturarían al hijo menor de Alonso Pérez de Guzmán, y amenazaron a su padre con darle muerte si no rendía la plaza. Evidentemente el sultán desconocía la existencia de ese gen tan nuestro, y la respuesta de Don Alonso no se hizo esperar. Desde uno de los torreones del castillo, arrojó un cuchillo a los sitiadores y les dijo:
“Matadle con éste, si lo habéis determinado, que más quiero honra sin hijo, que hijo con mi honor manchado.”
Durante el asedio de Tarifa en 1294 Guzmán el Bueno protagonizaría otro de los momentos cumbres de la historia de los asedios. Observen la elegancia en el escorzo, y como arroja la daga con la punta hacía arriba no vaya a ser que se le clave a alguno de los de abajo. Todo un caballero.
Al hijo en esta ocasión lo “suicidaron” no sabemos si con la daga del padre o con herramienta propia, pero Don Alonso consiguió salvar la plaza. El rey por la bondad de su acto hizo que se le denominara tras esa proeza como “Guzmán el Bueno”, y de paso le convirtió en uno de los mayores terratenientes de España. Seguro que de esto les vuelve a hablar Don Florentino en la crónica de El Alcazar, que es el que sabe de esto, un fenómeno.
Continuarían las guerras y los asedios, que como comprenderán no nos vamos a detener en cada uno de ellos, y como comentábamos al principio de esta crónica, una guerra sin asedios ni es guerra ni es “ná”, por eso cuando no nos asedian, somos nosotros los que asediamos para dar categoría y empaque al acontecimiento. Como ya comentara en una de sus memorables crónicas Don Florentino titulada: LA ROJA (CON PERDÓN), EL DUQUE DE ALBA Y EL DUQUE DE FUENTEALBILLA (no se pierdan el episodio de cuando el Duque de Alba pilla in fraganti al general Franco que le había quitado la mesa del despacho), allá por el Siglo XVII, los españoles estábamos a la gresca con los habitantes de los países bajos. Felipe IV enviaría para tomar la ciudad de Breda (actual Maastrich) a un ejercito de 40.000 hombres bajo el mando de Ambrosio de Spinola, que montarían un cerco en toda regla a la ciudad. Como ustedes se pueden imaginar, con la experiencia que tenemos y la presencia del gen, el cerco no fue un cerco cualquiera, se hizo un cerco a lo grande, sin reparar en gastos. Imagínense como sería aquello que hasta generales de otros países se acercaron para verlo con sus propios ojos. En un derroche de medios e infrestructuras varias(posiblemente tengamos otro gen, el gen del ladrillo, pero eso ya será objeto de otro detallado estudio) se anegaron hasta campos dejando la ciudad casi convertida en una isla para que no pudiera recibir refuerzos. Vamos, a nosotros nos van a enseñar como se hace un asedio, hasta ahí podíamos llegar, porque el español cuando asedia, es que asedia de verdad.
Plano del despliegue urbanístico y de infraestructuras que realizaron los españoles sobre la ciudad holandesa de Breda. Les aconsejo ampliar la imagen para percibir el detalle de las mismas.
Al final, como no podía ser de otra forma, los asediados se tuvieron que rendir después de una resistencia heroica, casi numantina, pero los españoles que sabían de sobra de que iba el tema, en vez de dedicarse a suicidar a la gente que es lo que se suele hacer en estos casos, les dejaron salir desfilando en formación militar, mientras los asediadores les hacían el pasillo. El general español estaba allí fuera esperando a recibir al que mandaba las tropas de la ciudad, lo que hizo amablemente y con mucha cortesía, que los españoles conocemos muy bien lo que es estar asediado y sabemos apreciarlo como se merece. Ese momento tan entrañable sería inmortalizado por el genial Velázquez (que con el paso del tiempo tendría un descendiente que jugaría en el Real Madrid) en el magistral cuadro de La rendición de Breda, también conocido como de Las Lanzas.
El genial pintor Diego Velázquez inmortalizaría el momento de la rendición de la plaza en su cuadro popularmente conocido como “Las Lanzas”.
Seguirían pasando siglos y asedios, y llegamos a la guerra de los asedios por excelencia, la Guerra de Independencia. Durante este periodo se producirían un buen número de memorables asedios, lo que prueba de manera científica e irrebatible que la actividad del gen del asedio experimenta un aumento exponencial cuando se trata de guerras con los franceses. Durante el periodo del 1808 a 1813 se produjeron un buen numero de asedios muy sonados: Gerona, Astorga, Lérida, Tarragona, Ciudad Rodrigo, Tortosa…y muchas más localidades, pero por destacar alguna les hablaremos de los dos más famosos los de Cádiz y Zaragoza.
El de Cádiz fue un asedio largo, de 1810 hasta 1812. Durante dos años y medio la ciudad estuvo sitiada por la tropas francesas, en ella se encontraba una gran parte de los políticos españoles, que no se sabe si porque no tenían nada mejor que hacer acabaron por elaborar y promulgar la Constitución de 1812, la popular “Pepa”, que Fernando VII “El Deseado” se encargaría de abolir al poco de regresar a España una vez expulsados los franceses. Como ven tuvo que ser un asedio tranquilo, sin sobresaltos, a la gaditana, de tapita al mediodía, incluso se compusieron chirigotas y coplillas como aquella tan famosa de “con las bombas que tiran los fanfarrones…”.
Durante el sitio de Cádiz en la Guerra de Independencia, las Cortes reunidas en la asediada ciudad acabarían promulgando la Constitución de 1812: “La Pepa”.
El otro asedio de renombre de esta guerra fue sin duda el de Zaragoza. El 15 de Junio de 1808 el general Lefevre llegó con sus hombres a Zaragoza, y en el convencimiento de que no se encontrarían resistencia, los franceses abrieron varios huecos en las tapias que ejercían de murallas y entraron a la ciudad. En una especie de repetición del Dos de Mayo madrileño, los asaltantes fueron recibidos a sangre y fuego y obligados a retroceder, tras dejar un buen número de cadáveres tras de si. En vista del fracaso, los franceses decidieron sitiar la ciudad. Hubo varios intentos posteriores de asaltar la ciudad, fracasando todos ellos, y en otro intento que tuvo lugar el 2 de julio que sería cuando se produciría el episodio tal vez más conocido por el gran público. Ese día tras duros combates los franceses habían conseguido abrir sendas brechas en las Puertas de Sancho y del Portillo, por esta última los franceses penetran en la ciudad sin encontrar resistencia, frente a ellos un cañón junto a la que yacen muertos o heridos los artilleros que la manejaban. En ese momento aparece una mujer, y tomando la mecha todavía humeante de las manos de uno de los artilleros muertos, dispara el cañón y causa varias bajas a los asaltantes, los cuales, escarmentados de otras ocasiones, piensan que se trata de una emboscada y retroceden. En ese momento nació el mito de “Agustina de Aragón”, heroína nacional por excelencia, la cual representa como nadie la voluntad de resistencia patria frente a los asedios hecha persona, el mismísimo gen transfigurado.
Si alguien refleja como nadie esa característica tan nuestra de el asedio, esa es sin ninguna duda Agustina de Aragón, heroína del Sitio de Zaragoza.
Este primer sitio de Zaragoza se levantaría un mes después, tras haber sufrido los franceses un importante número de bajas. Pero este Napoleón era muy cabezota, y los franceses al igual que turrones El Almendro, volverían por navidad. Esta vez venían más preparados, y de más mala leche, todo hay que decirlo. Ignorantes de la presencia del gen, los franceses ofrecen la rendición al militar al mando, general Palafox, el cual les contestó: "¡Después de muerto, hablaremos!", y para que queremos más. Durante dos meses la ciudad sería el escenario de violentos combates, casa a casa, cuerpo a cuerpo, el francés al mando de las tropas, el mariscal Jean Lannes, se lo contaba en una carta al propio Napoleón de esta manera: “Jamás he visto encarnizamiento igual al que muestran nuestros enemigos en la defensa de esta plaza. Las mujeres se dejan matar delante de la brecha. Es preciso organizar un asalto por cada casa. El sitio de Zaragoza no se parece en nada a nuestras anteriores guerras. Es una guerra que horroriza. La ciudad arde en estos momentos por cuatro puntos distintos, y llueven sobre ella las bombas a centenares, pero nada basta para intimidar a sus defensores ... ¡Qué guerra! ¡Qué hombres! Un asedio en cada calle, una mina bajo cada casa. ¡Verse obligado a matar a tantos valientes, o mejor a tantos furiosos! Esto es terrible. La victoria da pena”. La capacidad de resistencia fue debilitándose, a lo que se unió la aparición de las primeras epidemias, sin embargo la voluntad de resistir seguía intacta en muchos de los sitiados, se ofreció la rendición a Palafox, pero su respuesta como se pueden ustedes imaginar fue: “Guerra y cuchillo”. Posteriormente Palafox caería enfermo de tifus, y fue sustituido por Saint-Marq, que como ustedes pueden adivinar por el nombre carecía del gen, el cual propondría la rendición, a lo que muchos zaragozanos, en la más rancia tradición numantina, se opusieron, tratando de apoderarse de los arsenales para continuar la lucha. Finalmente la ciudad se rendiría el 21 de febrero, de 55.000 habitantes que tenia la ciudad antes de la guerra, solo sobrevivirían unos 12.000. El militar al servicio de Francia Heinrich von Brandt en su libro “En las legiones de Napoleón”, relata así el momento de la rendición: “Cierto número de jóvenes, de edades comprendidas entre los 16 y los 18 años, sin uniformes [...], fumando indiferentes, se alinearon frente a nosotros. Pronto nos fue dado contemplar la llegada del resto del Ejército: una multitud pintorescamente variada, y compuesta por gente de toda edad y condición, [...] la mayor parte vistiendo ropas de campesino. Los oficiales iban montados en mulas o en burrros, y únicamente podían diferenciarse de sus hombres por sus tricornios y largas capas. Todos fumaban y charlaban, pareciendo indiferentes a su inmediata expatriación. La mayoría ofrecía un aspecto tan poco militar que nuestros hombres manifestaban, en voz bastante alta, que nunca deberíamos haber tenido tantos apuros para "vencer a esa chusma"”.
Cuadro de Maurice Orange en el que se representa el momento en el que los zaragozanos que habían resistido al asedio hacen entrega de sus armas a los franceses.
Don Florentino me había pedido una breve crónica en la que diera a conocer los más importantes sitios y asedios producidos durante la larga historia de España, para que le sirviera de introducción (colocarle el toro en suerte como dice él) a una crónica sobre el asedio de El Alcazar de Toledo, en el 75 aniversario de aquello, que Don Florentino es que el que más sabe de estos temas. Como me ha dicho que sea breve, no he querido ponerles más ejemplos, aunque no me gustaría terminar sin mencionarles otro asedio de los de nota, donde se demuestra sin lugar a dudas la presencia del famoso gen. Me estoy refiriendo a los que serían conocidos como “Los Últimos de Filipinas”, menudos fenómenos, un año para convencerles de que la guerra había terminado y no había manera de que salieran de la Iglesia, como el ejemplo del niño subido al manzano, para que luego digan por ahí.
Hace ahora 75 años se producía uno de los episodios más mitificados de toda la guerra civil: el asedio y la liberación del Alcázar de Toledo, para muchos un acto glorioso y heroico, pero que ofrece algunas sombras para otros. En una próxima crónica haremos un detallado repaso de aquellos acontecimientos, buscando como siempre la ortodoxia y objetividad que caracterizan a nuestras páginas.
Pero antes de ello, queríamos hacer un pequeño recorrido por los más importantes asedios que jalona la ya larga Historia de España. Desafortunadamente cometí el error de encargar a esta simple tarea a Abilio Ovejero, al que muchos de ustedes recordaran por haber escrito aquella delirante y surrealista crónica de título DIARIO DE UN BECARIO. Ciertamente el muchacho no pasa por una buena situación, tras aquella ruta de Gefrema que dio origen a aquella crónica, tuvo que ser hospitalizado debido a la pulmonía que contrajo durante el recorrido. Posteriormente su esposa obtendría el divorcio, y a causa de sus múltiples bajas laborales, consecuencia de las secuelas de su enfermedad, le han despedido hace unos pocos meses de su trabajo y ahora es un parado más. Pero en vez de dedicarse a buscar trabajo de lo suyo, ahora mantiene que quiere ser cronista, algo sin lugar a dudas motivado por los cantos de sirena que le han metido en la cabeza desde la Peña Taurina Casado, particularmente en la persona de su Presidente, el inefable Sandoval, apoyado por su lugarteniente de confianza, el vanguardista Chato de Ventas. Que desde que publicó Abilio su crónica, y a modo de chanza, no hacen más que repetirle que creen haber adivinado en él la mismísima reencarnación de Don Mariano José de Larra, y el pobre se lo ha creído.
Motivado por la bondad que siempre ha caracterizado a esta redacción, y por nuestra larga tradición de apoyo a los nuevos cronistas, cedí los tratos de redactar a Abilio con el encargo de elaborar una breve (si amigos, breve) crónica, en la que recoger de una manera sucinta los principales asedios que encontramos en nuestra historia y se ha despachado con una crónica ciclópea en el tamaño, más cercana aun programa de Tele5 que a un estudio histórico, mezclando datos históricos de dudosa procedencia, con la genética y algún cotilleo de escalera, en fin, un autentico desastre. Desafortunadamente, soy hombre de palabra y cumplo mis compromisos. Espero que ustedes, si se deciden a leer esta crónica, sean comprensivos y lo sepan disculpar.
Florentino Areneros.
Alguno de los asediados en El Alcazar de Toledo tras su liberación. Desdee ntonces se ha escrito mucho sobre aquel episodio, y en una próxima crónica lo trataremos con más detalle.
EL GEN DEL ASEDIO
Por nuestro enviado especial Abilio Ovejero.
Brindo esta crónica a los componentes de la Peña Taurina Segismundo Casado, que tanto me han animado a dar este salto. Va por ustedes...
Hoy me gustaría hablarles de una de las características patrias que definen a todo español que se precie. Todo buen español atesora una serie de rasgos que nos diferencian de todas esas tribus bárbaras del norte de los Pirineos, que en su tremenda ignorancia se definen a si mismas como civilizadas. Cada español tenemos dentro un Quijote y a la vez un Sancho Panza, y también un Guzmán de Alfarache, si no como se explican ustedes que se llenen armarios de elegantes trajes como si nada, o te aparezca un jaguar (de cuatro ruedas) en el garaje y ni te inmutes, o que te toque seis veces la lotería, entre otras increíbles y maravillosas historias que asombrarían a la propia Sherezade. Podríamos hablar de muchas más características que conforman nuestra singularidad, muchas de las cuales se van perdiendo, como se va perdiendo lamentablemente el sonido del crujido de las cabezas de gambas que nuestro calzado produce al entrar en los bares a tomar unos chatos (eso si que era chatear y no la tontería del feisbuk que practican ahora los jóvenes), al igual que se está perdiendo la costumbre de que el Real Madrid gane ligas y Copas de Europa, síntomas todos ellos inequívocos de la decadencia patria. Pero hay una característica irrenunciable de los españoles, que forzosamente tiene que obedecer a la presencia de algún gen intrínseco a nuestra naturaleza, seguramente con una pegatina de toro de Osborne en la parte trasera. Les voy a poner unos ejemplos para que entiendan más claramente lo que se expondrá a continuación. Se imaginan ustedes a una madre residente en la Pérfida Albión que dijera a su hijo “Juanito, bájate ya de una vez del manzano” y que su hijo le contestara: “que te he dicho que no, coño”. O se imaginan a una madre francesa, de la comarca de Roquefort o de Camembert, o de Cognac, o de Champagne, que más da (por citar solamente algunos ejemplos y no abrumarles con mis conocimientos geográficos), que le dijera a su hijo “Juanito, como suba yo al manzano te vas a enterar de lo que vale un peine”, y que el díscolo chaval la respondiera: “a ver si tienes lo que hay que tener”. Estas situaciones impensables allende los Pirineos, son habituales en la infancia de cualquier niño español, porque nosotros tenemos un gen especial: el gen del asedio. Así es amigas y amigos lectores, en todas las guerras en que a lo largo de la historia han participado los españoles siempre ha habido un asedio. Al igual que cualquier fiesta que se precie tiene que tener toros (aunque los llamen bous) o cuando menos se suelte una vaquilla, toda guerra en condiciones tiene que tener un asedio, si no, eso más que guerra es una pachanga.
Los celtiberos (mitad celtas, mitad íberos) era el pueblo al que pertenecían los habitantes de Numancia, los cuales tuvieron a raya a los romanos durante más de dos décadas.
Desde la más ancestral antigüedad tenemos constancia de los asedios en los que hemos estado involucrados, ¿quién no ha oído hablar de Numancia?. Como todos ustedes sabrán, en el año 133 a.c. tras veinte años de enfrentamientos con los habitantes de Numancia, los romanos deciden enviar a la Península a sus mejores hombres para terminar con la resistencia de los numantinos. Como estos debieran ser personas muy recias y de tú a tú no debía de ser muy agradable tratar con ellos, los romanos pasaron a mayores y establecieron un cerco sobre la ciudad, con un impresionante despliegue de obra pública que no se habría de ver en la comarca hasta la llegada del AVE. Tras trece meses de hambre y enfermedades, la resistencia llegó a su fin, pero no vayan a pensar ustedes que estos bravos celtiberos se iban a entregar así como así, al grito de: “Romano…, mira, que ni pa ti ni pa mi, que para que me mates tu, ya me mato yo”, y se suicidaron todos, con lo que al final los romanos no pudieron amortizar las infraestructuras con la venta de la mano de obra, algo habitual en sus conquistas ( y como siga así el mercado laboral, con los sueldos que se pagan, lo mismo vuelve a ser una práctica habitual en la actualidad). Ya ven ustedes, al final tanto esfuerzo “pa ná”.
Tras la caída de Numancia sus habitantes, antes de ser capturados decidieron inmolarse.
Pero antes del fregao de Numancia, ya tuvimos otro palpable ejemplo de ese entrañable afecto que los españoles sentimos por el asedio. Corría el año del 218 a.c. y el cartaginés Aníbal (si señor, el de los elefantes), decidió conquistar la levantina ciudad de Sagunto, que no eran numantinos pero casi, y en vista de lo difícil que se estaba poniendo el tema tras varios intentos, decidió cambiar de estrategia y poner sitio a la localidad, que si no eres muy impaciente (que entonces te reconcomen los nervios) suele dar resultados más seguros. Tras ocho meses de asedio, los saguntinos hicieron lo mismo que harían los numantinos años después como ya hemos visto, es decir, se inmolaron todos. Observen ustedes la tremenda impronta que sentían estos pueblos por el suicidio, si duda provocada por la pureza genética, ya que estos españoles de la antigüedad eran “pata negra”, y el gen del asedio se encontraba intacto, genéticamente puro, aunque posteriormente la mezcla con otros pueblos lo acabara mermando un poquito y ahora nos suicidamos algo menos.
El cartaginés Anibal puso sitio a la localidad de Sagunto, la cual acabaría conquistando. Este episodio desencadenaría la Segunda Guerra Púnica.
Tras estos dos episodios, tuvimos una larga temporada de tranquilidad en el tema de los asedios, provocada sin duda por esos siglos de crisis identitaria que nos toco vivir, que si éramos romanos, godos o visigodos, musulmanes… hasta que Pelayo en un arrebato encontrándose en Covadonga dijo: “Hasta aquí hemos llegao”, y vuelta a empezar. Así tras años de conquistas y reconquistas, y algún que otro asedio, llegamos a otro de los momentos culminantes en la historia de los asedios patrios, el asedio de Tarifa de 1294.
Don Alonso Pérez de Guzmán, era un noble leones (aunque la Duquesa de Medina Sidonia, descendiente directa de aquel, mantiene con pruebas documentales que se trataba de un sarraceno) que en 1294 fue requerido por el rey Sancho IV para que defendiera Tarifa, ante la amenaza de que el infante Don Juan, hermano del monarca, con la colaboración de meriníes y nazaríes se hiciera con la plaza. Como ven otra guerra civil de las tantas que mencionó Don Florentino en su crónica sobre Cádiz. Don Alonso acabaría siendo sitiado con sus leales en la fortaleza de la localidad por el sultán benimerín Ibn Ya’qub (Abenjacob para los amigos). Los sitiadores capturarían al hijo menor de Alonso Pérez de Guzmán, y amenazaron a su padre con darle muerte si no rendía la plaza. Evidentemente el sultán desconocía la existencia de ese gen tan nuestro, y la respuesta de Don Alonso no se hizo esperar. Desde uno de los torreones del castillo, arrojó un cuchillo a los sitiadores y les dijo:
“Matadle con éste, si lo habéis determinado, que más quiero honra sin hijo, que hijo con mi honor manchado.”
Durante el asedio de Tarifa en 1294 Guzmán el Bueno protagonizaría otro de los momentos cumbres de la historia de los asedios. Observen la elegancia en el escorzo, y como arroja la daga con la punta hacía arriba no vaya a ser que se le clave a alguno de los de abajo. Todo un caballero.
Al hijo en esta ocasión lo “suicidaron” no sabemos si con la daga del padre o con herramienta propia, pero Don Alonso consiguió salvar la plaza. El rey por la bondad de su acto hizo que se le denominara tras esa proeza como “Guzmán el Bueno”, y de paso le convirtió en uno de los mayores terratenientes de España. Seguro que de esto les vuelve a hablar Don Florentino en la crónica de El Alcazar, que es el que sabe de esto, un fenómeno.
Continuarían las guerras y los asedios, que como comprenderán no nos vamos a detener en cada uno de ellos, y como comentábamos al principio de esta crónica, una guerra sin asedios ni es guerra ni es “ná”, por eso cuando no nos asedian, somos nosotros los que asediamos para dar categoría y empaque al acontecimiento. Como ya comentara en una de sus memorables crónicas Don Florentino titulada: LA ROJA (CON PERDÓN), EL DUQUE DE ALBA Y EL DUQUE DE FUENTEALBILLA (no se pierdan el episodio de cuando el Duque de Alba pilla in fraganti al general Franco que le había quitado la mesa del despacho), allá por el Siglo XVII, los españoles estábamos a la gresca con los habitantes de los países bajos. Felipe IV enviaría para tomar la ciudad de Breda (actual Maastrich) a un ejercito de 40.000 hombres bajo el mando de Ambrosio de Spinola, que montarían un cerco en toda regla a la ciudad. Como ustedes se pueden imaginar, con la experiencia que tenemos y la presencia del gen, el cerco no fue un cerco cualquiera, se hizo un cerco a lo grande, sin reparar en gastos. Imagínense como sería aquello que hasta generales de otros países se acercaron para verlo con sus propios ojos. En un derroche de medios e infrestructuras varias(posiblemente tengamos otro gen, el gen del ladrillo, pero eso ya será objeto de otro detallado estudio) se anegaron hasta campos dejando la ciudad casi convertida en una isla para que no pudiera recibir refuerzos. Vamos, a nosotros nos van a enseñar como se hace un asedio, hasta ahí podíamos llegar, porque el español cuando asedia, es que asedia de verdad.
Plano del despliegue urbanístico y de infraestructuras que realizaron los españoles sobre la ciudad holandesa de Breda. Les aconsejo ampliar la imagen para percibir el detalle de las mismas.
Al final, como no podía ser de otra forma, los asediados se tuvieron que rendir después de una resistencia heroica, casi numantina, pero los españoles que sabían de sobra de que iba el tema, en vez de dedicarse a suicidar a la gente que es lo que se suele hacer en estos casos, les dejaron salir desfilando en formación militar, mientras los asediadores les hacían el pasillo. El general español estaba allí fuera esperando a recibir al que mandaba las tropas de la ciudad, lo que hizo amablemente y con mucha cortesía, que los españoles conocemos muy bien lo que es estar asediado y sabemos apreciarlo como se merece. Ese momento tan entrañable sería inmortalizado por el genial Velázquez (que con el paso del tiempo tendría un descendiente que jugaría en el Real Madrid) en el magistral cuadro de La rendición de Breda, también conocido como de Las Lanzas.
El genial pintor Diego Velázquez inmortalizaría el momento de la rendición de la plaza en su cuadro popularmente conocido como “Las Lanzas”.
Seguirían pasando siglos y asedios, y llegamos a la guerra de los asedios por excelencia, la Guerra de Independencia. Durante este periodo se producirían un buen número de memorables asedios, lo que prueba de manera científica e irrebatible que la actividad del gen del asedio experimenta un aumento exponencial cuando se trata de guerras con los franceses. Durante el periodo del 1808 a 1813 se produjeron un buen numero de asedios muy sonados: Gerona, Astorga, Lérida, Tarragona, Ciudad Rodrigo, Tortosa…y muchas más localidades, pero por destacar alguna les hablaremos de los dos más famosos los de Cádiz y Zaragoza.
El de Cádiz fue un asedio largo, de 1810 hasta 1812. Durante dos años y medio la ciudad estuvo sitiada por la tropas francesas, en ella se encontraba una gran parte de los políticos españoles, que no se sabe si porque no tenían nada mejor que hacer acabaron por elaborar y promulgar la Constitución de 1812, la popular “Pepa”, que Fernando VII “El Deseado” se encargaría de abolir al poco de regresar a España una vez expulsados los franceses. Como ven tuvo que ser un asedio tranquilo, sin sobresaltos, a la gaditana, de tapita al mediodía, incluso se compusieron chirigotas y coplillas como aquella tan famosa de “con las bombas que tiran los fanfarrones…”.
Durante el sitio de Cádiz en la Guerra de Independencia, las Cortes reunidas en la asediada ciudad acabarían promulgando la Constitución de 1812: “La Pepa”.
El otro asedio de renombre de esta guerra fue sin duda el de Zaragoza. El 15 de Junio de 1808 el general Lefevre llegó con sus hombres a Zaragoza, y en el convencimiento de que no se encontrarían resistencia, los franceses abrieron varios huecos en las tapias que ejercían de murallas y entraron a la ciudad. En una especie de repetición del Dos de Mayo madrileño, los asaltantes fueron recibidos a sangre y fuego y obligados a retroceder, tras dejar un buen número de cadáveres tras de si. En vista del fracaso, los franceses decidieron sitiar la ciudad. Hubo varios intentos posteriores de asaltar la ciudad, fracasando todos ellos, y en otro intento que tuvo lugar el 2 de julio que sería cuando se produciría el episodio tal vez más conocido por el gran público. Ese día tras duros combates los franceses habían conseguido abrir sendas brechas en las Puertas de Sancho y del Portillo, por esta última los franceses penetran en la ciudad sin encontrar resistencia, frente a ellos un cañón junto a la que yacen muertos o heridos los artilleros que la manejaban. En ese momento aparece una mujer, y tomando la mecha todavía humeante de las manos de uno de los artilleros muertos, dispara el cañón y causa varias bajas a los asaltantes, los cuales, escarmentados de otras ocasiones, piensan que se trata de una emboscada y retroceden. En ese momento nació el mito de “Agustina de Aragón”, heroína nacional por excelencia, la cual representa como nadie la voluntad de resistencia patria frente a los asedios hecha persona, el mismísimo gen transfigurado.
Si alguien refleja como nadie esa característica tan nuestra de el asedio, esa es sin ninguna duda Agustina de Aragón, heroína del Sitio de Zaragoza.
Este primer sitio de Zaragoza se levantaría un mes después, tras haber sufrido los franceses un importante número de bajas. Pero este Napoleón era muy cabezota, y los franceses al igual que turrones El Almendro, volverían por navidad. Esta vez venían más preparados, y de más mala leche, todo hay que decirlo. Ignorantes de la presencia del gen, los franceses ofrecen la rendición al militar al mando, general Palafox, el cual les contestó: "¡Después de muerto, hablaremos!", y para que queremos más. Durante dos meses la ciudad sería el escenario de violentos combates, casa a casa, cuerpo a cuerpo, el francés al mando de las tropas, el mariscal Jean Lannes, se lo contaba en una carta al propio Napoleón de esta manera: “Jamás he visto encarnizamiento igual al que muestran nuestros enemigos en la defensa de esta plaza. Las mujeres se dejan matar delante de la brecha. Es preciso organizar un asalto por cada casa. El sitio de Zaragoza no se parece en nada a nuestras anteriores guerras. Es una guerra que horroriza. La ciudad arde en estos momentos por cuatro puntos distintos, y llueven sobre ella las bombas a centenares, pero nada basta para intimidar a sus defensores ... ¡Qué guerra! ¡Qué hombres! Un asedio en cada calle, una mina bajo cada casa. ¡Verse obligado a matar a tantos valientes, o mejor a tantos furiosos! Esto es terrible. La victoria da pena”. La capacidad de resistencia fue debilitándose, a lo que se unió la aparición de las primeras epidemias, sin embargo la voluntad de resistir seguía intacta en muchos de los sitiados, se ofreció la rendición a Palafox, pero su respuesta como se pueden ustedes imaginar fue: “Guerra y cuchillo”. Posteriormente Palafox caería enfermo de tifus, y fue sustituido por Saint-Marq, que como ustedes pueden adivinar por el nombre carecía del gen, el cual propondría la rendición, a lo que muchos zaragozanos, en la más rancia tradición numantina, se opusieron, tratando de apoderarse de los arsenales para continuar la lucha. Finalmente la ciudad se rendiría el 21 de febrero, de 55.000 habitantes que tenia la ciudad antes de la guerra, solo sobrevivirían unos 12.000. El militar al servicio de Francia Heinrich von Brandt en su libro “En las legiones de Napoleón”, relata así el momento de la rendición: “Cierto número de jóvenes, de edades comprendidas entre los 16 y los 18 años, sin uniformes [...], fumando indiferentes, se alinearon frente a nosotros. Pronto nos fue dado contemplar la llegada del resto del Ejército: una multitud pintorescamente variada, y compuesta por gente de toda edad y condición, [...] la mayor parte vistiendo ropas de campesino. Los oficiales iban montados en mulas o en burrros, y únicamente podían diferenciarse de sus hombres por sus tricornios y largas capas. Todos fumaban y charlaban, pareciendo indiferentes a su inmediata expatriación. La mayoría ofrecía un aspecto tan poco militar que nuestros hombres manifestaban, en voz bastante alta, que nunca deberíamos haber tenido tantos apuros para "vencer a esa chusma"”.
Cuadro de Maurice Orange en el que se representa el momento en el que los zaragozanos que habían resistido al asedio hacen entrega de sus armas a los franceses.
Don Florentino me había pedido una breve crónica en la que diera a conocer los más importantes sitios y asedios producidos durante la larga historia de España, para que le sirviera de introducción (colocarle el toro en suerte como dice él) a una crónica sobre el asedio de El Alcazar de Toledo, en el 75 aniversario de aquello, que Don Florentino es que el que más sabe de estos temas. Como me ha dicho que sea breve, no he querido ponerles más ejemplos, aunque no me gustaría terminar sin mencionarles otro asedio de los de nota, donde se demuestra sin lugar a dudas la presencia del famoso gen. Me estoy refiriendo a los que serían conocidos como “Los Últimos de Filipinas”, menudos fenómenos, un año para convencerles de que la guerra había terminado y no había manera de que salieran de la Iglesia, como el ejemplo del niño subido al manzano, para que luego digan por ahí.
Abilio Ovejero.
El grupo de soldados conocidos como “Los Últimos de Filipinas”, todo un ejemplo de la indiscutible presencia del gen.
Me pregunto ¿cuál ciudad conserva hoy la presencia del gen?.
ResponderEliminar"Como ven tuvo que ser un asedio tranquilo, sin sobresaltos, a la gaditana, de tapita al medio día... "
Épico
Muchas gracias por su comentario y por visitar el blog.
ResponderEliminarLa última ciudad que padeció un asedio fue Madrid durante la Guerra Civil. Desde noviembre de 1936 hasta marzo de 1939 estuvo sitiada por las tropas del general Franco. Saludos.
Florentino Areneros.
Florentino Areneros.
Otro pueblo con el gen fue el Cántabro. Roma tuvo que enviar Legiones extras,y fue al único lugar que acudió Octavio para acabar de romanizar la península. Los cántabros entonces preferían darse muerte con armas o con tejo que ser súbditos de Roma.
ResponderEliminarK.R.
Gracias por su comentario y por visitar el blog.
EliminarEn nuestras crónicas el Río del Olvido I y II hablamos de la guerras entre cántabros, astures y romanos. Y por supuesto de la Guerra Civil en esa zona:
http://florentinoareneros.blogspot.com.es/2015/08/el-rio-del-olvido-i.html
http://florentinoareneros.blogspot.com.es/2015/09/el-rio-del-olvido-ii.html