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Desde su llegada al trono de España la dinastía Borbón los escándalos, pelotazos, fraudes, adulterios, traiciones, intrigas, etc. se han sucedido sin que a los españoles pareciera preocuparnos. Sin embargo en la actualidad, por unas menudencias y algún desliz sin mayor importancia si los comparamos con otros pasados, los ciudadanos ponen inmediatamente el grito en el cielo. ¿Qué está pasando?, ¿se está perdiendo la raza?. (Haga clic en cualquiera de la imágenes para verlas ampliadas).
¿SE ESTÁ PERDIENDO LA RAZA? (II PARTE)
Por nuestro corresponsal Abilio Ovejero.
En nuestra crónica anterior haciamos un pequeño resumen de los aconteceres de la dinastía Borbón desde los comienzos del Siglo XIX, una historia de sexo, pasiones, intrigas, traiciones, infidelidades, negocios sucios, asesinatos, atentados, guerras y odios. Si tras leerla pensaron alguno de ustedes que aquello no se podía superar, he de decirles que se equivocan, como comprobaran si siguen leyendo.
Finalizábamos aquella crónica anunciando el matrimonio de la joven reina con uno de sus primos, Francisco de Asís, hijo del hermano de Fernando VII, Francisco de Paula. El candidato elegido no es del gusto de la joven reina, además las malas lenguas acusan al pretendiente de ser homosexual (aunque no podemos confirmar que fuera a
“clubes de hombres nocturnos” y encontrara el infierno). Seguramente ustedes pensaran: “pues se busca otro y punto”. Nada más lejos de la realidad estimados amigos, la elección del futuro rey no era una cuestión baladí, existían muchos intereses cruzados y no abundaban los candidatos que reunieran las características apropiadas, nada que ver con lo que pasa ahora que los monarcas se pueden casar con un jugador de balonmano, con una periodista, o con un… eehhh…, estooo…., bueno, pues eso, con cualquier persona, ya me entienden.
La actual Familia Real, pese a tener lo suyo, es todo un ejemplo si la comparamos con los Borbones del Siglo XIX, más cercanos a la familia Channing en Falcon Crest que otra cosa. Lo malo es que en vez de viñedos se jugaban el provenir de España, y así nos fue.
Como comentábamos en la crónica anterior la reina madre, que debía hacerse cargo de la regencia hasta la mayoría de edad de su hija, se había casado con un sargento de su Guardia de Corps, de nombre Fernando Muñoz, con el que tendría ocho hijos, el cual rápidamente dio innegables muestras de poseer un fino olfato para los chanchullos, llegándose a decir que había pocos negocios en los que la reina madre no estuviera de por medio. La situación fue deteriorándose, y el general Espartero se hace con la regencia ante la minoría de edad de Isabel y manda al exilio parisino a la reina madre, marido e hijos, que ya eran conocidos popularmente como
“los muñoces”, aunque bien es cierto que la reina madre, no estaba dispuesta a dejar de influir en las cosas de palacio. No debemos olvidar tampoco a los tíos por parte de padre de la reina, el infante Carlos que reclamaba el trono y había provocado una sangrienta guerra, y al infante Francisco de Paula, que también tendrían mucho que decir en el futuro. En medio de todo ello se encontraba la pobre Isabel, con solo dieciséis añitos, rodeada por una serie de personajes cada uno con sus propios intereses, sin tener en cuenta para nada el interés o preferencias de la propia reina.
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Cada uno de los “lobbys” con intereses en la elección del candidato comenzó a jugar sus cartas, la lista de posibles candidatos era variada. Se propuso al hijo del infante Carlos, su primo Carlos Luis de Borbón, conde de Montemolín, para de este modo terminar con el contencioso “carlista”, pero finalmente se desestima, habían perdido la guerra. Los “muñoces”, que habían regresado del exilio tras la salida de Espartero y la llegada de Narváez, proponen al príncipe Leopoldo de Sajonia-Coburgo, todo un galán, primo de la todopoderosa
reina Victoria de Inglaterra (por si éramos pocos solo faltaba la Pérfida Albión) que apoya la unión, algo que no agrada nada a los franceses (si no éramos suficientes, ahora los gabachos), que proponen a los hermanos Orléans: Enrique, duque de Aumale, y Antonio, duque de Montpensier, hijos del
Rey Luís Felipe de Francia. Como se pueden imaginar, estos candidatos no gozaban de las simpatías de Inglaterra. No se vayan a pensar ustedes que esto era una cuestión de menor importancia, era tal la trascendencia del matrimonio, que los británicos y franceses para no llegar a más acaban firmando el Tratado de Eu en 1845, que reduce el número de candidatos solamente a la rama Borbón, siempre que no tengan opciones al trono de Francia. Como ven mucho antes de
Merkel, Camerón y Sarkozy, ya se nos decía lo que teníamos que hacer.
Isabel II fue heredera de una situación que se precipitaba hacia el abismo desde el reinado de su abuelo Carlos IV, al que tras la Guerra de Independencia, siguió el catastrófico de su padre y después el periodo no menos caótico de la regencia de su madre, marcado por una guerra civil con los partidarios de su tío Carlos. Pero aún teniendo el listón muy alto, la joven princesa conseguiría superar en torpeza e ineptitud a todos ellos, aconsejada casi siempre por esa oligarquía patria de la que todavía disfrutamos los españoles.
La lista se reduce y los “muñoces” proponen otro candidato: el hermano menor de la Reina Madre María Cristina, Francisco de Paula de Borbón-Dos Sicilias, conde de Trapani. Pero el muchacho parece que es un poco zangolotino, no tiene buena prensa en España y finalmente es descartado, no sin antes provocar la decisión un rifi rafe entre Maria Cristina y Narvaez, que haría dimitir a este último. Tras este descarte ya solo quedaban dos candidatos, los hijos de Francisco de Paula, hermano de Fernando VII: Francisco de Asís, Duque de Cadiz y Enrique, Duque de Sevilla, ambos primos de la reina. El elegido finalmente será Francisco de Asís.
Como hemos dicho anteriormente, la única que no tenía vela en este entierro era la propia Isabel, la cual, según cuentan, en el momento de conocer la elección exclamó:
“No, la Paquita no…, con cualquiera menos con la Paquita”. El disgusto fue tremendo, y al parecer fueron varios los días que pasó en su cuarto llorando, además para hacer más profunda la herida, se decidió casar a ambas hermanas a la vez, Isabel y
Luisa Fernanda, eligiendo como esposo de esta última a
Antonio de Orleáns, Duque de Montpensier, un marido de mayor jerarquía (sin contar otras cualidades) que el que le ha tocado en suerte a Isabel. Nadie puede negar que la vida había sido bastante dura con Isabel. La boda (aunque sería más correcto decir las bodas) se celebró en la capilla del palacio el 10 de octubre de 1846, tras lo cual los recién casados partieron hacia San Ildefonso de luna de miel.
Isabel II (sentada a la izquierda) sería obligada a casarse con un primo suyo, Francisco de Asís, conocido popularmente como “La Paquita” o “Paco Natillas” debido a que se sospechaba que visitaba “clubes de hombres nocturnos”, como diría algún obispo.
La relación fue un rotundo fracaso, ambos cónyuges no congeniaban en absoluto, sin olvidar la supuesta homosexualidad de Francisco, que llevó a decir a la reina que en la noche de bodas “llevaba más puntillas que ella”. La distancia, incluso el desprecio, se fue haciendo mayor entre ellos. Isabel comienza a llevar una vida festiva y desordenada, no hay fiesta a la que no asista, en compañía la mayoría de ocasiones de su prima, y a la vez cuñada, la infanta Josefa. Uno de los lugares preferidos de la reina es el restaurante Lhardy, donde no es raro verla acompañada de jóvenes de la nobleza e incluso de populares actores o artistas.
La situación en palacio es cada vez más tensa, la relación de Isabel con su madre es ya de abierta hostilidad, no sin razón la considera la culpable de su desgracia conyugal y finalmente los “muñoces” acaban haciendo las maletas y marchando a Francia. Para complicar más la situación, Isabel entabla algo más que amistad con el
general Serrano, un militar liberal que es Ministro de la Guerra, y se murmura que son amantes. La relación de los reyes es ya insostenible, Isabel quiere la nulidad. El asunto supera el ámbito familiar y trasciende a la vida política del país, siendo conocido ya como “la cuestión de palacio”. En abril de 1847 (no han pasado ni seis meses de la boda) la ruptura se oficializa, Isabel marcha a Aranjuez y Francisco a El Pardo, la reina a su vez inicia los trámites de la nulidad matrimonial, alegando coacción moral e impotencia de su esposo. Periódicos como The Times, se hacen eco de la noticia.
El general Francisco Serrano, oficiosamente sería el primer amante de la reina dentro de una larga lista. Este papel de “favorito” lo utilizaría para sus intereses particulares, al igual que harían otros posteriormente.
Las intrigas se desatan, Serrano es una baza importante, los liberales lo utilizan para manejar a la reina, y los conservadores, apoyados por los “muñoces” y por el propio rey, quieren aprovechar la relación sentimental de la reina para quitársela del medio, sustituyéndola o bien por el propio Francisco o bien por su hermana Luisa Fernanda y su marido. Tras negociaciones a muchas bandas, los reyes deciden “reconciliarse” nuevamente. Por su parte Serrano pone tierra de por medio, y tras recibir una importante compensación económica (aquí el que no corre vuela), marcha destinado a Granada, otro mazazo para la reina nuevamente abandonada a su suerte.
La reina se encuentra rodeada en palacio de personas hostiles a su persona, y algún que otro personaje singular, como el confesor del rey, el
padre Fulgencio, un tipo raro e intrigante que ejerció una gran influencia entre las paredes de palacio. También se encontraba por allí la monja
sor Patrocinio (les prometo que no me invento los nombres) conocida como
“la monja de las llagas”, una hermana que había padecido varias “experiencias místicas”, entre ellas la aparición de llagas en manos pies y costado, así como un vuelo en que un diablo la condujo por tierras de Guadarrama, rapto que finalizó depositándola sobre un tejadillo del convento, en el que la monja había sido descubierta por sus hermanas de Orden, fatigada y sucia de tierra y restos vegetales. En pleno SXIX ya la gente no se creía estas cosas, y tras ser juzgada, acabaría acusada de impostora y condenada a ser desterrada de la Corte en 1836. Posteriormente sería perdonada y consiguió introducirse en palacio, donde ejercería una gran influencia sobre Francisco e Isabel. Ante este panorama, Isabel decide buscarse compañía y esta vez se fija en el
marques de Bedmar, un joven aristócrata. Al igual que anteriormente ocurriera con Serrano, es ahora Bedmar el centro de las intrigas políticas, y gracias a su influencia sobre la reina consigue que Narváez sea cesado por esta, aunque posteriormente al día siguiente le reincorpora al cargo, tras ser aconsejada por los “muñoces”. Narváez, regresa más cabreado que una mona y sabedor de los tejemanejes de palacio manda al padre Fulgencio confinado a un convento de los escolapios, y a sor Patrocinio a Talavera. Al rey, que estaba también en el ajo, lo confina en sus dormitorios, menudo era este Narváez, aunque al poquito le dejó salir.
El general Ramón María Narváez, todo un clásico en todos los tejemanejes gubernamentales de un periodo del SXIX, que tuvo que padecer muchos de los caprichos de la reina, su familia y la camarilla de palacio.
Con lo visto hasta ahora ya se pueden ir haciendo ustedes una idea de cómo era la vida en palacio: una reina manipulada por una camarilla y un “favorito” (asociado a algún grupo político o de intereses económicos, incluidas corruptelas varias) que a la larga acaban determinando las decisiones políticas que han de regir el país. Mientras tanto la nación queda estancada, la pobreza aumenta y España ve como se pierde el tren de la modernidad. Las algaradas y pronunciamientos se suceden, muchas veces corre la sangre generosamente, y empieza a nacer una conciencia republicana en amplios sectores de la población, que empieza a ver en la monarquía la causa de los males de España.
Pero volvamos a la crónica rosa, Isabel sigue con sus veleidades y vida libertina, su marido el rey Francisco, tiene ya asumido su papel en esta historia y decide sacar tajada del asunto chantajeando a la reina y a los políticos de turno para evitar escándalos, así es nombrado intendente del Real Patrimonio y administrador de los bienes de la Corona. En 1850 nacería el primer hijo de Isabel, de nombre Fernando que fallecería a las pocas horas de nacer, la muerte del bebe supuso un duro golpe para la reina, pero a principio del nuevo año establece una nueva relación con otro joven aristócrata,
José María Ruiz de Arana, al que permanecerá unida por un periodo de cinco años.
Mientras tanto Narváez hastiado de la situación decide marcharse definitivamente, y nuevamente los “muñoces” y la camarilla de palacio rigen desde la sombra los destinos del país. Isabel anuncia un nuevo embarazo, y a finales de diciembre de 1851 nace
Isabel Francisca de Asís y Borbón, que posteriormente será popularmente conocida como
“La Chata”, pese al nombre todo los indicios apuntan a que Francisco no es el padre si no Ruiz de Arana, pero nunca lo sabremos. Cuando la niña va a ser presentada a la
Virgen de Atocha, la reina sufre un atentado, un clérigo se arrodilla como si fuera a entregarle algo, y cuando se acerca la reina, saca un estilete de debajo de su sotana e intenta apuñalar a la reina, pero los volantes del vestido y un firme corsé de ballenas, impiden que la reina sufra heridas de importancia. El atacante es detenido en el momento, se trata del
cura Mateo Merino, un sacerdote que ya luchó contra los franceses y que es un declarado liberal, detenido y encarcelado en varias ocasiones por participar en revueltas y algaradas, un personaje apasionante, que como anécdota diremos que residía en el madrileño callejón del Infierno nº2. Tras ser juzgado, es condenado a morir a garrote vil. Aunque no consiguió probarse, muchos piensan que Merino era parte de una conjura, en la que algunos sitúan al propio marido de la reina y a su camarilla teocrática.
Una caricatura de época de el cura Merino, un peculiar sacerdote de ideas liberales que había combatido contra los franceses y que acabaría atentando contra la reina, lo que le costaría la vida ejecutado con garrote vil.
La reina, que ha visto acrecentarse su popularidad entre las clases populares tras el atentado, sigue a los suyo en palacio donde continúa su relación con Ruiz de Arana. La reina madre, o el clan de los “muñoces” para ser más exactos, son los auténticos amos del país. Isabel está nuevamente embarazada (no me hagan preguntas) y en enero de 1854 nace su hija Cristina que muere a los pocos días. Ese mismo año se destapa un escándalo financiero de gran magnitud relacionado con las jugosas concesiones del ferrocarril, entre los implicados aparece el
Marqués de Salamanca, ministro en varias ocasiones, y como era de esperar en algún momento, también los
“muñoces”. La gente, que llevaba mosca mucho tiempo, no aguanta más y se echa a las calles,
O’Donell subleva a las tropas del cuartel de Vicalvaro, la famosa
“Vicalvarada”. Y ya saben ustedes si leyeron
nuestra crónica del Dos de Mayo como las gastan en Madrid las masas cuando se enfadan. Por de pronto le metieron fuego a las casas del Marques de Salamanca y a la residencia de los “muñoces”. El conflicto se extendió a toda España, y finalmente se recurrió a un anciano Espartero, que junto a O’Donell, entraría en Madrid a finales de julio entre el clamor popular.
Tras estallar un escándalo financiero en el que estaban implicados miembros de la Familia Real, el general O’Donnell sublevaría a las tropas de la guarnición de Vicalvaro, lo que se conocería como “La Vicalvarada” a la que se sumaría el pueblo de Madrid.
Tras esta revolución de 1854, los “muñoces” volverían a ser despachados al exilio tras serles confiscados sus bienes (ya he perdido la cuenta de las “espantás” de esta familia, aunque en esto hay que reconocer que los franceses con el tema de la guillotina se evitaban problemas futuros) y comenzaría lo que se conoce como el Bienio Progresista, que coincidiría con un periodo de crisis económica y en 1856 O’Donnell cede su puesto a Narváez. En ese periodo Isabel II y Ruiz de Arana terminan su relación, la soberana cuenta solo con 27 años, tras esta ruptura comenzará una nueva relación con
Enrique Puigmoltó, capitán del ejército. A comienzos de 1857 se anuncia que la reina está nuevamente embarazada (tampoco me hagan preguntas), Francisco de Asis hastiado ya, se niega a transigir con el reconocimiento de la criatura, en esta ocasión ni siquiera le hace cambiar de opinión el
millón de reales que según las malas lenguas cobra por cada reconocimiento, sin embargo la intervención de sor Patrocinio (la de las llagas), que ejerce una gran influencia sobre el rey, le hace cambiar de opinión. En esa época también entra en escena otro personaje peculiar que pasa a formar parte de la camarilla de palacio, se trata del padre Claret, que ejercerá de confesor de la reina y consejero religioso. Claret, que conoce ya todos los tinglados de palacio, va a ejercer una gran influencia en la reina, consigue que el Papa se encargue de apadrinar al futuro bebe, pero pide a la reina que expulse a Puigmoltó, la reina se niega y Claret abandona palacio, pero la reina recapacita y Puigmoltó es destinado a Inglaterra. En 1857 nacería
Alfonso Francisco Fernando Pío Juan de María de la Concepción Gregorio Pelayo de Borbón y Borbón , que reinaría como
Alfonso XII, aunque para muchos debería apellidarse
Puigmoltó y Borbón, no en vano la maledicencia popular acabaría conociendole por el sobrenombre de
“el puigmoltolejo”. Tras el nacimiento Isabel comenzaría una época de gran espiritualidad, influida enormemente por el padre Claret.
En 1857 la reina Isabel II daría a luz a su hijo Alfonso, del que muchos atribuyen la paternidad a Enrique Puigmoltó, amante de la reina en aquella época, por lo que popularmente le llamaron “El Puigmoltolejo”.
A partir de aquí podemos hablar de “más de los mismo” hasta el final del reinado de Isabel II, tendría nuevos amantes, el más conocido de ellos sería
Miguel Tenorio de Castilla. Por su parte a Francisco también se le atribuye un romance, en este caso con Antonio Ramón Meneses, su secretario y apuesto joven. Isabel II tendría 11 hijos durante su matrimonio, de los que solamente cinco llegarían a edad adulta. El tiempo pasa, el país sigue sin levantar cabeza y acumulando un enorme retraso respecto a otras naciones europeas. La popularidad tanto de la reina, como de la familia (los “muñoces” habían regresado nuevamente) y de la propia institución monárquica, está bajo mínimos, gran parte del pueblo le achaca los males patrios y los ideales republicanos toman fuerza día a día. Episodios como la
Noche de San Daniel, o la revuelta de los
sargentos del cuartel de San Gil, seguidos ambos de una desmedida represión acaban de socavar el poco prestigio que le quedaba a la reina y a la institución.
En septiembre de 1869 el vicealmirante
Topete se subleva en Cádiz, el mismo lugar en que 50 años antes lo hiciera Riego contra Fernando VII, comenzando lo que se conocería como Revolución de 1868 o
“La Gloriosa”. A Topete le apoyan un buen número de militares, destacando entre todos ellos Serrano, un viejo conocido de la reina, y
Juan Prim Prats, un general catalán de ideas liberales y progresistas que ha destacado en el campo de batalla, tanto en Marruecos como en México. Los leales a la reina se organizan al mando del
general Pavía y plantan pelea a los sublevados, pero son derrotados en la Batalla de Alcolea, la reina se ve obligada a exiliarse a Francia, tras 25 años de reinado y con solo 38 años de edad.
El general catalan Juan Prim y Prats fue una pieza clave en el desenlace del periodo final del reinado de Isabel II, y uno de los artífices de la llegada de Amadeo I. Tras su muerte en atentado, muchos vieron la mano del cuñado de la reina, Antonio de Orleáns. El la imagen le vemos al frente de los Voluntarios Catalanes, combatiendo en Tetuan.
Comienza lo que se conoce como el Sexenio Democrátrico. Prim se hace cargo del gobierno y Serrano ejerce de regente. Su principal objetivo es buscar un monarca de ideales liberales y democráticos para sustituir a la dinastía Borbón, tarea tan difícil que el propio Serrano manifiesta:
«¡Encontrar a un rey democrático en Europa es tan difícil como encontrar un ateo en el cielo!». El Sexenio fue nuevamente un periodo convulso, y lleno de sobresaltos. Tras varios intentos y descartes se elegiría como rey a
Amadeo de Saboya el 27 de diciembre pero tres días después, su principal valedor, Prim es asesinado en un atentado en las calles de Madrid mientras se desplaza en su berlina, un atentado en el que muchos intuían detrás la mano del Duque de Montpensier, del que hablaremos más adelante. Tras dos años de reinado, Amadeo de Saboya, incapaz de hacerse con las riendas del país y aburrido de las intrigas del ruedo ibérico, abandonaría. Tras Amadeo se proclamaría la
Primera República en febrero de 1873, un experimento federalista de corta vida que acabaría el 3 de enero de 1874 con la entrada del general Pavía al frente de la Guardia Civil en el Congreso (seguramente esto les recuerde algo, para que luego digan que la historia no se repite). A finales de ese año, un pronunciamiento militar del general Martínez Campos en Sagunto, proclama rey de España a Alfonso XII, vuelven los Borbones, aunque algún malvado diría que en realidad vuelven los Puigmoltó.
Tras el abandono de Isabel II se inicio un periodo conocido como el Sexenio Democrático, que finalizaría con la entrada del general Pavía en el Congreso al mando de la Guardia Civil, algo similar al episodio protagonizado por Tejero seis años después de la muerte de Franco, aunque en esta ocasión fracasaría.
Antes de centrarnos en el breve reinado de Alfonso XII (con el que acabaremos esta crónica, lo prometo) quiero hablarles de
Antonio de Orleáns, Duque de Montpensier, hijo del rey Luis Felipe de Francia. Como hemos dicho en esta crónica, estaba casado con Luisa Fernanda, hermana de Isabel II, y durante todo el reinado de la misma, estuvo intrigando para hacerse por medio de su mujer con el trono, algo habitual en esta familia, casi genético, como ya han podido comprobar: Fernando quiso quitar el trono a su propio padre, cambio la ley para que no reinara su hermano Carlos, este desató una guerra para quitárselo a su cuñada primero y a su sobrina después, y como no podía ser menos a Isabel se lo quería quitar su hermana. Como decían los Payasos de la Tele:
“no hay nada más lindo que la familia unida”. El duque de Montpensier, tomaría parte en La Gloriosa, convencido de que él y su esposa serían proclamados reyes tras ser derrocada Isabel, pero el tiro se lo dio en el pie (lo siento, no he podido contenerme), y finalmente sería Amadeo el designado, estudios posteriores parecen señalar a un duque desairado como el instigador del atentado que acabaría con la vida de Prim. Sin embargo el tiro que si le salió centradito, fue el que le metió al primo de su mujer y hermano del rey consorte:
Enrique de Borbón, al que mandaría al otro mundo durante un duelo a pistola que tuvo lugar en Leganés. Al parecer un comentario sobre la hombría del rey dicho en presencia de su hermano, impulsó a este a retar a duelo al duque, aunque otras versiones sostienen que Enrique, un aristócrata muy liberal, atacó duramente al intrigante Duque en varios artículos de prensa, y fue este el que le retó. Antonio de Orleáns sería condenado por esta muerte, pero poquito, ya saben ustedes que a las personas influyentes se las condena pero poquito que diría Gila, o se les prescribe, o se les indulta, no piensen ustedes que es algo de nuestros tiempos. Con la muerte de Enrique, el Duque de Montpensier se cerraba todas las puertas al trono de España.
Don Antonio de Orleáns, duque de Montpensier, hijo del rey Luis Felipe de Francia y esposo de Luisa Fernanda, hermana de Isabel II. Este personaje intrigó continuamente para hacerse con el trono de su cuñada, hasta que en un duelo le descerrajó un tiro al hermano del rey, con lo que se cerró las puertas al trono. Aún así conseguiría casar a una de sus hijas con el rey Alfonso XII.
Buenos volvamos a los Borbones, o a
los Puigmoltó según versiones. Alfonso llegaría a España en enero de 1875 y sería proclamado rey ante Las Cortes. Su reinado sería breve, ya que fallecería de tuberculosis solamente 10 años más tarde, pero en ese tiempo finalizaría la última guerra carlista y se conseguiría llegar a un acuerdo en Cuba con los independentistas que garantizaba el fin momentáneo de las hostilidades, por todo ello sería conocido como
“El Pacificador”. Pero volvamos a la prensa rosa, había que casar al rey, como ya habrán comprobado la generación en serie de herederos era una cuestión de estado, y ya saben ustedes la querencia que tenían los Borbones a casarse entre primos, con lo que la elegida es Maria de las Mercedes de Orleáns, la hija de Luisa Fernanda, hermana de Isabel II, y de Antonio de Orleáns, ya saben, el intrigante que había matado en duelo al hermano del rey, es decir al tío de Alfonso XII, vaya lío ¿no?. Pero en aquella época a los españoles estas cosas no les importaban, no es como ahora que nos hemos vuelto más tiquismiquis, mas ñoños, se imaginan ustedes que en los tiempos que corren se produjera un hecho similar. Seguro que hoy en día algún
"Jaime Peñafiel" podía el grito en el cielo si se decidiera que la
Infanta Leonor se tiene que casar con su primo
Froilan y para colmo, resultará que
Marichalar, el padre del futuro rey consorte, le había metido un tiro entre ceja y ceja a
Urdangarín en un duelo por un quítame allá unos bonus, es decir el padre del novio se había cargado a un tío de la heredera a la corona. Vamos que
Hola y
Sálvame De Luxe se disparaban en bolsa, pero a la gente como que no le haría gracia, no seria serio en un país moderno.
La boda de Alfonso XII con su prima María de las Mercedes, la cual fallecería a los pocos meses de casarse, sería recordada durante mucho tiempo, dando lugar a coplas, canciones e incluso películas ya bien entrado el Siglo XX.
Pero para que vean ustedes que cuando les digo que se esta perdiendo la raza no estoy muy desencaminado, esto no solamente no supuso ningún sobresalto en la España del momento, al contrario, aquel matrimonio gozó de una gran popularidad. La temprana muerte de María de las Mercedes a los pocos meses de la boda, hizo que aquella relación tomara tintes de leyenda, incluso se hicieron coplas muchos años después, recuerdan ustedes aquella de
Doña Concha Piquer cuyo estribillo decía:
“María de la Mercedes / no te vayas de Sevilla / que en nardo cambiarse puede / el rosa de tus mejillas”, que bonito. O aquella canción de los juegos infantiles
“¿Dónde vas Alfonso XII, dónde vas triste de ti?...”, cancioncilla de la que nacería una película muy celebrada en espacios tipo
"Cine de Barrio". Alfonso XII se volvería a casar, ya saben ustedes aquello de fabricar niños en serie, en esta ocasión con
María Cristina de Habsburgo, emparentada con el Emperador de Austria, Como decíamos, Alfonso murió joven, pero cumplió con la dinastía y antes de fallecer su mujer estaba embarazada de un varón que habría de ser el futuro rey, y antes había tenido dos hijas más. Seguramente estén ustedes extrañados de que Alfonso llevará más o menos una vida “normal”, pues no es así, como no podía ser menos en esta familia, Alfonso también tuvo su canita al aire. En 1872 conocería en Viena a la cantante de ópera
Elena Sanz, con la que mantendría una apasionada relación que mantendría durante sus dos matrimonios hasta el final de sus días. Una relación de la que nacerían dos hijos. Alfonso XII, que era bastante supersticioso, antes de morir pidió que al niño que habría de nacer no le pusieran Alfonso, ya que el 13 era un mal presagio, como luego se demostró. Podríamos escribir una nueva crónica sobre una supuesta maldición que persigue a la dinastía Borbón desde que
Felipe V tomara el relevo del último rey de la dinastía de los Austria:
Carlos II “El Hechizado”. Desde entonces los Borbones no dejan de sufrir periódicamente calamidades y desgracias, una maldición que es conocida como la de
“los niños muertos”. A ver si me da permiso Don Florentino y me pongo a escribir una crónica sobre ello, aunque si no tiene que ver con la
guerracivilmaquia la cosa se pone difícil.
Tras la Guerra de Sucesión, los Borbones de la mano de Felipe V (quien sucedería al Carlos II “el Hechizado”), llegarían al trono de España. Desde entonces una serie de desgracias y acontecimientos han tenido como protagonistas a esta dinastía, llegando algunos a hablar de una maldición que recae sobre esta familia.
Y hasta aquí esta apasionada crónica en dos partes en las que repasamos la vida de los Borbones durante el Siglo XIX, una historia apasionante en la que nos podríamos haber extendido muchísimo más ( y también haber hecho más pupa)si no fuera porque Don Florentino luego me llama al orden por enrollarme. Una historia ligada un periodo histórico no menos apasionante, en el cual les recomiendo profundizar, sin duda todos aquellos acontecimientos acabarían influyendo sobremanera en el devenir del SXX hasta y en las causas que propiciaron la proclamación de la
II Republica y en el desenlace de la
Guerra Civil.
Como han podido comprobar, los reyes tenían que hacer cosas muy, muy, muy gordas para que la gente se enfadara, no como ahora que por una simple cacería, que encima se la paga un amigote, o por una supuesta canita al aire con una bella señorita, o porque el yerno hace algunos pinillos financieros que ya han prescrito, nos ponemos hechos unos basiliscos, y aunque el hombre ya ha perdido perdón, todavía andamos hurgando en la herida. Todo esto es una prueba irrefutable y concluyente de que los españoles ya no somos lo que éramos, está claro que indefectiblemente se está perdiendo la raza. Y esto es algo que podemos apreciar también en nuestros políticos, lo que ha pasado con
Sarkozy utilizando el nombre de España en una campaña era algo impensable hace 200 años, esas ofensas no podían quedar impunes. Me imagino una cumbre del G20 hace 200 años a la que asiste
Mariano Rajoy con su navaja de
siete muelles asomamdo el mango de asta por la parte superior del refajo de
"a cinco vueltas" que le comprime la barriga. Seguramente en medio de las deliberaciones un ruido sordo interrumpiría a los asistentes:
“clac-clac-clac-clac-clac-clac-clac”, y como en la película
“la princesa prometida” se oiría una voz increpando a Sarkozy:
“soy Mariano Rajoy Brei. Tú citaste el nombre de España en campaña. Prepárate a morir”. A los pocos días veríamos a Carla Bruni de negro (con lo bien que le sienta, aunque realmente a esta mujer le sienta bien cualquier color). O si quieren, se pueden imaginar también una reunión de mujeres presidentas en la vecina
Lisboa, y que coinciden en la legendaria peluquería del Chiado
“O Vaporouso Cardadu” la presidenta argentina
Cristina Kirchner y la madrileña
Esperanza Aguirre, vamos…, la que se hubiera liado hace 200 años habría sido parda, y si al salir la rioplatense todavía conservaba un mechón se podía considerar una mujer afortunada. Pero todo esto es ya parte del pasado y no volverá a ocurrir, porque lamentablemente e irremediablemente amigos lectores aunque nos cueste reconocerlo, podemos afirmar rotundamente que:
“SE ESTÁ PERDIENDO LA RAZA”.
Abilio Ovejero.