CAGANCHO, HEMINGWAY, CRISTIAN HERNÁNDEZ Y LA “ESPANTÁ”.
Estimados amigos lectores, de nuevo un triste suceso taurino de rabiosa actualidad ha dado pábulo para que indocumentados cronistas pertenecientes a lo más profundo de la prensa cavernaria salgan de su madriguera para atacar a gente de bien amparándose en hechos ajenos y tejiendo con ellos una ponzoñosa tela de araña destinada a enredar en ella el buen nombre de personas decentes y honradas que tanto han hecho por el mantenimiento y difusión de la Fiesta. No sabemos cual es la finalidad última que pretenden estos gacetilleros que siempre están a “la vanguardia” de la crítica, pero sospechamos que tras ello se encuentre la propia puesta en valor, es decir el carpetovetónico trinque y rebañe, algo casi tan innato, si no más, a la cultura hispana que los propios toros. No quiero dar nombres por no hacer publicidad a esta canalla mediática, pero si les daré un par de pistas, se trata de un personaje de dudoso pasado que dice ser de la barriada donde se localiza el sagrado templo de la tauromaquia madrileña, y por nombre o alias utiliza la castiza denominación para los vasos de vino, que tanto agradan a nuestro querido amigo “Lagartija” ( "Pulse AQUÍ para ir a la crónica de EL GRAN EVENTO")
Como ustedes recordaran , si son buenos aficionados seguramente con gran dolor, Moncloveño hace unos meses que se corto la coleta, en el cenit de su carrera, habiendo alcanzado la gloria tras esa monumental faena que protagonizó en un inolvidable, más que inolvidable legendario ya, mano a mano con el maestro sevillano “El Zubi”, en una de las tardes más completas y emotivas que puedan recordar hasta los más viejos aficionados, una tarde que fue una auténtica “OPERA EGIPCIA” ( "Pulse AQUÍ para ir a la crónica de la OPERA EGIPCIA").
Después de todos estos años como apoderado de Moncloveño, me hierve la sangre de ver como se ataca gratuitamente a este pedazo de figura, impedido de defenderse inmiscuido como está actualmente en sus negocios aeroportuarios. Me ebulle la sangre de contemplar como se vierten insidias apoyándose en la fama y buen nombre de este ya mítico diestro de la Cuesta de Areneros, de ver en una palabra, como se minusvalora a la Fiesta. ¿Cómo se puede poner en entredicho la labor y pundonor de este fenómeno de la tauromaquia actual?, un diestro que se ha enfrentado en solitario en más de una ocasión a las más fieras alimañas, que ha compuesto alguno de los mejores carteles y festejos que se recuerdan, que ha hecho tanto por promover la Fiesta y por preservar su espíritu autentico, desinteresado, alejado de cualquier interés material o pecuniario, que ha conseguido reunir a alguna de las primeras figuras en inolvidable tardes, y al que nunca le han temblado las piernas incluso para llamar la atención a la autoridad cuando ha sido necesario. Como dijo el “Guerra”, el torero no el otro, “tiene que haber gente pa tó”, y en el mundo de la crónica esta máxima también se cumple, como hemos podido comprobar en el escrito de ese juntaletras que aprovecha la solemne retirada de los ruedos de Moncloveño para sembrar la duda encadenándola con el suceso ocurrido el pasado domingo en un coso mejicano que pasamos a detallar a continuación. ( "Pulse AQUÍ para ir a la crónica CORTARSE LA COLETA").
El pasado domingo, en la mejicana plaza de Mejico D.F. el novillero Christian Hernández presa del miedo se negó a matar a sus dos toros, y avergonzado de su actitud se corto la coleta en el mismo ruedo, en un gesto de vergüenza o de sensatez, ya que después del espectáculo protagonizado a nadie en su sano juicio se le ocurriría volver a saltar a un ruedo, y aunque no volvió al albero si que tuvo que regresar a la comisaría donde quedo detenido por incumplimiento de contrato. No era la primera corrida que lidiaba este diestro, y es bastante raro ver esta actitud sobre todo en un torero joven que empieza, aunque sin embargo si que se han dado muchos casos entre toreros ya consagrados. Quizá la más conocida de todas fuera la famosa “espantá” de Cagancho en la plaza de Almagro. Cagancho era el apodo del torero trianero y gitano de nombre Joaquín Rodríguez Ortega. Se reinauguraba la plaza de la localidad, construida en 1845 pero restaurada en tiempos de la República, concretamente en 1932. Para tamaño acontecimiento histórico se decidió contratar a una de las primeras figuras del momento, al consagrado Cagancho, al que acompañarían dos toreros de menor postín. Se despertó una enorme expectación tanto en Almagro como en las localidades de los alrededores, que acudieron en masa en todos los medios posibles, incluyendo el ferrocarril, y se cuentan casos de personas que cayeron de la locomotora en marcha a la que se habían subido al estar abarrotados los vagones. El día de la corrida en la plaza no cabía un alfiler a las seis de la tarde, hora de comienzo del festejo, aunque el paseillo se retrasaría hasta las seis y media, hora en la que apareció Cagancho acompañado de su cuadrilla, que se habían retrasado debido a la vaguería y a la pereza del diestro. La espera impacientó a los tendidos, por donde comenzaron a correr los más diversos rumores, si la tarde se presentía intensa, la espera aumentó esta intensidad.
Comenzó la corrida y llegó el gran momento al salir el tercer toro de la tarde de chiqueros, el primer toro del lote de Cagancho. El torero realizó una lidia desastrosa, que se acrecentaría a la hora de entrar a matar. El maestro era incapaz de despachar una estocada o algo que se le pareciese, limitándose a pinchar innumerables veces y en los más insospechados lugares al animal, hasta que o bien desesperado por los acontecimientos, el miedo o la incapacidad, se refugió en el burladero negándose a matar al desangrado y ya moribundo animal después de los numerosos navajazos que había recibido, teniendo que finiquitarlo otro de los toreros de la terna.
El escándalo fue en aumento, teniendo que actuar la Guardia Civil cargando contra los sectores más exaltados. La reanudación de la corrida volvió a calmar momentáneamente los ánimos, tal vez confiados en que en el sexto toro Cagancho cuajara la esperada faena. Sin embargo, llegado el momento, los estupefactos espectadores descubrieron que el torero sevillano acompañado de su cuadrilla había abandonado la plaza. Aquello fue la gota que desbordó el vaso y una multitud enfervorecida salto al ruedo, incendió la recien inaugurada plaza destrozando para siempre los nuevos palcos de madera que se estenaban ese día, y se echo a las calles del pueblo cometiendo todo tipo de desmanes. Para ponerse a salvo el torero y su cuadrilla tuvieron que refugiarse en el Ayuntamiento, donde tendrían que permanecer durante dos días para evitar la ira del los aficionados que pedían su cabeza, hasta que consiguieron ser evacuados de allí.
Seguramente esta sea la más conocida y comentada espantá de la que tenemos referencias, tanto que la expresión “como Cagancho en Almagro” es utilizada coloquialmente, incluso por personas ajenas al mundo taurino que desconocen completamente este acontecimiento. Sin embargo en la historia ha habido muchas más, es algo intrínseco a la Fiesta. En los últimos tiempos han sido clamorosas las “espantas” de diestros consagrados como el jerezano y también gitano Rafael de Paula, artista con el capote donde los haya, o del mítico Curro Romero, otro artista. Nombres que al igual que el de Cagancho son palabras mayúsculas en la historia de este supremo arte. Es difícil encontrar una única explicación que justifique esta conducta, lo más fácil es atribuirla al miedo, pero si fuera así, como explicar que uno o dos días despues estos toreros se vuelvan a enfrentar a otros toros y realicen faenas en algunos casos temerarias. Es curioso que esta conducta se suela producir en toreros de gran sensibilidad, tanto artística como humana, como es el caso de estas tres figuras. Tal vez se trate de algo que se escapa a nuestro conocimiento, de un don que poseen algunas personas al igual que mi querido amigo “Lagartija”, y que les permite presentir el peligro. ¿Es posible oler el miedo?, ¿se puede percibir el olor de la muerte?. El gran escritor norteamericano y gran aficionado taurino Ernst Hemigway ya trató este asunto en su magistral novela “Por quien doblan las campanas” que discurre durante la guerra civil española (como verán, al final en este blog todos los caminos conducen a Roma, es decir a la guerra civil). En uno de los pasajes del libro se habla de la muerte de Granero, que ya tratáramos en este blog a raiz de la pavorosa cogida de Julio Aparicio, y también de la de Joselito ( "Pulse AQUÍ para ir a la crónica UNA PAVOROSA CORNADA"). Colocamos aquí un pequeño fragmento de ese dialogo para que ustedes juzguen:
...
–¡Qué va! –repuso Pilar–. Vi la muerte tan claramente como si estuviera sentada sobre sus hombros. Y aún más: sentí el olor de la muerte.
—El olor de la muerte –se burló Robert Jordan–. Sería el miedo. Hay un olor a miedo.
—De la muerte –insistió Pilar–. Oye, cuando Blanquet, el más grande de los peones de brega que ha habido, trabajaba a las órdenes de Granero, me contó que el día de la muerte de Manolo, al ir a entrar en la capilla, camino de la plaza, el olor a muerte que despedía era tan fuerte, que casi puso malo a Blanquet. Y él había estado con Manolo en el hotel, mientras se bañaba y se vestía, antes de salir camino de la plaza. El olor no se sentía en el automóvil, mientras estuvieron sentados juntos y apretados todos los que iban a la corrida. Ni lo percibió nadie en la capilla, salvo Juan Luis de la Rosa. Ni Marcial ni Chicuelo sintieron nada, ni entonces ni cuando se alinearon para el paseíllo. Pero Juan Luis estaba blanco como un cadáver, según me contó Blanquet, y éste le preguntó:
»–¿Qué, tú también?
»–Tanto, que no puedo ni respirar –le contestó Juan Luis–. Y viene de tu patrono.
»–Pues nada –dijo Blanquet–; no hay nada que podamos hacer. Esperemos que nos hayamos equivocado.
»–¿Y los otros? –preguntó Juan Luis a Blanquet.
»–Nada –dijo Blanquet–; nada. Pero ése huele peor que José en Talavera.
»Y por la tarde, el toro llamado Pocapena, de Veragua, deshizo a Manolo contra los tablones de la barrera, frente al tendido número 2, en la plaza de toros de Madrid. Yo estaba allí, con Finito, y lo vi, y el cuerno le destrozó enteramente el cráneo, cuando tenía la cabeza encajada en el estribo, al pie de la barrera, adonde le había arrojado el toro.
—Pero ¿tú oliste algo? –preguntó Fernando.
—No –repuso Pilar–. Estaba demasiado lejos. Estábamos en la fila séptima del tendido 3. Por estar allí, en aquel lugar, pude verlo todo. Pero esa misma noche, Blanquet, que también trabajaba con Joselito cuando le mataron, se lo contó todo a Finito en Fornos, y Finito le preguntó a Juan Luis de la Rosa si era cierto. Pero Juan Luis no quiso decir nada. Sólo asintió con la cabeza. Yo estaba delante cuando ocurrió, así que, inglés, puede ser que seas sordo para algunas cosas, como Chicuelo y Marcial Lalanda y todos los banderilleros y picadores y el resto de la gente de Juan Luis y Manuel Granero lo fueron en esa ocasión. Pero ni Juan Luis ni Blanquet eran sordos. Y yo tampoco lo soy; no soy sorda para esas cosas.
—¿Por qué dices sorda cuando se trata de la nariz? –preguntó Fernando.
—Leche –exclamó Pilar–; eres tú quien debiera ser el profesor, en lugar del inglés. Pero aún podría contarte cosas, inglés, y no debes dudar de una cosa porque no puedas verla ni oírla. Tú no puedes oír lo que oye un perro ni oler lo que él huele. Pero ya has tenido de todas maneras una experiencia de lo que puede ocurrirle a un hombre.
...
Tal vez sean algunas de estas misteriosas razones las que impulsan a algunos toreros a protagonizar sonadas espantadas. El miedo o el pánico pueden surgir en cualquier momento, de la manera más insospechada y en el momento más inesperado. Sin embargo toreros que muestran un valor temerario dentro del albero, inexplicablemente dan rienda suelta a sus temores y supersticiones una vez finalizada la corrida. De nuevo y en el mismo libro encontramos otra interesante narración en la que podemos apreciar esta particular conducta:
...
—Tenía fama de ser muy valiente –dijo el otro hermano.
—Nunca he conocido un hombre que tuviera tanto miedo –siguió Pilar–. No quería ver en su casa una cabeza de toro. Una vez, en la feria de Valladolid, mató muy bien un toro de Pablo Romero.
—Me acuerdo –dijo el primer hermano–. Estaba yo allí. Era un toro jabonero, con la frente rizada y unos cuernos enormes. Era un toro de más de treinta arrobas. Fue el último toro que mató en Valladolid.
—Justo –dijo Pilar–. Y después, la peña de aficionados que se reunía en el café Colón y que había dado su nombre a la peña, hizo disecar la cabeza del toro y se la ofreció en un banquete íntimo, en el mismo café Colón. Durante la comida, la cabeza del toro estuvo colgada en la pared, cubierta con una tela. Yo asistí al banquete y también algunas mujeres; Pastora, que es más fea que yo; la Niña de los Peines con otras gitanas, y algunas putas de postín. Fue un banquete de poca gente, pero muy animado, y casi se armó una gresca regular al originarse una disputa entre Pastora y una de las putas de más categoría por una cuestión de buenos modales. Yo estaba muy satisfecha, sentada junto a Finito, pero me di cuenta de que Finito no quería mirar a la cabeza del toro, que estaba envuelta en un paño violeta, como las imágenes de los santos en las iglesias durante la Semana Santa del que fue Nuestro Señor.
»Finito no comía mucho, porque, en el momento de entrar a matar en la última corrida del año en Zaragoza, había recibido un varetazo de costado que le tuvo sin conocimiento algún tiempo y desde entonces no podía soportar nada en el estómago; y de cuando en cuando se llevaba el pañuelo a la boca, para escupir un poco de sangre. ¿Qué es lo que estaba diciendo?
—La cabeza del toro –dijo Primitivo–; hablabas de la cabeza del toro disecada.
—Eso es –dijo Pilar–; eso es. Pero tengo que daros algunos detalles, para que os deis cuenta. Finito no era muy alegre, como sabéis. Era más bien triste y jamás le vi reír de nada cuando estábamos solos. Ni siquiera de cosas que eran muy divertidas. Lo tomaba todo muy en serio. Era casi tan serio como Fernando. Pero aquel banquete se lo ofreció un grupo de aficionados que había fundado la Peña Finito y era preciso que se mostrase amable y contento. Así es que durante toda la comida estuvo sonriendo y diciendo cosas amables, y sólo yo veía lo que estaba haciendo con el pañuelo. Llevaba tres pañuelos encima y los llenó los tres antes de decirme en voz baja:
»–Pilar, no puedo aguantar más; creo que tendré que marcharme.
—Como quieras, marchémonos –le dije; porque me daba cuenta de que estaba sufriendo mucho. En aquel momento había muchas risas y bullanga, y el ruido era terrible.
»–No, no podemos irnos –dijo Finito–. Después de todo, es la peña que lleva mi nombre y me siento obligado con ella.
»–Si estás malo, vámonos –dije yo.
»–Déjalo. Me quedaré. Dame un poco de manzanilla. »No me pareció muy
sensato que bebiese, ya que no había comido nada y sabía cómo andaba su estómago; pero, evidentemente, no podía soportar por más tiempo el bullicio y la alegría sin tomar algo. Así es que vi cómo bebía rápidamente una botella casi entera de manzanilla. Como había empapado
todos los pañuelos, se valía ahora de la servilleta.
Sigue el relato reflejando como se desarrolla el banquete, con la alegría y disputas de los invitados. Continuamos con el mismo...
Había tanto ruido, que nadie podía oír una palabra de lo que se hablaba, salvo la palabra puta, que rugía por encima de todas las demás, hasta que se restableció la calma. Y las tres mujeres que nos habíamos mezclado nos quedamos sentadas, mirando el vaso. Y entonces me di cuenta de que Finito estaba mirando a la cabeza del toro, todavía envuelta en el paño violeta, con el horror reflejado en su mirada.
»Entonces el presidente de la peña comenzó a pronunciar el discurso que había que pronunciar antes de descubrir la cabeza, y durante todo el discurso, que iba acompañado de oles o golpes sobre la mesa, yo estuve mirando a Finito, que se valía, no de su servilleta, sino de la mía y se hundía más y más en el asiento, mirando con horror y como fascinado la cabeza del toro, todavía envuelta en su paño y que estaba en la pared frontera a él.
»Hacia el final del discurso, Finito se puso a mover la cabeza a uno y a otro lado y a echarse cada vez más atrás en su asiento.
»–¿Cómo va eso, chico? –le pregunté; pero, al mirarme, vi que no me reconocía; movía la cabeza a uno y otro lado, diciendo: "No. No. No."
»Entonces el presidente de la peña concluyó su discurso y luego todo el mundo le aplaudió, mientras él, subido en una silla, tiraba de la cuerda para quitar el paño violeta que tapaba la cabeza. Y, lentamente, la cabeza salió a la luz, aunque el paño se enganchó en uno de los cuernos y el hombre tuvo que tirar del trapo y los hermosos cuernos puntiagudos y bien pulimentados aparecieron entonces. Y detrás, el testuz amarillo del toro, con los cuernos negros y afilados, que apuntaban hacia delante con sus puntas blancas como las de un puerco espín y la cabeza del toro era como si estuviese viva. Tenía la testa ensortijada, las ventanas de la nariz dilatadas y sus ojos brillantes miraban fijamente a Finito.
»Todos gritaban y aplaudían, y Finito se echaba más y más hacia atrás en el asiento, hasta que, al darse cuenta de ello, se calló todo el mundo y se quedó mirándole, mientras él seguía diciendo: "No. No", y mirando al toro y retrocediendo cada vez más, hasta que dijo un no muy fuerte y una gran bocanada de sangre le salió por la boca. Y ni siquiera echó entonces mano de la servilleta, de manera que la sangre le chorreaba por la barbilla; y Finito seguía mirando al toro, y diciendo: "Toda la temporada, sí; para hacer dinero, sí; para comer, sí; pero no puedo comer, ¿me entendéis? Tengo el estómago malo. Y ahora que la temporada ha terminado, no, no, no." Miró alrededor de la mesa, miró de nuevo a la cabeza del toro y dijo no una vez más. Y luego dejó caer la cabeza sobre el pecho y, llevándose a los labios la servilleta, se quedó quieto, inmóvil, sin añadir una palabra más. Y el banquete, que había comenzado tan bien y que prometía hacer época en la historia de la alegría, fue un verdadero fracaso.
—¿Cuánto tardó en morir después de eso? –preguntó Primitivo.
—Murió aquel invierno –dijo Pilar–.
...
Hasta aquí el relato del genial Hemingway, el autentico, no el de ese imitador ripense que se mueve en distintos círculos guerracivileros. En un futuro realizaremos una crónica dedicada a este genial personaje, el escritor no el imitador ripeño, y a su relación con los toros y la guerra civil (no se la de veces que me habré comprometido con ustedes a escribir crónicas en un futuro sobre temas determinados, les ruego me disculpen si alguna se queda en el tintero, o casi mejor les ruego me disculpen ya directamente), donde desarrolló una intensa labor como periodista, escritor e incluso cineasta, sin olvidar sus aficiones a las bebidas, las mujeres y las fiestas (sigo hablando del norteamericano), incluida la taurina, pero no adelantemos acontecimientos, esperemos a esa anunciada crónica, si algún día llega que esta la cosa “mu achuchá”.
Si ustedes pensaban que en esta ocasión no iba a hacer referencia a algún episodio de la guerra civil, tengo que decirles que se equivocan, lo voy a hacer aunque sea brevemente. En similitud con el toreo, el valor y el miedo son intrínsecos a la guerra. Los soldados, al igual que los toreros, son capaces de derrochar valor, realizando en ocasiones temerarias actuaciones, que muchas veces terminan conduciéndoles a la muerte. Pero también en otras muchas ocasiones el miedo hace mella en ellos y al igual que los diestros acaban protagonizando sonoras “espantás”. Son numerosas las referencias a episodios de este tipo en ambos bandos, sobre todo al comienzo de la guerra, y principalmente en el bando republicano.
En los primeros meses de la guerra el Ejercito Republicano, por definirlo de algún modo, estaba compuesto en su inmensa mayoría por civiles con mucho entusiasmo pero con una nula preparación militar. A ello habría que sumar la falta de efectivos militares profesionales, principalmente suboficiales, que pusieran orden y dirigieran a estos entusiastas combatientes, sobre todo en las posiciones más avanzadas, donde el peligro es mucho mayor y es necesaria una mayor frialdad en los pensamientos, así como mucho temple, sin olvidar que se estaban enfrentando a un ejercito profesional, bien entrenado y fogueado en el combate durante las campañas africanas. Si sumamos todo este cúmulo de circunstancias no es de extrañar que las desbandadas, o chaqueteos que era como se conocían, fueran frecuentes, así como también era frecuente escuchar el grito de “que nos copan”, justificado o no, que provocaba en la mayoría de las ocasiones una desordenada retirada que muchas veces era la causa de que muchos combatientes fueran abatidos. La situación cambiaría radicalmente durante la Batalla de Madrid, como ya vimos en nuestra anterior crónica, los milicianos comenzaron a organizarse, adquiriendo fundamentos militares, y las “espantás” cada vez fueron menos frecuentes, aunque no dejarían de producirse durante toda la guerra, es más como se han producido y se siguen produciendo en cualquier guerra.
Pero esto no nos puede hacer olvidar el tremendo valor necesario para saltar al albero o para empuñar un fusil, algo para lo que todo el mundo no esta preparado. Son muchos los cronistas, entre los que me incluyo, e historiadores, entre los que no me incluyo, que caemos en la tentación de criticar la faena de un diestro achacándole falta de valor, o la de determinada unidad que no se empleo suficientemente en determinado frente. Antes de ello deberíamos reflexionar sobre el derroche de valentía que esas acciones suponen, máxime teniendo en cuenta que en muchas ocasiones conducen a la muerte.
Que zumbe la vuvuzela (vaya baño nos han dado los helvéticos, pero como diría Sandoval “no me gustan los buenos principios”).
Florentino Areneros.
LOS VIDEOS DE SOL Y MOSCAS
Contemplen el video con las imágenes de la “espantá” del novillero mejicano Cristian Hernández en la Monumental de Ciudad de Méjico.
Dice el escritor Ricardo Piglia que cuando Hemingway ya no pudo escribir, ni hacer el amor, y se disparó aquel balazo en su casa de Ketchum, no sólo recuperó sus códigos viriles, sino que tambien mató al mas entrañable de sus personajes.
ResponderEliminarfelicitaciones por la prosa y por los temas elegidos, que nos devuelven una y otra vez los recuerdos de la querida España.
ResponderEliminarMuchas gracias Ciliax por sus amables palabras sobre el blog, y perdone por la tardanza en responder pero he estado unos días fuera. Efectivamente Hemingway era un personaje en si mismo, algunos dicen que vino a la guerra de España en busca de inspiración, y que el protaginista de "por quien doblan las campanas" es una extensión de si mismo, y en algunos pasajesda esa sensación.
EliminarSaludos.