domingo, 21 de noviembre de 2010

LA VAQUILLA


LA VAQUILLA

Por Florentino Areneros.

De nuevo la rabiosa actualidad nos obliga a cambiar apresuradamente nuestros planes editoriales y nos tenemos que hacer eco de una triste noticia, el fallecimiento en Madrid el pasado 13 de Noviembre de Luís García Berlanga, uno de los más grandes directores del cine español, a quien debemos títulos, entre otros muchos trabajos, como “Placido”, “Bienvenido Mr. Marshall”, “El Verdugo”, y por supuesto “La Vaquilla”.

Como ustedes habrán podido adivinar nada más leer el título de esta crónica, si hay una película favorita de los componentes de esta redacción, esa película no es otra que “LA VAQUILLA”, que es a nuestro entender, a pesar de las críticas tanto de algunos cinéfilos y algún que otro historiador, una de las obras maestras del cine español. En esta cinta se mezclan de nuevo Guerra Civil y toros, toros y Guerra Civil, todo ello con un punto de ironía y derrochando sentido del humor. ¿Qué más podíamos pedir desde esta redacción?.



Luis Gracía Berlanga y Alfredo Landa en un momento del rodaje de la película.

Durante muchos años como cronista taurinoguerracivilero he tenido ocasión de conocer a muchas buenas personas y a algún que otro personaje. De entre todas esas buenas personas hoy quiero hablarles de una de ellas, Don Carlos Sala, al que puedo considerar como un amigo, lo que es para mi un verdadero honor. Don Carlos es una persona de avanzada edad, aunque se mantiene en unas envidiables condiciones físicas y una lucidez que muchos la quisiéramos para nosotros. A Don Carlos como a otros muchos españoles les toco hacer la guerra, pero con la particularidad de que a él le tocó comenzarla en un bando y terminarla en el otro. Hace algunos años le hice una entrevista para la revista Frente de Madrid, centrada en sus vivencias en la etapa comprendida entre la proclamación de la República y el final de la guerra. Durante todo el tiempo que Don Carlos permaneció en ambos frentes vivió un buen número de peripecias y aventuras, en las que en alguna ocasión estuvo comprometida su integridad física e incluso su vida. La peculiaridad de haber estado en los dos lados le sitúa en una privilegiada posición desde la que puede establecer juicios con una objetividad al alcance de muy pocos. Hace tiempo estábamos conversando no recuerdo bien de qué y salió el tema de La Vaquilla, y a Don Carlos le cambió la cara:

- ¿La has visto Florentino?, es buenísima. Yo la he visto no sé cuantas veces y no me canso de verla. Tal y como lo muestran en la película se parece mucho a como se vivía aquello, los personajes, las situaciones, la gente, los militares…

Con una opinión de este tipo, ¿que más crítica sobre la película queremos?. Aunque ya colocado en morlaco en suerte, y que morlaco, no puedo desperdiciar esta oportunidad que se me brinda para el lucimiento y dejar de comentar esta joya del celuloide.


Otro momento del rodaje de la película en la localidad de Sos del Rey Católico.

La Vaquilla se rodó en 1985 sobre un guión del propio Berlanga al alimón con Rafael Azcona, otro grande de nuestro cine fallecido no hace muchas fechas, una pareja indispensable para conocer el cine español de la segunda mitad del pasado siglo. Aunque por la fecha de su realización se pueda pensar que la película nace coincidiendo con el definitivo arraigo de la democracia en España y a una distancia cronológica suficiente del conflicto para poder tratar el tema sin levantar sarpullidos, lo cierto es que el guión fue concebido por estos dos genios cerca de 30 años antes, en plena dictadura franquista, aunque su proyecto quedaría aparcado por razones obvias, tal vez esta sea la primera paradoja de esta singular película. La película da pie para establecer una serie de paralelismos o metáforas, y no cabe duda de que se trata de una película antibelicista, que nos muestra lo absurdo que puede llegar a ser una guerra, máxime si se trata de una guerra civil.

La película comienza en un caluroso verano entre las trincheras republicanas de algún frente indeterminado. En la primera escena, un soldado en calzoncillos recorre la línea de trincheras pidiendo a sus compañeros, ataviados de manera no muy diferente y con una actitud muy poco marcial, papel de liar tabaco para posteriormente intercambiarlo en terreno neutral por picadura con los del otro bando. La visión de esta larga escena, que sirve de fondo a los títulos de crédito, puede llevar al espectador a pensar que se encuentra ante un escenario irreal, o conscientemente exagerado para crear un ambiente más cómico y esperpéntico. Sin embargo la situación no debe de distar mucho de las que se vivieron en frentes que permanecieron estables durante largos periodos del conflicto. Del mismo modo podemos afirmar que los trueques de objetos entre los contendientes eran habituales.

Haga clic en la imagen para ir a la página de Madrid en Guerra.

Durante el intercambio en terreno neutral de papel por tabaco, el Brigada Castro, interpretado por Alfredo Landa (un suboficial con muchos años de servicio, empeñado en mantener la disciplina como pilar básico de un ejercito, aunque nadie le obedece) , se entera de que en el otro bando preparan una gran fiesta, con abundante comida y bebida (algo nada habitual en la zona republicana), cuyo acto culminante será la lidia de una vaquilla. A partir de esta información el Brigada ideará un ambicioso plan, que de realizarse elevará la moral de sus tropas y además les permitirá echar algo a sus estómagos. El plan no es otro que una vez disfrazados con uniformes del otro bando y tras cruzar las lineas, secuestrar la vaquilla, y de paso aguar la fiesta y propinar un gran mazazo psicológico al enemigo.


El Brigada Castro (Alfredo Landa) expone su plan al Teniente Broseta (José Sacristán).

Transmite su idea a su superior, el Teniente Broseta, interpretado por José Sacristán (anteriormente al inicio de la guerra era peluquero y por lo tanto carecía de cualquier formación militar), quien acaba aceptando el plan y decide ponerlo en marcha sin solicitar permiso a nadie. Junto al Brigada y el Teniente, el equipo lo formarán un antiguo cura reconvertido a los ideales proletarios y también a los vicios mundanos, un torero aficionado de nombre “Limeño” (llamado a si no por ser de Lima si no por trabajar en un taller y tener gran destreza con la lima) y un soldado, Mariano, natural del pueblo donde se ha de celebrar el festejo y por lo tanto conocedor del terreno y de las costumbres del lugar, que servirá de guía al grupo. Este papel esta interpretado por Guillermo Montesinos. Como ven este grupo refleja bastante bien lo que podía ser el ejercito republicano, donde predomina una disciplina un tanto laxa y un gran descontrol, con oficiales improvisados provenientes de los más diversos sectores y con una escasa o nula formación militar, así como una tropa más preocupada de sus asuntos personales que del devenir de la guerra.

Pero volvamos a la película, por la noche el grupo se infiltra en las líneas enemigas con la ayuda de un particular centinela, que se encarga de distraer a los vigilantes del otro lado, y aquí no daremos detalles de cómo lo hace, por si alguno de ustedes aun no ha visto la película. Tras una serie de vicisitudes, algunas de ellas de gran comicidad pero que tampoco detallaremos, nuestros protagonistas se encuentran ya en zona franquista, pasando milagrosamente desapercibidos como miembros del otro ejército y pasando todo tipo de peripecias. Y es en esta parte de la película donde Berlanga aprovecha para hacer un retrato de cómo era la España de Franco, al igual que antes lo hizo con la republicana, basándose en algunos personajes como el comandante (Agustín González), el marqués (Adolfo Marsillach), la condesa, el cura, el sargento al que nadie le rechistaba, sin olvidar a el barbero interpretado Luis Ciges, actor del que hablaremos más adelante, entre otros. Donde vemos una España autoritaria, exclusivista y clasista, en donde la Iglesia, el ejército y la más rancia aristocracia, juegan un papel decisivo y preponderante.


Carro T26 de la Academia Militar de Zaragoza que fue utilizado durante el rodaje de la película.

Aunque no hemos querido profundizar en las escenas de la película para no destriparla en el hipotético y extraño caso de que alguno de ustedes todavía no la haya visto, no nos queda más remedio que desvelar el desenlace (incluso al final de esta crónica pueden ustedes contemplar los minutos finales de la misma en uno de los videos de Sol y Moscas). La película termina con la vaquilla muerta en tierra de nadie, entre las líneas de ambos bandos siendo devorada por los buitres. Ya hemos mencionado que La Vaquilla es una película que puede prestar para establecer muchas metáforas, y quizá en la que coinciden más personas es en identificar a la Vaquilla con España, desgarrada por una terrible lucha fraticida en la que ninguno de los bandos ha logrado realmente vencer, y a los buitres con los que sacaron partido y se aprovecharon de aquel conflicto. Como ven, esta película tiene todos los ingredientes necesarios para que desde esta redacción la consideremos como una de las obras maestras del cine español, y recomendamos su visionado a quien no lo haya hecho todavía y a quien si lo haya hecho, también le recomendamos que la vuelva a ver, como ha hecho muchas veces Don Carlos Sala, todo un experto en estos temas.

Pero volvamos a Berlanga, que por su edad y circunstancias familiares también vivió la Guerra Civil. Cuando se produce el golpe de julio de 1936 Luis García Berlanga acababa de cumplir 15 años, y para el la guerra no deja de ser una novedosa vivencia: “Hay persecuciones, muertes, pero, fíjate, en medio de aquel caos yo sentía que estaba viviendo unas largas vacaciones. Descubrí qué eran los amigos, aprendí a encontrar felicidad en los libros. Se suprimieron los colegios, robaba libros, me intelectualicé.”, un periodo en el que vivió curiosas experiencias “En la Guerra Civil fui a un palacio en el que había vivido un marqués que guardaba fotos en pelotas en las que se le veía follando, y guardaba tarritos en los que había almacenado vello púbico, con sus especificaciones: este es de la niña Tal, de doce años, este es de la joven Cual, de diecisiete. Los guardaba en tubos de aspirinas”. Pero por su edad le tocaría incorporarse a filas, pasando a formar parte de una unidad médica “Me movilizaron en la que se llamó La Quinta del Biberón, y estuve en la batalla de Teruel, a cuarenta grados bajo cero”.
Pero el final de la guerra no supondría el fin de los problemas para la familia Berlanga. Su padre, José García Berlanga Pardo, era un industrial bodeguero de larga tradición familiar de la zona de Utiel Requena, fue diputado a Cortes y Senador durante muchos años de su vida por la circunscripción de Requena, y al producirse el golpe de 1936 militaba en la Unión Republicana.. el partido de Martínez Barrio, el cual en sus memorias, y según narra Luis García Berlanga cuenta algo similar a esto: “Mi padre no tenía la pasión política de mi abuelo, pero siguió adelante, cumplía con su deber. Su jefe político, Martínez Barrio, cuenta en sus memorias algo como esto: vienen a verme Manteca (que era muy amigo de mi padre) y García Berlanga; son unos golferas que siempre están jugando al billar en los casinos militares, yendo a las putas, unos golferas. Yo me acuerdo que cada domingo me traía revistas, aquella revista Crónica en la que había tías en pelotas, algo muy suculento para jovencillos como nosotros. Pues lo que sigue contando Martínez Barrio es muy importante: que Manteca y García Berlanga le cuentan, como están tan en contacto con los casinos militares, que se está preparando una rebelión militar. Y añade Martínez Barrio, el muy bruto: "Como son unos correveidiles no les he hecho mucho caso". ¡Si les hubiera hecho caso!”.


Gobierno Provisional del 14 de abril de 1931: de pie: Indalecio Prieto, Marcelino Domingo, Casares Quiroga, Fernando de los Rios, Lluís Nicolau d'Olwer, Francisco Largo Caballero, José Giral, Diego Martínez Barrio. Sentados: Alejandro Lerroux, Manuel Azaña, Niceto Alcalá Zamora, Julián Besteiro y Álvaro de Albornoz.

Aun militando en un partido republicano y habiéndole sorprendido la guerra en zona gubernamental, la guerra supondría un calvario para el padre del cineasta, por su condición de patrono con los de un lado, y por su condición de republicano al acabar la guerra con los del otro: “Mi padre se marchó, porque le perseguían los anarquistas, y fíjate que yo he querido a los anarquistas. Se fue a Torrelodones, con el coronel republicano Mangada, y luego volvió a Valencia. No pudimos ir a nuestra casa solariega, se la habían quemado, iban a por él, y después se fue a Tánger”. En Tánger sería detenido por los franquistas y al finalizar la guerra el padre de Luis García Berlanga sería condenado a muerte. La familia de Berlanga se moviliza para tratar de evitarlo y tuvieron que pasar por lo que el mismo denomina el estraperlo de la muerte: “Mi hermano mayor, que era quien llevaba la casa, se enteró de que en Madrid había dos personas, uno era un médico de los ojos y una hermana suya, que cobraban el estraperlo de la muerte... Les dabas una cifra importante y conseguían la sustitución de la pena. Mi padre tenía una fábrica de electricidad, y una finca con muchísimas hectáreas, con muchos pinos, que servían para hacer cajas de naranjas... Y tuvimos que venderlo todo para alcanzar aquella cifra del estraperlo de la muerte... Al final la pena se conmutó por veinte años de cárcel... Imagínate lo que sucedería con los que no tenían dinero, o con los que no sabían que ese estraperlo se daba, pues se los llevaban por delante, una cabronada... Mi padre estuvo tres o cuatro años en la cárcel, tenía una grave afección de corazón, y murió cuando debía tener 60 años. No era muy viejo”.

Luis García Berlanga (con la gorra en la mano y bigote) junto a otros compañeros se dirige al Frente Ruso formando parte de las tropas de la División Azul.

También para ganarse el favor de los vencedores Berlanga se apuntaría a la División Azul: “Fui porque me lo pidió la familia, porque mi padre estaba con petición de pena de muerte. Pero en realidad lo que me motivó a ir fue una chica. Yo estaba enamorado de ella, creí que estando en la División Azul se quedaría prendada de mi valor y no me mandó ni una carta, y además se hizo novia de mi amigo más íntimo. Fui también porque me lo pidieron, a lo mejor sirve para que le conmuten la pena a tu padre. También fui porque era amigo de los falangistas, que luego no fueron, el que se jugó las pelotas fui yo, pero afortunadamente no me pasó nada. Nunca disparé un tiro, jamás maté a nadie: hacíamos campeonatos de tiro disparando a los postes de la luz, pero jamás le disparé a un hombre. Me pusieron a vigilar, en una torre vigía, pero no veía nada, y me inventaba las cosas. Cuando subía a la torre vigía, en la que estuve nueve meses, no sentía miedo a los alemanes. Hacía un viento espantoso, y a lo que yo le temía era a Drácula. Una vez, subiendo por aquel agujero, me caí, y me salvé gracias a que el fusil se quedó en diagonal, y me pude agarrar... Y mi mayor miedo era encontrarme a Drácula.”.


Despedida a los voluntarios de la División Azul en la Estación del Norte de Madrid.

Casualmente en el cine español tenemos otro caso de gran paralelismo con el de Berlanga. Me refiero al actor Luis Ciges, cuyo padre también militaba en Unión Republicana y era Gobernador Civil de Ávila. Pero el padre de Ciges no tuvo tanta suerte como el de Berlanga y sería fusilado por los sublevados a los pocos día de producirse el golpe: “Tuve una infancia muy feliz aunque entonces se ganaba poco. Mi padre era escritor y político republicano. Mi madre era hija de burgueses (era la hermana de Azorín) y sólo pintaba y se ocupaba de la cocina. Éramos cuatro hermanos. Tenía yo 15 años cuando mataron a mi padre, que era Gobernador Civil de Ávila. El 3 de agosto del 36, con el equipaje hecho para irse a Cuba de embajador, lo detuvo la Guardia Civil. Al día siguiente lo mataron los nacionales de un tiro en la cabeza, en el cementerio. Le robaron todo, el hombre no dejó ni una perra. Así que mi madre y mi hermana se fueron a un convento de clausura, y yo y mis hermanos a uno de frailes castigados. No comían, nos trataban fatal, era una cosa horrorosa. Cuando acabó la guerra, nos dieron a elegir: seguir allí o entrar en el Tercio de Orden y Policía. Así que nos fuimos, mi hermano pequeño y yo. A Elizondo, con los requetés, a andar las vías del tren por si había petardos, y a cerrar los burdeles que viéramos abiertos".

Componentes de la División Azul hojean el Marca en un momento de descanso.

Al igual que Berlanga, Ciges también pasaría por la Divisió Azul: “Después nos fuimos a Rusia de voluntarios, o sea de mercenarios. Con un Grupo de Asalto y Caza de Tanques de la División Azul. Llevábamos metralletas, bombas de mano y de humo, pero tanques no había. Mi madre cobraba nuestro sueldo en marcos. Estuvimos de octubre a octubre, en Polonia, Leningrado... Yo era el despistado número dos y me mandaban las cosas más raras. Cruzar el campo de batalla con una carretilla. Subir una montaña en trineo... No había transporte, anduvimos 1.200 kilómetros en un mes. En verano, a 56 bajo cero. Luego hice la mili en Sevilla, hasta que me echaron por hacerme el jefe: sacaba comida para los pobres y los presos del Socorro Rojo. Después estuve un tiempo haciendo como que era espía alemán en las Minas del Eje (el eje de Orense, Pontevedra y Lugo) y me volví a Ávila con bronquitis. Estudié dos años de medicina y me coloqué en un sanatorio de tuberculosos. Había 400 enfermos, muy enfermos. Como yo estaba bastante curado de espanto, me pusieron en autopsias. Entonces tenía un pabelloncete majo a las afueras, y había una moza con la que me quería casar. Por hacer un ejercicio de fidelidad. Pero ella no quiso vivir allí y me vine a Madrid”
Y hasta aquí esta crónica que ha querido servir como modesto homenaje a ese gran cineasta español que fue Luis García Berlanga, autor de una obra maestra con la que nos sentimos profundamente identificados los componentes de la redacción de Sol y Moscas: “LA VAQUILLA”.

Florentino Areneros
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LOS VIDEOS DE SOL Y MOSCAS

Estimados lectores, les ofrecemos a continuación dos interesantes cortes, como complemento a la crónica dedicada a Berlanga. En primer lugar un fragmento del documental “Extranjeros de si mismos” en el que Berlanga y Ciges nos cuentan sus experiencias en el Frente Ruso. Y en segundo lugar la escena final de la película “LA VAQUILLA” síntesis metafórica de lo que fue la guerra civil española.

EXTRANJEROS DE SI MISMOS.

Documental en el que Luis García Berlanga y Luis Ciges nos cuentan alguna de sus experiencias en la División Azul


LA VAQUILLA (ESCENA FINAL). Últimas escenas de La Vaquilla. Florentino Areneros.