Detalle de una fotografía donde vemos un primer plano de Jonathan Bale durante su reclusión en el campo de concentración de San Pedro de Cardeña en Burgos. El enorme parecido con su nieto es manifiesto. (Fotografía Biblioteca Nacional de España). (Haga clic sobre la foto para verla ampliada)
Por Florentino Areneros
La Guerra Civil española está llena de singulares y emotivas historias personales, la mayoría de ellas son completamente desconocidas por el gran público, y muchas se acaban perdiendo para siempre cuando desaparecen sus protagonistas. Algunas resultan tan increíbles y fantásticas que muchos las consideran directamente una ficción fruto de alguna mente inquieta, cuando no fruto de una chanza. A veces estas historias desconocidas cobran una especial trascendencia cuando tienen alguna relación con el presente, o con algún personaje actual, como es el caso de la historia que traemos hoy a nuestras páginas.
Hace unos meses la Wales International Fighthers (WIFI), una asociación creada por antiguos brigadistas internacionales del País de Gales que a día de hoy sigue desarrollando la intensa actividad, publicó on-line parte de sus archivos y fondos documentales, entre los que se incluyen los informes y entrevistas que un importante número de brigadistas galeses redactaron a petición de la asociación años después de que finalizara la guerra, a comienzos de los años 50 del pasado siglo, en los que narraban su experiencia como miembros de las Brigadas Internacionales en la Guerra Civil Española. Unos testimonios que constituyen una extraordinaria fuente documental para conocer de primera mano y narrado en primera persona, las vivencias y vicisitudes de todos estos hombres, protagonistas de uno de los episodios más trascendentales de la Historia de España. Entre todos estos informes hemos encontrado el de Jonathan Bale, un joven minero galés que formó parte de las Brigadas internacionales. A ello habría que añadir el fondo documental de la Biblioteca Nacional de España, que guarda las fotografías de los brigadistas internacionales prisioneros en el campo de concentración de San Pedro de Cardeña (Burgos).
Jonathan Bale, en el centro, junto a sus inseparables compañeros y amigos Thomas Jones (izquierda) y Kenneth Follet (derecha) posan para el fotógrafo junto a su perro “Churchill”. (Fotografía Biblioteca Nacional de España). (Haga clic sobre la foto para verla ampliada)
Jonathan Bale nació en el año 1913 en Pontllanfraith, ubicada en el valle de Sirhowy, una pequeña localidad del condado de Caerphilly Gales, en el seno de una humilde familia, cuyos miembros dependían desde hacía generaciones del trabajo en las minas de carbón, al igual que la mayoría de las familias de la comarca. Desde muy joven comenzó a trabajar, acompañando a su padre y tíos, en alguna de las numerosas minas de la región, la mayoría de las veces en muy duras condiciones. Su trabajo forjaría en él una marcada conciencia de clase, lo que le llevaría a afiliarse con solo 17 años al South Wales Miners Association, uno de los sindicatos o “trade union” que formaba parte de la poderosa Miners Federation of Great Britain (MFGB). Las penosas condiciones laborales, acrecentadas por los devastadores efectos de la crisis del 29 y el auge de los fascismos en Europa, convertirían a Jonathan en un comprometido activista pese a su juventud. Participaría en numerosas huelgas, dando en varias ocasiones con sus huesos en el calabozo.
Un grupo de mineros toma una cerveza en el pub de Pontllanfraith tras una dura jornada laboral. A la derecha de la imagen Genevieve, la camarera del local. (Fotografía Archivo del Ayuntamiento de Pontllanfraith). (Haga clic sobre la foto para verla ampliada)
A comienzos de octubre de 1936 sería uno de los centenares de mineros galeses que se desplazarían en tren hasta Londres para oponerse a la manifestación que los partidarios de Oswald Mosley, líder del partido Unión Británica de Fascistas, habían convocado para el 4 de octubre. Aquella manifestación terminaría con graves enfrentamientos entre los sindicalistas y los fascistas de Mosley, en lo que se conoció como la Batalla de Cable Street. También participaría activamente en lo que se conoció como las “Marchas del Hambre”. Aquellos acontecimientos habrían de cambiar la vida de Jonathan Bale, convencido desde ese momento del inminente peligro que suponía el fascismo en Europa y de la necesidad de combatirlo.
Tres instantáneas de lo que se conocería como la Batalla de Cable Street que tuvo lugar en Londres el 4 de octubre de 1936. En la foto superior vemos al líder fascista británico Oswald Mosley pasando revista a sus partidarios antes de comenzar la manifestación. En la fotografía central vemos a los manifestantes que se dirigen a oponerse a la manifestación fascista. En la imagen inferior vemos un momento de los graves enfrentamientos entre policía y manifestantes contarios a los fascistas que se produjeron ese día. (Haga clic sobre la foto para verla ampliada)
Desde España llegaban noticias alarmantes, había comenzado la primera batalla contra el fascismo en Europa. Algunos compañeros del sindicato ya habían partido para España decididos a luchar contra los fascistas que iban ganando terreno de manera imparable. La idea comenzó a tomar fuerza en su cabeza, y finalmente a mediados de enero de 1937 se decidiría a emprender la aventura. Partiría rumbo a Londres en compañía de sus también compañeros y amigos desde la infancia Thomas Jones y Kenneth Follet, de quienes no se separaría en toda la guerra. En la estación Victoria de Londres compraron billetes de ida y vuelta de fin de semana a Paris, para lo que no era necesario pasaporte, burlando de esta forma la ley de alistamiento extranjero de 1870, un método habitual utilizado por los futuros brigadistas británicos. Partieron a Dover donde tomarían un vapor que les llevaría hasta Calais, ya en Francia.
Una vez en territorio francés, entraron en contacto con miembros del Partido Comunista de Francia, que habría creado una estructura para conseguir encauzar el imparable flujo de voluntarios que desde todos los rincones de Europa. Tras diversas vicisitudes conseguirían llegar a París, y desde allí hasta un pueblecito cercano a la frontera española del que Jonathan no recuerda el nombre en su informe, donde permanecerían un par de semanas hasta que finalmente consiguieron cruzar a territorio español. A los pocos días llegarían a Barcelona, y de allí a Valencia y Alicante. En su escrito Jonathan Bale deja constancia de la grata impresión que le produciría su entrada en España, menciona la constante presencia del Sol y la cegadora luz, en contraste con el brumoso clima al que estaba acostumbrado. También habla con entusiasmos de la visión del Mediterráneo, ese “gran mar azul y tranquilo”, y sus doradas playas. Tras varios días de viaje, que aprovecharían para ir conociendo un país que no dejaba de sorprenderles y admirarles, llegaron a Albacete y desde allí al pequeño pueblo de Madrigueras, donde comenzaría su entrenamiento militar.
Un grupo de brigadistas haciendo instrucción en los primeros días de su llegada a Albacete. (Haga clic sobre la foto para verla ampliada)
Junto a sus inseparables amigos sería destinado a un pelotón de ametralladoras, seguramente debido a que los tres habían trabajado con percutores neumáticos en las minas de su Gales natal. Les sería asiganda una maquina Maxim, de fabricación soviética, a la que bautizaron como “Sweet Genovieve” en recuerdo de una camarera del pub de su Pontllanfraith natal, tal y como relata Bale en su testimonio escrito. Quedarían bajo las órdenes del sargento Ben Toshack también galés como ellos, famoso en el Batallón por su mal carácter y su afición a comer bien y beber mejor. Hasta Madrigueras habían llegado los ecos de la heroica actuación del Batallón Británico en la Batalla del Jarama, donde sus componentes había protagonizado uno de los episodios más legendarios de toda la guerra con la tenaz resistencia en lo que luego se conoció como la Colina del Suicidio (Suicide Hill), un sangriento enfrentamiento en el que el Batallón perdería más de la mitad de sus componentes, consiguiendo con su extraordinario sacrificio frenar el avance del Ejército Africano del general Franco que había conseguido cruzar el Jarama la noche anterior. Gracias a la valerosa actuación de estos hombres, para muchos era la primera vez que empuñaban un arma, se consiguió frenar el imparable avance de los enemigos durante dos días con una manifiesta inferioridad de efectivos, y permitir la reorganización de las fuerzas republicanas. El sacrifico de los hombres del batallón Británico no había sido en vano.
Miembros del Batallón Británico posan con una de las banderas de la unidad. (Haga clic sobre la foto para verla ampliada)
Tras interminables semanas de preparación en Madriguerras, “in the middle of nowhere” según palabras del propio Jonathan Bale, por fin serían trasladados al frente. A comienzo de julio de 1937 serían desplazados en tren y posteriormente en camiones hasta algún lugar cercano a Madrid, iba a ser su bautismo de fuego. El 6 de julio comenzaría la ofensiva de Brunete y la compañía de Bale participaría en la toma de Villanueva de la Cañada. Aquello superaba con mucho todo lo que habían podido imaginar sobre la guerra, la visión de los primeros muertos, la sangre y las explosiones que convertían aquello en un auténtico infierno, marcarían profundamente a nuestros jóvenes protagonistas. A ello había que sumar un extraordinario calor, y el hambre y sobre todo la sed. Pese a las enormes dificultades y el terrible choque que la visión de la guerra les produjo, cumplieron con su deber. En los días posteriores participarían en el intento de toma del cerro Mosquito y el vértice Romanillos, bajo una auténtica lluvia de fuego. Al finalizar la batalla, nuevamente el Batallón Británico había sufrido un importantísimo número de bajas, entre ellas la de Kenneth, herido al ser alcanzado por un trozo de metralla, aunque afortunadamente no fue una herida grave y se pudo reincorporar a la unidad pocas semanas después. La dantesca visión de aquellos combates, el horror de la guerra, la muerte y la destrucción marcarían para siempre a Jonathan.
Estandarte del Batallón Británico donde figuran todas las batallas en las que intervino. (Haga clic sobre la foto para verla ampliada)
Desde ese momento participaría en todas las acciones en las que participó el Batallón, primero en Quinto y luego en Belchite, otro de los lugares donde comprobaría la crueldad de la guerra. Semanas más tarde participaría en los combates de Fuentes de Ebro, una desastrosa operación donde caería el mítico comandante Harold Fry, el héroe de la Colina del Suicidio.
En poco más de tres meses nuestros jóvenes amigos habían experimentado el dramático sabor de una guerra, apenas quedaba ya nada en ellos de aquellos jóvenes idealistas que salieron de Gales al comenzar el año, se habían convertido en unos experimentados y valerosos soldados. Tras la batalla de Fuentes de Ebro tendrían un periodo de descanso en tierras aragonesas, que sería aprovechado para intentar elevar la moral cada vez más dañada de estos hombres. Se organizaron diferentes actividades lúdicas y deportivas para distraer a la tropa, se organizó un campeonato de boxeo, que ganó un inglés, y un partido de fútbol entre componentes del Batallón Británico y un combinado de tropas españolas, que finalmente resultaron vencedoras del “match”. En aquel partido participaría Jonathan Bale jugando como “forward”. Jonathan Bale era un experimentado futbolista, cualidades que sin duda ha heredado el más afamado de sus nietos. En sus memorias achaca la causa de la derrota al terreno de juego “un pedregal donde no podían correr ni las cabras salvajes, pero donde los españoles se desenvolvían de manera diabólica”, en aquel partido Jonathan Bale se lesionaría, echando la culpa al estado del terreno de juego. El día del partido recibirían la visita del cantante, deportista y actor norteamericano Paul Robeson, y del líder del partido laborista Clement Attlee. Les acompañaba el político español Rafael Sánchez Guerra, que había sido presidente del Madrid C.F. hasta el comienzo de la contienda, quien al finalizar el encuentro regalaría un pequeño banderín con el escudo de su equipo a todos los participantes en el partido, un banderín del que Jonathan no se separaría hasta regresar a Gales, al igual que su ya inseparable boina de brigadista, y que presidiría el salón de su casa hasta el final de sus días, él defendía con orgullo que en España había jugado contra el Madrid.
Si en Brunete los miembros del Batallón Británico tuvieron que sufrir temperaturas superiores a los 40 grados centígrados, en Teruel, en la imagen, combatirían a menos de 20 grados bajo cero. (Haga clic sobre la foto para verla ampliada)
Si en Brunete habían experimentado un calor sahariano, ahora tendrían que padecer un frío siberiano en Teruel en enero de 1938. Tras la toma de la ciudad se desencadenó una extraordinaria ofensiva franquista que acabaría destrozando la resistencia republicana. Los hombres del Batallón Británico se vieron envueltos en las siguientes semanas en una retirada desordenada que habría de producirles numerosas pérdidas. A principios de Marzo, tras abandonar Alcañiz, se dispusieron a trazar una línea de resistencia en las afueras de la localidad. Era una mañana de niebla, nuestros jóvenes protagonistas situaron a “Sweet Genovieve” en la posición indicada por su sargento en uno de los flancos de la compañía. Al poco tiempo comenzó un fuego intenso, Jonathan no recuerda cuanto tiempo pasó, pero sin darse cuenta habían sido rodeados por un grupo de soldados moros, estaban perdidos. Levantaron las manos y se incorporaron, se pusieron en lo peor, sentían el final cerca, la ferocidad y salvajismo de estas tropas era de sobra conocida. Entonces Thomas Jones, con su potente voz, comenzó a entonar el tradicional «Dafydd y Garreg Wen», un triste canto tradicional de Gales. Aquello dejo perplejos a los enemigos, que permanecían absortos ante aquel extraño acontecimiento, mientras les apuntaban con sus fusiles. Sin duda el vozarrón de Thomas llamó la atención en los alrededores, y en ese momento apareció pistola en mano un teniente que dijo a sus hombres:
- A estos no les hagáis nada, llevárselos al comandante
Y dirigiéndose a uno de ellos le dijo
- A ti Mohamed te hago responsable de que lleguen los tres con vida, respondes con la tuya.
A continuación se dirigió a los prisioneros y tras ofrecerles un cigarrillo, comenzó a hablar con ellos pese al poco castellano que dominaban, a excepción de Kenneth que tenía cierta facilidad para las letras y los idiomas, y en el tiempo que llevaban en España había conseguido un nivel medianamente aceptable. Al enterarse de que eran ingleses les dijo que había estado en el Jarama y Brunete, y que admiraba su valor, pero que lamentaba que les hubieran engañado y que lucharan en el lado equivocado.
Un grupo de prisioneros de las Brigadas Internacionales custodiados por miembros de la Guardia Civil. (Haga clic sobre la foto para verla ampliada)
Seguidamente les condujeron no de muy buena gana y de no muy buenos modos hasta la retaguardia, aprovechando los moros el trayecto para “aligerarles” de algunas pertenencias. Tras más o menos media hora se encontraron con otro grupo más numeroso de prisioneros, que permanecían sentados formando un círculo. Allí se encontraron con otros miembros del Batallón, quienes les informaron que gran parte de los compañeros habían caído. Por la tarde fueron a una pequeña población, donde los prisioneros fueron introducidos en un corral de ovejas para pasar la noche. Los dos días siguientes lo pasaron andando casi todo el día, hasta llegar a una población más grande, de la que no recuerda el nombre, donde fueron introducidos en los vagones de un tren, también de ganado. No recuerda el tiempo que pasaron en el tren, seguramente un día entero con su noche, hasta que llegaron a Burgos. Allí hicieron descender a todos los prisioneros extranjeros y los hicieron montar en camiones, desde donde les trasladaron a un “antiguo convento muy grande” en palabras del propio Jonathan. Se trataba del monasterio de San Pedro de Cardeña, donde fueron confinados cientos de brigadistas internacionales durante la guerra.
Otra instantánea donde vemos a Jonathan Bale (en el centro) acompañado de sus inseparables amigos Thomas Jones (izquierda) y Kenneth Follet (derecha). Esta foto fue tomada antes de que fueran hechos prisioneros. (Fotografía Biblioteca Nacional de España). (Haga clic sobre la foto para verla ampliada)
Jonathan Bale y sus dos amigos permanecerían varios meses prisioneros. La vida en el monasterio era rutinaria, les obligaban a trabajar en la construcción de una carretera, aunque parece ser que su labor más habitual consistía en mover grandes piedras de un sitio a otro, para volver a llevarlas al sitio anterior al día siguiente. Otra de las ocupaciones más comunes era asistir a las soporíferas charlas de educación, donde les hablaban de los males del comunismo y de las virtudes de la religión. Pero lo que peor llevaban eran las largas ceremonias dominicales formados al sol, escuchando una interminable misa seguida de un no menos duradero discurso bien del responsable del campo, o bien del Obispo que algunos domingo tenía la “amabilidad” de visitarlos, o bien de los dos a la vez, cuando no se sumaba algún espontáneo más al “speach”, algo difícil de entender por parte de Jonathan porque al igual que él, seguramente el resto de prisioneros no se enteraban de la misa la media, nunca mejor dicho. En estas ceremonias de exaltación cuando los formaban y les hacían gritar ¡VIVA FRANCO!, los prisioneros de habla inglesa contestaban con un ¡VIVA FUCK YOU! (pronunciado viene a sonar como algo parecido a "viva fakiu"). El resto del tiempo lo pasaban ociosos deambulando por el patio, se hicieron con una mascota, un perro al que bautizaron como “Churchill”. También pasó por su cabeza el fugarse, pero era un plan irremediablemente condenado al fracaso, sin conocer el idioma y sin conocer el terreno, la fuga que era una temeridad que se pagaba muy cara.
Regularmente los prisioneros, por lo menos una vez a la semana, eran obligados a asitir a ceremonias religiosas y de exaltación del régimen franquista. Cuando eran obligados a gritar ¡VIVA FRANCO!, Bale y sus compañeros respondían ¡VIVA FUCK YOU!, que sonaba algo parecido a ¡VIVA FAKIU!. (Fotografía Biblioteca Nacional de España). (Haga clic sobre la foto para verla ampliada)
A finales de 1938 reunieron a todos los prisioneros británicos, y les informaron que en breve partirían para su país. A los pocos días aparecieron varios autobuses con distintivos de la Cruz Roja donde subieron los prisioneros británicos y norteamericanos, atrás dejaban centenares de compañeros de otras nacionalidades de los que nunca más tendrían noticia. También dejaría Jonathan todos sus recuerdos y al pobre Churchill que fue adoptado por un brigadista polaco, solo conservó su ya inseparable boina de brigadista y el escudo del Madrid. Desde San Pedro de Cardeña se dirigieron hacia Santander escoltados por otros vehículos militares, y allí embarcarían hacia Portsmouth. A su llegada a suelo británico les esperaba un comité de recepción formado por varias decenas de simpatizantes. Tras ser minuciosamente fichados (los brigadistas no gozaban de muchas simpatías entra las autoridades y policías británicas), y pasar los diferentes trámites de inmigración serían puestos en libertad. Años después se enteraría de que el gobierno británico, por mediación del Duque de Alba, embajador extraoficial de Franco en el Reino Unido, había intercedido para poner en libertad a los ciudadanos británicos. Y Franco, deseoso de mantener buenas relaciones con el Imperio Británico una vez finalizada la guerra, habría accedido gustoso a la petición.
Brigadistas británicos a su llegada a un puerto del Reino Unido tras ser deportados desde España. (Haga clic sobre la foto para verla ampliada)
Jonathan Bale regresó a su Gales natal acompañado de sus dos inseparables amigos, ya unidos para siempre los tres con un vínculo indisoluble tras su paso por España. Conseguiría rehacer su vida y con los años formar una familia, pero nunca renunció a sus ideales ni a su pasado, siempre repetía con orgullo que él había estado en España luchando contra el fascismo. Tampoco se olvidó de su pasado sindicalista, y desarrolló una gran actividad a lo largo de toda su vida. En las legendarias huelgas de los años 80 contra las políticas mineras de Margaret Thatcher era habitual verle al frente de las manifestaciones con su inseparable boina de brigadista. Hasta el final de sus días siempre repitió que no había podido acabar con el fascismo en España, ni con el liberalismo de la Thatcher, según él el nuevo fascismo disfrazado que acabaría con el mundo si no se le paraba, pero que por lo menos lo había intentado. España siempre estuvo en su pensamiento y en el de sus amigos, tanto es así que a su primer hijo varón, su amigo Thomas Jones le bautizó como Paco en memoria de un amigo español muerto en Belchite. El recuerdo de España permanecería en sus mentes hasta el último momento.
Y esta es la increíble historia de Jonathan Bale en la Guerra Civil española, una historia en la que cayeron muchos inocentes.
Florentino Areneros.
MADRID 28 DE DICIEMBRE DE 2019
Con este artículo sobre Jonathan Bale comenzamos una serie de entregas en la que recuperaremos las biografías de diferentes personajes anónimos que pasaron por nuestra Guerra Civil, que cobran gran interés bien pos su propia biografía, o bien con la relación que pueden mantener con algún personaje de la actualidad, como es el caso de J. Bale.
Francisco Banderas, Paco para los amigos, nació en Málaga en 1915, Al producirse el golpe militar que desencadenaría la Guerra Civil se presentaría voluntario para combatir a los sublevados. Tras luchar en la defensa de su ciudad, tuvo que huir al caer esta por lo que se conoció como “La Desbandá”, en la que murieron centenares de refugiados malagueños. Su biografía, pese a las numerosas peripecias que hubo de pasar durante y tras la guerra, podría ser la un miliciano más si no fuera porque Paco Banderas es el abuelo de un actor de reconocido prestigio mundial como es Antonio Banderas. En una próxima entrega repasaremos sus interesantes vivencias.
Un grupo de milicianos en Málaga a las pocas semanas de iniciarse la Guerra Civil. A la izquierda, rodeado por un círculo, vemos a Paco Banderas, abuelo del actor Antonio Banderas. (Haga clic sobre la foto para verla ampliada)
En diciembre de 1936 se unió a las tropas que defendían Madrid un personaje singular, el cual se hizo rápidamente popular en todo el frente. No había muchas referencias sobre él, se trataba de un hombre ya entrado en años, con una poblada barba blanca. Decía haber llegado desde Laponia, llamarse Klaus y que había venido a España para evitar que el fascismo acabara con la ilusión de los niños. En los estadillos de tropa de estas fechas que se conservan en el Archivo de Salamanca, figura Rovaniemi, en Finlandia, como su domicilio. De carácter afable, rápidamente se ganó la simpatía y el cariño de sus compañeros, quienes le nombraban como el “Camarada Klaus”, nunca le permitieron situarse en primera línea. Se le dio como desaparecido en los combates que se produjeron al anochecer en las proximidades de Majadahonda, aunque ahora sabemos gracias al prestigioso investigador Guillermo Poza Madera, experto en esta zona, de la existencia de un parte médico del Hospital Psiquiátrico de Campaña Nº3 de Colmenarejo, donde uno de los milicianos allí ingresados, afirmaba haberle visto salir volando esa noche en un carro sin ruedas tirado por unos extraños ciervos. En el artículo que publicaremos próximamente ofreceremos muchos más detalles, incluido el parte médico, de la singular biografía de este personaje cargada de sorpresas.
El “Camarada Klauss” seguido de un nutrido grupo de jóvenes en las proximidades del frente madrileño en diciembre de 1936. (Haga clic sobre la foto para verla ampliada)
La popularidad del “Camarada Klauss” alcanzó tal nivel que incluso le dedicaron portadas, como esta del madrileño diario Ahora del 22 de diciembre de 1936. (Haga clic sobre la foto para verla ampliada)
EL ABUELO BRIGADISTA
DE GARETH BALE
DE GARETH BALE
Por Florentino Areneros
La Guerra Civil española está llena de singulares y emotivas historias personales, la mayoría de ellas son completamente desconocidas por el gran público, y muchas se acaban perdiendo para siempre cuando desaparecen sus protagonistas. Algunas resultan tan increíbles y fantásticas que muchos las consideran directamente una ficción fruto de alguna mente inquieta, cuando no fruto de una chanza. A veces estas historias desconocidas cobran una especial trascendencia cuando tienen alguna relación con el presente, o con algún personaje actual, como es el caso de la historia que traemos hoy a nuestras páginas.
Hace unos meses la Wales International Fighthers (WIFI), una asociación creada por antiguos brigadistas internacionales del País de Gales que a día de hoy sigue desarrollando la intensa actividad, publicó on-line parte de sus archivos y fondos documentales, entre los que se incluyen los informes y entrevistas que un importante número de brigadistas galeses redactaron a petición de la asociación años después de que finalizara la guerra, a comienzos de los años 50 del pasado siglo, en los que narraban su experiencia como miembros de las Brigadas Internacionales en la Guerra Civil Española. Unos testimonios que constituyen una extraordinaria fuente documental para conocer de primera mano y narrado en primera persona, las vivencias y vicisitudes de todos estos hombres, protagonistas de uno de los episodios más trascendentales de la Historia de España. Entre todos estos informes hemos encontrado el de Jonathan Bale, un joven minero galés que formó parte de las Brigadas internacionales. A ello habría que añadir el fondo documental de la Biblioteca Nacional de España, que guarda las fotografías de los brigadistas internacionales prisioneros en el campo de concentración de San Pedro de Cardeña (Burgos).
Jonathan Bale, en el centro, junto a sus inseparables compañeros y amigos Thomas Jones (izquierda) y Kenneth Follet (derecha) posan para el fotógrafo junto a su perro “Churchill”. (Fotografía Biblioteca Nacional de España). (Haga clic sobre la foto para verla ampliada)
Jonathan Bale nació en el año 1913 en Pontllanfraith, ubicada en el valle de Sirhowy, una pequeña localidad del condado de Caerphilly Gales, en el seno de una humilde familia, cuyos miembros dependían desde hacía generaciones del trabajo en las minas de carbón, al igual que la mayoría de las familias de la comarca. Desde muy joven comenzó a trabajar, acompañando a su padre y tíos, en alguna de las numerosas minas de la región, la mayoría de las veces en muy duras condiciones. Su trabajo forjaría en él una marcada conciencia de clase, lo que le llevaría a afiliarse con solo 17 años al South Wales Miners Association, uno de los sindicatos o “trade union” que formaba parte de la poderosa Miners Federation of Great Britain (MFGB). Las penosas condiciones laborales, acrecentadas por los devastadores efectos de la crisis del 29 y el auge de los fascismos en Europa, convertirían a Jonathan en un comprometido activista pese a su juventud. Participaría en numerosas huelgas, dando en varias ocasiones con sus huesos en el calabozo.
Un grupo de mineros toma una cerveza en el pub de Pontllanfraith tras una dura jornada laboral. A la derecha de la imagen Genevieve, la camarera del local. (Fotografía Archivo del Ayuntamiento de Pontllanfraith). (Haga clic sobre la foto para verla ampliada)
A comienzos de octubre de 1936 sería uno de los centenares de mineros galeses que se desplazarían en tren hasta Londres para oponerse a la manifestación que los partidarios de Oswald Mosley, líder del partido Unión Británica de Fascistas, habían convocado para el 4 de octubre. Aquella manifestación terminaría con graves enfrentamientos entre los sindicalistas y los fascistas de Mosley, en lo que se conoció como la Batalla de Cable Street. También participaría activamente en lo que se conoció como las “Marchas del Hambre”. Aquellos acontecimientos habrían de cambiar la vida de Jonathan Bale, convencido desde ese momento del inminente peligro que suponía el fascismo en Europa y de la necesidad de combatirlo.
Tres instantáneas de lo que se conocería como la Batalla de Cable Street que tuvo lugar en Londres el 4 de octubre de 1936. En la foto superior vemos al líder fascista británico Oswald Mosley pasando revista a sus partidarios antes de comenzar la manifestación. En la fotografía central vemos a los manifestantes que se dirigen a oponerse a la manifestación fascista. En la imagen inferior vemos un momento de los graves enfrentamientos entre policía y manifestantes contarios a los fascistas que se produjeron ese día. (Haga clic sobre la foto para verla ampliada)
Desde España llegaban noticias alarmantes, había comenzado la primera batalla contra el fascismo en Europa. Algunos compañeros del sindicato ya habían partido para España decididos a luchar contra los fascistas que iban ganando terreno de manera imparable. La idea comenzó a tomar fuerza en su cabeza, y finalmente a mediados de enero de 1937 se decidiría a emprender la aventura. Partiría rumbo a Londres en compañía de sus también compañeros y amigos desde la infancia Thomas Jones y Kenneth Follet, de quienes no se separaría en toda la guerra. En la estación Victoria de Londres compraron billetes de ida y vuelta de fin de semana a Paris, para lo que no era necesario pasaporte, burlando de esta forma la ley de alistamiento extranjero de 1870, un método habitual utilizado por los futuros brigadistas británicos. Partieron a Dover donde tomarían un vapor que les llevaría hasta Calais, ya en Francia.
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Una vez en territorio francés, entraron en contacto con miembros del Partido Comunista de Francia, que habría creado una estructura para conseguir encauzar el imparable flujo de voluntarios que desde todos los rincones de Europa. Tras diversas vicisitudes conseguirían llegar a París, y desde allí hasta un pueblecito cercano a la frontera española del que Jonathan no recuerda el nombre en su informe, donde permanecerían un par de semanas hasta que finalmente consiguieron cruzar a territorio español. A los pocos días llegarían a Barcelona, y de allí a Valencia y Alicante. En su escrito Jonathan Bale deja constancia de la grata impresión que le produciría su entrada en España, menciona la constante presencia del Sol y la cegadora luz, en contraste con el brumoso clima al que estaba acostumbrado. También habla con entusiasmos de la visión del Mediterráneo, ese “gran mar azul y tranquilo”, y sus doradas playas. Tras varios días de viaje, que aprovecharían para ir conociendo un país que no dejaba de sorprenderles y admirarles, llegaron a Albacete y desde allí al pequeño pueblo de Madrigueras, donde comenzaría su entrenamiento militar.
Un grupo de brigadistas haciendo instrucción en los primeros días de su llegada a Albacete. (Haga clic sobre la foto para verla ampliada)
Junto a sus inseparables amigos sería destinado a un pelotón de ametralladoras, seguramente debido a que los tres habían trabajado con percutores neumáticos en las minas de su Gales natal. Les sería asiganda una maquina Maxim, de fabricación soviética, a la que bautizaron como “Sweet Genovieve” en recuerdo de una camarera del pub de su Pontllanfraith natal, tal y como relata Bale en su testimonio escrito. Quedarían bajo las órdenes del sargento Ben Toshack también galés como ellos, famoso en el Batallón por su mal carácter y su afición a comer bien y beber mejor. Hasta Madrigueras habían llegado los ecos de la heroica actuación del Batallón Británico en la Batalla del Jarama, donde sus componentes había protagonizado uno de los episodios más legendarios de toda la guerra con la tenaz resistencia en lo que luego se conoció como la Colina del Suicidio (Suicide Hill), un sangriento enfrentamiento en el que el Batallón perdería más de la mitad de sus componentes, consiguiendo con su extraordinario sacrificio frenar el avance del Ejército Africano del general Franco que había conseguido cruzar el Jarama la noche anterior. Gracias a la valerosa actuación de estos hombres, para muchos era la primera vez que empuñaban un arma, se consiguió frenar el imparable avance de los enemigos durante dos días con una manifiesta inferioridad de efectivos, y permitir la reorganización de las fuerzas republicanas. El sacrifico de los hombres del batallón Británico no había sido en vano.
Miembros del Batallón Británico posan con una de las banderas de la unidad. (Haga clic sobre la foto para verla ampliada)
Tras interminables semanas de preparación en Madriguerras, “in the middle of nowhere” según palabras del propio Jonathan Bale, por fin serían trasladados al frente. A comienzo de julio de 1937 serían desplazados en tren y posteriormente en camiones hasta algún lugar cercano a Madrid, iba a ser su bautismo de fuego. El 6 de julio comenzaría la ofensiva de Brunete y la compañía de Bale participaría en la toma de Villanueva de la Cañada. Aquello superaba con mucho todo lo que habían podido imaginar sobre la guerra, la visión de los primeros muertos, la sangre y las explosiones que convertían aquello en un auténtico infierno, marcarían profundamente a nuestros jóvenes protagonistas. A ello había que sumar un extraordinario calor, y el hambre y sobre todo la sed. Pese a las enormes dificultades y el terrible choque que la visión de la guerra les produjo, cumplieron con su deber. En los días posteriores participarían en el intento de toma del cerro Mosquito y el vértice Romanillos, bajo una auténtica lluvia de fuego. Al finalizar la batalla, nuevamente el Batallón Británico había sufrido un importantísimo número de bajas, entre ellas la de Kenneth, herido al ser alcanzado por un trozo de metralla, aunque afortunadamente no fue una herida grave y se pudo reincorporar a la unidad pocas semanas después. La dantesca visión de aquellos combates, el horror de la guerra, la muerte y la destrucción marcarían para siempre a Jonathan.
Estandarte del Batallón Británico donde figuran todas las batallas en las que intervino. (Haga clic sobre la foto para verla ampliada)
Desde ese momento participaría en todas las acciones en las que participó el Batallón, primero en Quinto y luego en Belchite, otro de los lugares donde comprobaría la crueldad de la guerra. Semanas más tarde participaría en los combates de Fuentes de Ebro, una desastrosa operación donde caería el mítico comandante Harold Fry, el héroe de la Colina del Suicidio.
En poco más de tres meses nuestros jóvenes amigos habían experimentado el dramático sabor de una guerra, apenas quedaba ya nada en ellos de aquellos jóvenes idealistas que salieron de Gales al comenzar el año, se habían convertido en unos experimentados y valerosos soldados. Tras la batalla de Fuentes de Ebro tendrían un periodo de descanso en tierras aragonesas, que sería aprovechado para intentar elevar la moral cada vez más dañada de estos hombres. Se organizaron diferentes actividades lúdicas y deportivas para distraer a la tropa, se organizó un campeonato de boxeo, que ganó un inglés, y un partido de fútbol entre componentes del Batallón Británico y un combinado de tropas españolas, que finalmente resultaron vencedoras del “match”. En aquel partido participaría Jonathan Bale jugando como “forward”. Jonathan Bale era un experimentado futbolista, cualidades que sin duda ha heredado el más afamado de sus nietos. En sus memorias achaca la causa de la derrota al terreno de juego “un pedregal donde no podían correr ni las cabras salvajes, pero donde los españoles se desenvolvían de manera diabólica”, en aquel partido Jonathan Bale se lesionaría, echando la culpa al estado del terreno de juego. El día del partido recibirían la visita del cantante, deportista y actor norteamericano Paul Robeson, y del líder del partido laborista Clement Attlee. Les acompañaba el político español Rafael Sánchez Guerra, que había sido presidente del Madrid C.F. hasta el comienzo de la contienda, quien al finalizar el encuentro regalaría un pequeño banderín con el escudo de su equipo a todos los participantes en el partido, un banderín del que Jonathan no se separaría hasta regresar a Gales, al igual que su ya inseparable boina de brigadista, y que presidiría el salón de su casa hasta el final de sus días, él defendía con orgullo que en España había jugado contra el Madrid.
Si en Brunete los miembros del Batallón Británico tuvieron que sufrir temperaturas superiores a los 40 grados centígrados, en Teruel, en la imagen, combatirían a menos de 20 grados bajo cero. (Haga clic sobre la foto para verla ampliada)
Si en Brunete habían experimentado un calor sahariano, ahora tendrían que padecer un frío siberiano en Teruel en enero de 1938. Tras la toma de la ciudad se desencadenó una extraordinaria ofensiva franquista que acabaría destrozando la resistencia republicana. Los hombres del Batallón Británico se vieron envueltos en las siguientes semanas en una retirada desordenada que habría de producirles numerosas pérdidas. A principios de Marzo, tras abandonar Alcañiz, se dispusieron a trazar una línea de resistencia en las afueras de la localidad. Era una mañana de niebla, nuestros jóvenes protagonistas situaron a “Sweet Genovieve” en la posición indicada por su sargento en uno de los flancos de la compañía. Al poco tiempo comenzó un fuego intenso, Jonathan no recuerda cuanto tiempo pasó, pero sin darse cuenta habían sido rodeados por un grupo de soldados moros, estaban perdidos. Levantaron las manos y se incorporaron, se pusieron en lo peor, sentían el final cerca, la ferocidad y salvajismo de estas tropas era de sobra conocida. Entonces Thomas Jones, con su potente voz, comenzó a entonar el tradicional «Dafydd y Garreg Wen», un triste canto tradicional de Gales. Aquello dejo perplejos a los enemigos, que permanecían absortos ante aquel extraño acontecimiento, mientras les apuntaban con sus fusiles. Sin duda el vozarrón de Thomas llamó la atención en los alrededores, y en ese momento apareció pistola en mano un teniente que dijo a sus hombres:
- A estos no les hagáis nada, llevárselos al comandante
Y dirigiéndose a uno de ellos le dijo
- A ti Mohamed te hago responsable de que lleguen los tres con vida, respondes con la tuya.
A continuación se dirigió a los prisioneros y tras ofrecerles un cigarrillo, comenzó a hablar con ellos pese al poco castellano que dominaban, a excepción de Kenneth que tenía cierta facilidad para las letras y los idiomas, y en el tiempo que llevaban en España había conseguido un nivel medianamente aceptable. Al enterarse de que eran ingleses les dijo que había estado en el Jarama y Brunete, y que admiraba su valor, pero que lamentaba que les hubieran engañado y que lucharan en el lado equivocado.
Un grupo de prisioneros de las Brigadas Internacionales custodiados por miembros de la Guardia Civil. (Haga clic sobre la foto para verla ampliada)
Seguidamente les condujeron no de muy buena gana y de no muy buenos modos hasta la retaguardia, aprovechando los moros el trayecto para “aligerarles” de algunas pertenencias. Tras más o menos media hora se encontraron con otro grupo más numeroso de prisioneros, que permanecían sentados formando un círculo. Allí se encontraron con otros miembros del Batallón, quienes les informaron que gran parte de los compañeros habían caído. Por la tarde fueron a una pequeña población, donde los prisioneros fueron introducidos en un corral de ovejas para pasar la noche. Los dos días siguientes lo pasaron andando casi todo el día, hasta llegar a una población más grande, de la que no recuerda el nombre, donde fueron introducidos en los vagones de un tren, también de ganado. No recuerda el tiempo que pasaron en el tren, seguramente un día entero con su noche, hasta que llegaron a Burgos. Allí hicieron descender a todos los prisioneros extranjeros y los hicieron montar en camiones, desde donde les trasladaron a un “antiguo convento muy grande” en palabras del propio Jonathan. Se trataba del monasterio de San Pedro de Cardeña, donde fueron confinados cientos de brigadistas internacionales durante la guerra.
Otra instantánea donde vemos a Jonathan Bale (en el centro) acompañado de sus inseparables amigos Thomas Jones (izquierda) y Kenneth Follet (derecha). Esta foto fue tomada antes de que fueran hechos prisioneros. (Fotografía Biblioteca Nacional de España). (Haga clic sobre la foto para verla ampliada)
Jonathan Bale y sus dos amigos permanecerían varios meses prisioneros. La vida en el monasterio era rutinaria, les obligaban a trabajar en la construcción de una carretera, aunque parece ser que su labor más habitual consistía en mover grandes piedras de un sitio a otro, para volver a llevarlas al sitio anterior al día siguiente. Otra de las ocupaciones más comunes era asistir a las soporíferas charlas de educación, donde les hablaban de los males del comunismo y de las virtudes de la religión. Pero lo que peor llevaban eran las largas ceremonias dominicales formados al sol, escuchando una interminable misa seguida de un no menos duradero discurso bien del responsable del campo, o bien del Obispo que algunos domingo tenía la “amabilidad” de visitarlos, o bien de los dos a la vez, cuando no se sumaba algún espontáneo más al “speach”, algo difícil de entender por parte de Jonathan porque al igual que él, seguramente el resto de prisioneros no se enteraban de la misa la media, nunca mejor dicho. En estas ceremonias de exaltación cuando los formaban y les hacían gritar ¡VIVA FRANCO!, los prisioneros de habla inglesa contestaban con un ¡VIVA FUCK YOU! (pronunciado viene a sonar como algo parecido a "viva fakiu"). El resto del tiempo lo pasaban ociosos deambulando por el patio, se hicieron con una mascota, un perro al que bautizaron como “Churchill”. También pasó por su cabeza el fugarse, pero era un plan irremediablemente condenado al fracaso, sin conocer el idioma y sin conocer el terreno, la fuga que era una temeridad que se pagaba muy cara.
Regularmente los prisioneros, por lo menos una vez a la semana, eran obligados a asitir a ceremonias religiosas y de exaltación del régimen franquista. Cuando eran obligados a gritar ¡VIVA FRANCO!, Bale y sus compañeros respondían ¡VIVA FUCK YOU!, que sonaba algo parecido a ¡VIVA FAKIU!. (Fotografía Biblioteca Nacional de España). (Haga clic sobre la foto para verla ampliada)
A finales de 1938 reunieron a todos los prisioneros británicos, y les informaron que en breve partirían para su país. A los pocos días aparecieron varios autobuses con distintivos de la Cruz Roja donde subieron los prisioneros británicos y norteamericanos, atrás dejaban centenares de compañeros de otras nacionalidades de los que nunca más tendrían noticia. También dejaría Jonathan todos sus recuerdos y al pobre Churchill que fue adoptado por un brigadista polaco, solo conservó su ya inseparable boina de brigadista y el escudo del Madrid. Desde San Pedro de Cardeña se dirigieron hacia Santander escoltados por otros vehículos militares, y allí embarcarían hacia Portsmouth. A su llegada a suelo británico les esperaba un comité de recepción formado por varias decenas de simpatizantes. Tras ser minuciosamente fichados (los brigadistas no gozaban de muchas simpatías entra las autoridades y policías británicas), y pasar los diferentes trámites de inmigración serían puestos en libertad. Años después se enteraría de que el gobierno británico, por mediación del Duque de Alba, embajador extraoficial de Franco en el Reino Unido, había intercedido para poner en libertad a los ciudadanos británicos. Y Franco, deseoso de mantener buenas relaciones con el Imperio Británico una vez finalizada la guerra, habría accedido gustoso a la petición.
Brigadistas británicos a su llegada a un puerto del Reino Unido tras ser deportados desde España. (Haga clic sobre la foto para verla ampliada)
Jonathan Bale regresó a su Gales natal acompañado de sus dos inseparables amigos, ya unidos para siempre los tres con un vínculo indisoluble tras su paso por España. Conseguiría rehacer su vida y con los años formar una familia, pero nunca renunció a sus ideales ni a su pasado, siempre repetía con orgullo que él había estado en España luchando contra el fascismo. Tampoco se olvidó de su pasado sindicalista, y desarrolló una gran actividad a lo largo de toda su vida. En las legendarias huelgas de los años 80 contra las políticas mineras de Margaret Thatcher era habitual verle al frente de las manifestaciones con su inseparable boina de brigadista. Hasta el final de sus días siempre repitió que no había podido acabar con el fascismo en España, ni con el liberalismo de la Thatcher, según él el nuevo fascismo disfrazado que acabaría con el mundo si no se le paraba, pero que por lo menos lo había intentado. España siempre estuvo en su pensamiento y en el de sus amigos, tanto es así que a su primer hijo varón, su amigo Thomas Jones le bautizó como Paco en memoria de un amigo español muerto en Belchite. El recuerdo de España permanecería en sus mentes hasta el último momento.
Y esta es la increíble historia de Jonathan Bale en la Guerra Civil española, una historia en la que cayeron muchos inocentes.
Florentino Areneros.
MADRID 28 DE DICIEMBRE DE 2019
PRÓXIMAS ENTREGAS
Con este artículo sobre Jonathan Bale comenzamos una serie de entregas en la que recuperaremos las biografías de diferentes personajes anónimos que pasaron por nuestra Guerra Civil, que cobran gran interés bien pos su propia biografía, o bien con la relación que pueden mantener con algún personaje de la actualidad, como es el caso de J. Bale.
EL MILICIANO PACO BANDERAS
Francisco Banderas, Paco para los amigos, nació en Málaga en 1915, Al producirse el golpe militar que desencadenaría la Guerra Civil se presentaría voluntario para combatir a los sublevados. Tras luchar en la defensa de su ciudad, tuvo que huir al caer esta por lo que se conoció como “La Desbandá”, en la que murieron centenares de refugiados malagueños. Su biografía, pese a las numerosas peripecias que hubo de pasar durante y tras la guerra, podría ser la un miliciano más si no fuera porque Paco Banderas es el abuelo de un actor de reconocido prestigio mundial como es Antonio Banderas. En una próxima entrega repasaremos sus interesantes vivencias.
Un grupo de milicianos en Málaga a las pocas semanas de iniciarse la Guerra Civil. A la izquierda, rodeado por un círculo, vemos a Paco Banderas, abuelo del actor Antonio Banderas. (Haga clic sobre la foto para verla ampliada)
EL CAMARADA KLAUS
En diciembre de 1936 se unió a las tropas que defendían Madrid un personaje singular, el cual se hizo rápidamente popular en todo el frente. No había muchas referencias sobre él, se trataba de un hombre ya entrado en años, con una poblada barba blanca. Decía haber llegado desde Laponia, llamarse Klaus y que había venido a España para evitar que el fascismo acabara con la ilusión de los niños. En los estadillos de tropa de estas fechas que se conservan en el Archivo de Salamanca, figura Rovaniemi, en Finlandia, como su domicilio. De carácter afable, rápidamente se ganó la simpatía y el cariño de sus compañeros, quienes le nombraban como el “Camarada Klaus”, nunca le permitieron situarse en primera línea. Se le dio como desaparecido en los combates que se produjeron al anochecer en las proximidades de Majadahonda, aunque ahora sabemos gracias al prestigioso investigador Guillermo Poza Madera, experto en esta zona, de la existencia de un parte médico del Hospital Psiquiátrico de Campaña Nº3 de Colmenarejo, donde uno de los milicianos allí ingresados, afirmaba haberle visto salir volando esa noche en un carro sin ruedas tirado por unos extraños ciervos. En el artículo que publicaremos próximamente ofreceremos muchos más detalles, incluido el parte médico, de la singular biografía de este personaje cargada de sorpresas.
El “Camarada Klauss” seguido de un nutrido grupo de jóvenes en las proximidades del frente madrileño en diciembre de 1936. (Haga clic sobre la foto para verla ampliada)
La popularidad del “Camarada Klauss” alcanzó tal nivel que incluso le dedicaron portadas, como esta del madrileño diario Ahora del 22 de diciembre de 1936. (Haga clic sobre la foto para verla ampliada)
ESTE ARTÍCULO
FUE PUBLICADO EL
28 DE DICIEMBRE DE 2019
DÍA DE LOS INOCENTES
TODAS LAS FOTOGRAFÍAS
SON AUTÉNTICAS
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