Una de las imágenes más icónicas de la guerra civil posiblemente sea la del coronel Segismundo Casado frente a un micrófono la noche del 5 de marzo de 1939. En esta crónica desvelamos alguno de los interrogantes que se esconden tras esta fotografía. (Haga clic sobre la imagen para verla ampliada).
EL DISCURSO DE CASADO
(75 Aniversario)
Por Florentino Areneros.
En la noche del 5 de Marzo de 1939 un grupo de militares y civiles, comandados por el coronel Casado escenificaban con un discurso radiado el golpe de estado contra el gobierno del Doctor Negrin que llevaban tiempo preparando. Mucho se ha hablado y escrito de aquel episodio desde entonces hasta nuestros días, un episodio que sería el punto de arranque de lo que luego se conocería como el Golpe de Casado. Si la guerra había comenzado con el golpe de julio de 1936, iba a terminar, o a acelerar su final, gracias a este golpe de marzo de 1939, que acabaría dando la puntilla al gobierno del doctor Negrín.
Como bien repite nuestro admirado maestro Fernando Hernández Sánchez
“la victoria tiene muchos padres, pero la derrota siempre es huérfana”, tal vez ello sea el motivo de que a día de hoy todavía queden muchas lagunas por completar de aquellos hechos. Las versiones y opiniones de lo ocurrido son en algunos casos dispares, los testimonios de los testigos que se han ido recogiendo en la abundante bibliografía, así como las diferentes biografías de alguno de sus protagonistas principales, difieren de manera notable, y lo que es más significativo, seguramente muchos callen o cambien detalles y hechos de interés para eludir sus propias responsabilidades y errores. El Golpe de Casado precipitaría el desenlace de la guerra, que terminaría seguramente de la peor manera posible para los intereses de los perdedores. A la catástrofe que supuso este final habría que sumar la tragedia a la que miles de personas del bando perdedor se verían abocados, no olvidemos que tras la guerra decenas de miles de prisioneros serían fusilados, y que muchos otros miles perecerían en los centros de internamiento o realizando trabajos forzados. En estas circunstancias es comprensible que nadie quiera responsabilizarse de lo que en aquellos días aconteció, todos aseguran haber tomado las mejores decisiones posibles o haber actuado forzados por las circunstancias sin que hubiera ninguna alternativa mejor a lo que ellos se vieron obligados a hacer. Queda mucho por investigar y descubrir, incluidos algunos archivos todavía clasificados, principalmente españoles y británicos. Tal vez no haga mucha gracia al gobierno de Su Graciosa Majestad que a partir de aquellos documentos se pudiera descubrir que el gobierno su nación ayudó a implantar un régimen de corte fascista en España que se mantendría en el poder con mano de hierro durante 40 años. Tampoco entendemos ese celo que muestra el Ministerio de Defensa español en mantener como clasificados documentación de hace más de 75 años, pero como bien dice a menudo nuestro amigo Capa
“será que Dios lo ha querido así”.
En la fotografía, tomada durante una visita al cuartel general del IV Cuerpo de Ejército en Alcohete (Guadalajara), distinguimos a dos de los principales protagonistas de este episodio. En el centro, con anteojos, se encuentra el coronel Segismundo Casado y a la izquierda (el único del grupo que calza alpargatas) distinguimos a Cipriano Mera. (Haga clic sobre la imagen para verla ampliada).
La lista de los que participaron en aquel episodio, bien sea por acción u omisión, es muy extensa. Como si de una comedia de enredo se tratara (espero que se me perdone la ironía) en aquellos acontecimientos participaría un extenso plantel de protagonistas principales y actores secundarios: militares, civiles, políticos, espías, traidores, diplomáticos, servicios secretos de ambos bandos y extranjeros..., mezclados en mil historias diferentes de traiciones, infidelidades y lealtades, intrigas, luchas, engaños..., todo ello en medio de un terrible caos y descoordinación, como pone de manifiesto el hecho de que mientras unidades leales al gobierno luchaban contra los golpistas en las calles de Madrid, Negrín acompañado por la mayor parte de su gabinete, así como los principales mandos militares que le prestaban su apoyo, ya habían abandonado España hacia tiempo.
No es nuestra intención hacer una crónica sobre el Golpe de Casado, sería muy difícil, por no decir imposible, condensar aquellos hechos, sobre todo teniendo en cuenta la multitud de versiones dispares que existen, un trabajo que ocuparía páginas y páginas y que además escapa a nuestras modestas capacidades y conocimientos. Pero no queríamos dejar pasar el 75 aniversario de aquellos hechos sin detenernos brevemente en ello y animamos a nuestros lectores a profundizar en el tema, seguro que es de su interés.
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Seguramente si existe una imagen icónica de aquel episodio histórico, sea la del coronel Segismundo Casado sentando frente a un micrófono, mientras se dirige a la población en un discurso radiofónico desde los sótanos del Ministerio de Hacienda en la calle de Alcalá. Aquella fotografía de aquel momento histórico sería tomada por el legendario fotógrafo Alfonso, quien también retrataría al resto de personas que intervinieron para dirigirse a la población. Como bien decía
el maestro Carlos García Alix “Rufian”, las fotos nos hablan, muchas esconden secretos y misterios por desentrañar, solo hay que saber interrogarlas y dejar que te respondan. Las fotos que tomó Alfonso esa noche son tremendamente inquietantes, los rostros transmiten una enorme tensión, la seriedad y transcendencia del momento se aprecia en las caras y las expresiones de los que en ellas aparecen, sabedores sin duda de la importancia de ese instante que estaban viviendo. Particularmente lo que a mi siempre me ha llamado la atención al contemplar estas fotografías es la inquietud que produce ver a Mera, Casado o Besteiro hablando con esa vehemencia que refleja la imagen pero no saber que es lo que dicen, no saber cual es la gravedad de esas palabras que hacen que el resto de personas que aparecen en la fotografía muestren ese gesto de tremenda seriedad y preocupación. En esta crónica vamos a desvelar este misterio a nuestros lectores. Hemos recurrido nuevamente al admirado maestro Luis Romero recogiendo de su libro “el final de la guerra” los discursos que se pronunciaron ante los micrófonos aquella intensa noche, y que nos permitirán conocer algo más de los motivos que llevaron a estas personas a dar este trascendental paso que terminaría con la guerra y con la República.
El Palacio de la Torrecilla, junto al edificio del Ministerio de Hacienda en la calle de Alcalá, sería destrozado por las bombas de la aviación franquista durante uno de sus innumerables ataques sobre la ciudad de Madrid. (Haga clic sobre la imagen para verla ampliada).
Pero vayamos a los hechos. A la nueve de la noche del cinco de marzo de 1939 Julian Besteiro llega al Ministerio de Hacienda en la madrileña calle de Alcalá, a escasos metros de la Puerta del Sol, un edificio que ya sirvió de puesto de mando al general Miaja al principio de la guerra, en concreto sus sótanos que habían sido habilitados y fortificados. Junto a Besteiro llegan el socialista Wenceslao Carrillo, el diputado de Izquierda Republicana Miguel San Andrés y Rafael Sánchez-Guerra, ayudante del coronel Casado. Ya en el sótano se reúnen con Casado, quien está acompañado por el general Toribio Martínez Cabrera, el coronel Adolfo Prada Vaquero y otros jefes militares, así como el comisario del Ejército del Centro Edmundo Domínguez. También se encuentra allí un importante grupo de representantes de la CNT. El último en llegar sería Cipriano Mera, quien llegaría acompañado de su comisario político Antonio Verardini.
Los presentes se reunieron en una sala para confirmar quienes habrían de ocupar las consejerías en el nuevo Consejo que se habría de formar. Casado se haría cargo de la de Defensa, y también de la Presidencia del Consejo pero de manera provisional, a la espera de que Miaja, en aquel momento en Valencia, aceptara el cargo. Besteiro ocuparía la de Estado y Wenceslao Carrillo la de Gobernación, el resto se repartiría entre los diferentes partidos y sindicatos que apoyaban el golpe.
Los discursos de los que habrían de intervenir ya estaban redactados y la hora prevista en la que habrían de dirigirse a la población por medio de la radio se ha fijado a las 10 de la noche. Sin embargo un imprevisto hace que toda la planificación se posponga: no se tienen noticias de la 70 Brigada. Esta brigada era una unidad muy fogueada que había participado en algunas de las principales batallas a lo largo de toda la guerra, estaba al mando de Bernabé López Calle “Comandante Abril” y pertenecía a la 14 División encuadrada en el IV Cuerpo de Ejército de Cipriano Mera. Su misión era la de proteger a diferentes edificios oficiales del centro de Madrid: Ministerio de la Guerra, Gobernación, Telefónica, Banco de España, Palacio de Comunicaciones, Dirección General de Seguridad y otros. La actuación de esta brigada sería de suma importancia en el desenlace de los acontecimientos de días posteriores.
Finalmente a las once de la noche se establece contacto con la brigada. Una compañía de la misma al mando del capitán Septien, se encarga de proteger el Ministerio de Hacienda, las puertas se cierran definitivamente. En el interior todo está preparado, algunos periodistas, tanto nacionales como extranjeros, permanecen en el interior del edificio para ser testigos del acontecimiento. Momentos antes de las doce de la noche los protagonistas se dirigen al despacho donde han sido instalados los micrófonos de Unión Radio. Allí se encuentra Augusto Fernández Sastre, un capitán de carabineros que durante toda la guerra se ha encargado de leer el parte diario de guerra a las doce de la noche. La alocución finalmente comenzará a esa hora, las doce de la noche, coincidiendo con el parte.
El socialista Julian Besteiro sería el primero en intervenir. Durante su discurso siempre tuvo al lado a Casado. Las caras de los presentes hablan por si solas de la trascendencia del momento. (Haga clic sobre la imagen para verla ampliada).
El locutor anuncia en primer lugar a Julian Besteiro, añadiendo que, dada su personalidad relevante, no necesitaba presentación. Besteiro trae su discurso escrito en una cuartillas, viste un abrigo negro y bajo el mismo, traje y corbata, su rostro transmite una enorme preocupación. Toma asiento junto al micrófono, una pequeña lámpara ilumina sus cuartillas, junto a él, de pie, se sitúa el coronel Casado. Besteiro. Con gesto solemne, comienza su discurso:
«Conciudadanos españoles: Después de un largo y penoso silencio, hoy me veo obligado a dirigiros la palabra por un imperativo de la conciencia, y desde un micrófono de Madrid.
Ha llegado el momento en que irrumpir con la verdad y rasgar la red de falsedades en que estamos envueltos, es una necesidad ineludible, un deber de humanidad y una exigencia de la suprema salvación de la masa inocente e irresponsable.
¿Cuál es la realidad de la vida actual de la República? En parte lo sabéis; en parte lo sospecháis o lo presentís; tal vez muchos, en parte al menos, lo ignoráis. Hoy, esa verdad por amarga que sea, no basta reconocerla sino que es preciso proclamarla en alta voz para evitar males mayores, y dar a la actuación pública urgente toda la abnegación, todo el valor que exigen las circunstancias.
La verdad es, conciudadanos, que después de la batalla del Ebro, los Ejércitos Nacionalistas han ocupado totalmente Cataluña, y el Gobierno republicano ha andado errante durante largo tiempo en territorios franceses.
La verdad es que, cuando los ministros de la República se han decidido a retornar a territorio español, carecen de toda base legal y de todo prestigio moral necesario para resolver el grave problema que se presenta ante nosotros.
Por la ausencia, y más aún, por la renuncia del Presidente de la República, ésta se encuentra decapitada. Constitucionalmente el Presidente del Consejo no puede sustituir al Presidente dimisionario más que con la obligación estricta de convocar elecciones presidenciales en el plazo improrrogable de ocho días. Como el cumplimiento de este precepto constitucional es imposible en las actuales circunstancias, el Gobierno Negrín, falto de la asistencia presidencial y de la asistencia de la Cámara, a la cual seria vano dar una apariencia de vida, carece de toda legitimidad y no puede ostentar título alguno al respeto y al reconocimiento de los republicanos.
Otra instantánea del discurso de Besteiro. Finalizada la guerra, al contrario que sus compañeros de aventura Julian Besteiro se negaría a abandonar España, moriría posteriormente en el penal de Carmona (Sevilla). (Haga clic sobre la imagen para verla ampliada).
¿Quiere decir esto que en el territorio de la República exista un estado de desorden? El Gobierno Negrín, cuando aún podía considerarse investido de legalidad, declaró el estado de guerra, y hoy, al desmoronarse las altas jerarquías republicanas, el Ejército de la República existe con autoridad indiscutible y la necesidad del encadenamiento de los hechos ha puesto en sus manos la solución de un problema gravísimo, de naturaleza esencialmente militar.
¿Quiere decir esto que el Ejército de la República se encuentra desasistido de la opinión civil? Aquí, en torno mío, se halla una representación de Izquierda Republicana, otra del Partido Socialista, otra de la U. G. T. y otra del Movimiento libertario.
Todos estos representantes, juntamente conmigo, estamos dispuestos a prestar al Poder legítimo del Ejército Republicano la asistencia necesaria en estas horas solemnes.
El Gobierno Negrín, con sus veladuras de la verdad, con sus verdades a medias y con sus propuestas capciosas, no puede aspirar a otra cosa que a ganar tiempo, tiempo que es perdido para el Ínteres de la masa ciudadana, combatiente y no combatiente. Y esta política de aplazamiento no puede tener otra finalidad que alimentar la morbosa creencia de que la complicación de la vida internacional permita desencadenar una catástrofe de proporciones universales, en la cual, juntamente con nosotros, perecerían las masas proletarias de muchas naciones del mundo.
De esta política de fanatismo catastrófico, de esta sumisión a órdenes extrañas, con una indiferencia completa ante el valor de la nación, está sobtesaturada ya la opinión republicana toda. Yo os hablo desde este Madrid que ha sabido sufrir y sabe sufrir con emocionante dignidad su martirio; yo os hablo desde este «rompeolas de todas las Españas» que dijo el poeta inmortal que hemos perdido, tal vez abandonado en tierras extrañas; yo os hablo para deciros que cuando se pierde, es cuando hay que demostrar, individuos y nacionalidades, el valor moral que se posee. Se puede perder, pero con honradez y dignamente, sin negar su fe, anonadados por la desgracia. Yo os digo que una victoria moral de ese género vale mil veces más que una victoria material lograda a fuerza de claudicaciones y de vilipendio.
Yo os pido, poniendo en esta petición todo el énfasis de la propia responsabilidad, que en este momento grave asistáis, como nosotros los asistimos, al Poder legítimo de la República que, transitoriamente, no es otro que el Poder militar.»
Según algunos testigos, al finalizar su discurso a Besteiro se le saltaron las lágrimas. Han llegado hasta nosotros otros testimonios de aquel momento, como el del anarquista García Pradas, que dejó escrito:
«Se acercó al micrófono Don Julian Besteiro, encorvado físicamente por la edad y el sufrimiento..., le temblaba la voz de emoción y de fatiga; la cana melena le caía sobre las arrugas de la frente serena, de profesor, y las muñecas descarnadas hacían sonar levemente los puños almidonados de la camisa. Pero allí había un hombre enérgico...». El Comisario del Ejercito de Centro, Edmundo Domínguez, lo describiría así en su libro
“los vencedores de Negrín”:
«... con voz entrecortada, salpicando con saliva las cuartillas y tropezando con las palabras, comenzó a leer el discurso ...». Una vez terminado el discurso, Domínguez apuntilla:
«Se levantó confuso, maquinalmente sentía la conciencia de su acto».
Fuerzas leales a los golpistas habían tomado posiciones en diferentes puntos de Madrid antes de que comenzaran a radiarse los discursos. Posteriormente unidades partidarias del gobierno del doctor Negrín harían lo propio. Las calles de Madrid se convertirían en campo de batalla, como podemos apreciar en esta fotografía de una pieza de artillería ubicada en pleno Paseo de la Castellana. (Haga clic sobre la imagen para verla ampliada).
Tras Besteiro intervendría el diputado de Izquierda Republicana Miguel San Andres, que sería el encargado de leer como portavoz el manifiesto del Consejo:
«Trabajadores españoles. ¡Pueblo antifascista! Ha llegado el momento en que es necesario proclamar a los cuatro vientos la verdad escueta de la situación en que nos encontramos. Como revolucionarios, como españoles y como antifascistas, no podemos continuar por más tiempo aceptando la imprevisión, la carencia de orientaciones, la falta de organización y la absurda inactividad de que da muestras el Gobierno del Dr. Negrín. La misma trascendencia del momento que atravesamos, el carácter definitivo de los que se aproximan, hace que no pueda continuar ni un momento más el silencio y la incertidumbre, origen del más tremendo desconcierto que se deriva de la conducta suicida de un puñado de hombres que todavía continúa aplicándose a sí mismo la denominación de gobierno, pero en los que nadie cree, ni en los que nadie confía.
Han pasado semanas desde que se liquidó con una deserción general la guerra de Cataluña. Todas las promesas que se hicieron al pueblo en los más solemnes momentos, fueron olvidadas; todos los deberes, desconocidos; todos los compromisos, delictuosamente pisoteados. En tanto que el pueblo en armas sacrificaba en el área sangrienta de las batallas millares de sus mejores hijos, los hombres que se habían constituido en cabeza visible de la resistencia, abandonaban sus puestos y buscaban, en la fuga vergonzosa y vergonzante, el camino para salvar su vida aunque fuera a costa de su dignidad. Esto es lo que no puede permitirse en el resto de la España antifascista.
No puede tolerarse, que en tanto se exige al pueblo una resistencia organizada, se hagan los preparativos para una cómoda y lucrativa fuga. No puede permitirse que en tanto el pueblo lucha, combate y muere, unos cuantos privilegiados preparen su vida en el extranjero. Para impedir esto, para borrar tanta vergüenza, para evitar que se produzca la deserción en los momentos más intensamente críticos, es para lo que se constituye el Consejo Nacional de Defensa. Y hoy, con plena responsabilidad de la tras. candencia de la misión que nos imponemos; con la absoluta seguridad de la lealtad de nuestro pasado, de nuestro presente y de nuestro futuro en nombre del Consejo Nacional de Defensa que recoge sus poderes del arroyo donde los arrojara el gobierno del Dr. Negrín, nos dirigimos a todos los trabajadores, todos los antifascistas, a todos los españoles, para poniéndose al frente de los deberes que a todos incumbe, darles la garantía plena de que nadie, absolutamente nadie, podrá rehuir el cumplimiento de sus deberes y esquivar en la última pirueta arlequinesca la responsabilidad que le incumbe por sus palabras y por sus promesas.
Constitucionalmente, el Gobierno del Dr. Negrín carece de toda base jurídica en la cual apoyar su mandato. Realmente carece también de la tranquilidad y el aplomo, de la decisión de sacrificio que es exigible a todos los que, de una o de otra manera, pretenden ponerse al frente de los destinos de un pueblo tan heroico, tan abnegado como el pueblo español. En estas condiciones, al desconocer y negar la autoridad del doctor Negrín y sus Ministros para mantenerse en el poder, afirmamos nuestra propia autoridad de auténticos y genuinos defensores del pueblo español, de hombres que están dispuestos dando como garantía su propia vida, a que el destino de uno sea el destino de todos y a que nadie escape al cumplimiento de los sagrados deberes que a todos incumbe por igual.
No venimos a hacer frases. No venimos a jugar al heroísmo. Venimos a señalar el camino que puede evitar el desastre y a marchar junto con el resto de los españoles por ese camino con todas sus consecuencias. Aseguramos que no desertaremos ni toleraremos la deserción. Aseguraremos que no saldrán de España ninguno de los hombres que en España deben estar, hasta tanto que por libre determinación salgan de ella todos los que de ella quieran salir. Propugnamos la resistencia para no hundir nuestra causa en el ludibrio ni en la vergüenza. Para esto pedimos el concurso de todos los españoles. Y para esto, también, damos a todos la seguridad de que nadie, absolutamente nadie, escapará al cumplimiento de los deberes que le corresponden. «O nos salvarnos todos, o todos nos hundimos», dijo el Dr. Negrín. Y el Consejo Nacional de Defensa se impone, como primera y última, como única tarea, convertir en realidad estas palabras. Para ello recabamos vuestro auxilio. Para ello exigimos vuestra colaboración. Y nos mostraremos inexorables con los que hurtan el pecho al cumplimiento del deber.»
Cipriano Mera leería el discurso más duro de todos contra el gobierno del doctor Negrín. En la imagen podemos apreciar la intensidad que pone en sus palabras y las caras de preocupación del resto de personas que se encuentran en la estancia. (Haga clic sobre la imagen para verla ampliada).
Llegaba el turno del anarquista Cipriano Mera, albañil de profesión que había llegado a mandar el IV Cuerpo de Ejército, quien pronunciaría el discurso más duro de todos, vertiendo graves acusaciones contra Negrín y los que le apoyaban. Sus palabras fueron las siguientes:
«Trabajadores antifascistas: Españoles con dignidad. Un hijo del pueblo, carne de su carne y sangre de su sangre, militar porque desde julio de 1936 siente y cumple el deber ineludible de empuñar las armas para la defensa y la libertad de su patria, se dirige a vosotros con el corazón y la conciencia en los labios, para explicaros con toda sencillez la trascendencia de la actitud que con toda la responsabilidad asume en este momento histórico.
La derrota sufrida por las armas antifascistas en Cataluña me ha resultado, además de dolorosa, inexplicable, mientras no he tenido el convencimiento de que fue precedida por la traición de unos hombres dispuestos a vender a precio de oro y de orgía la sangre generosa del pueblo español. La traición aludida que nos hizo perder pedazos de nuestra Patria, que ha estado a punto de dar al traste con el movimiento obrero español y que ha puesto en peligro la dignidad del antifascismo que es nuestro interés moral de mayor valía, ha culminado en la actitud alevosa y criminal de Juan Negrín, gobernante indigno de los combatientes y de los trabajadores, cuya política personalista le ha hecho incompatible con los Ministros de su Gabinete y no tiene más finalidad que la de hacer un alijo con los tesoros nacionales y huir, mientras el pueblo queda maniatado frente al enemigo.
Durante las últimas veinticuatro horas ha sucedido todo lo que puede suceder donde hay gobernantes traidores a sus promesas, a su pueblo y a todos los principios ideológicos y morales. Esto nos ha creado una situación delicada, ante la cual, este militar que os habla con la emoción que le produce el recuerdo de su vida austera y dura de trabajador manual, piensa que sólo se puede servir disciplinadamente a quien sirve a su Patria y que es indispensable enfrentarse con quien la roba, la vende o la traiciona. Las tres cosas ha hecho, como gobernante perjuro y desaprensivo, el doctor Negrín, y Cipriano Mera, albañil ayer y hoy uno de los Jefes del Ejército del Centro, pero siempre leal hijo del pueblo, al pueblo debe y quiere defender. Por eso se une a estos hombres de buena voluntad y de historia inmaculada, representantes del pueblo antifascista que constituyen el Consejo Nacional de Defensa y por eso también con toda su gente sobre las armas, y el pensamiento en la dignidad antifascista y de la Patria, os grita desde Madrid, desde este noble corazón del mundo: A partir de este momento, conciudadanos, España tiene un Gobierno y una misión: la paz. Pero la paz honrosa, basada en postulados de justicia y de hermandad. Estas palabras no son para vosotros sino para toda España. Sin humillaciones, ni debilidades, pero con la conciencia de nuestros actos, queremos la paz para España, pero, si por desgracia para todos, nuestra paz se pierde en el vacío de la incomprensión, también os digo serenamente que somos soldados y corno tales estamos en nuestro puesto hasta sucumbir defendiendo la independencia de España.
Durante toda la alocución de Mera, al igual que ya hubiera hecho con Besteiro, Casado permaneció de pie a su lado. Mera, que había sufrido un pequeño accidente, tenía el brazo derecho en cabestrillo. (Haga clic sobre la imagen para verla ampliada).
¡Trabajadores y combatientes! ¡Antifascistas dispuestos a morir por el honor de nuestra causa! De cara a todos los traidores y todos los enemigos. ¡Viva la España invicta, independiente y Ubre! Todos en pie de guerra por la vida y el honor del pueblo que nos dio la misión de defenderle. ¡Viva su Consejo Nacional de Defensa!»
Llegó el turno del coronel Segismundo Casado, seguramente el más esperado de todos, un discurso sorprendente, dirigido no solo a las personas que le escuchaban en la zona republicana, sino especialmente a las personas que le escucharan al otro lado de las trincheras en zona franquista. Casado coloca la pelota en el tejado franquista, cuestionando las acciones, incluso la honorabilidad, de sus compañeros de armas del otro lado, un discurso sorprendente teniendo en cuenta que Casado estaba tratando de establecer acuerdos con unos interlocutores, a los que cuestionaba en su discurso, se puede afirmar que Casado no estuvo políticamente correcto si lo que pretendía era llegar a un acuerdo con los del otro lado. He aquí lo que dijo aquella histórica noche:
«Españoles de allende las trincheras: Una vez más me dirijo a vosotros desde Madrid, quicio de la guerra, capital de la Patria y espejo de las virtudes españolas, fijándome poco en las ideas, los extravíos y las ambiciones que nos separan, pero mucho en el dolor que por igual sufrimos, y en el amor que no quiero suponer extinguido en vosotros, a este solar nativo que desde hace treinta y un meses estamos cubriendo de ruinas y de sangre.
Soy lo que siempre fui y estoy donde siempre estuve. Militar que jamás intentó mandar a su pueblo, sino servirle en toda ocasión, porque entiende que la Milicia no es cerebro de la vida pública, sino brazo nacional. Quien os habla juró lealtad y leal a ella sigue; tenía la obligación de luchar por la libertad y la independencia de su pueblo y en defenderlas cifra su mayor orgullo. Desde el infausto día en que estalló la guerra, yo, como todos los militares no sublevados contra el régimen que se dio a España, pacífica y legalmente, no he tenido que hacer abjuración alguna, mi he tenido que renovar promesas de lealtad. Me he limitado a cumplir mí obligación.
Y sin más títulos que este del deber cumplido, me dirijo a vosotros, compatriotas, con el dolor de España en el corazón y su nombre en los labios, para advertiros que el pueblo ha tenido conciencia y gallardía suficientes para buscar, en medio de los horrores de la guerra, el camino de la paz mediante la conciliación en la independencia y en la libertad.
Estos dos motivos de la guerra defensiva que sostiene la República, son los crisoles en que se funden todos los anhelos populares del lado de acá de las trincheras y así lo hemos proclamado tantas veces cuantas fueron menester y de modo rotundo y decisivo en ocasión reciente.
La última intervención sería la del propio Casado, quien leería un discurso más dedicado a los que le escuchaban al otro lado de las trincheras que a los de la zona republicana. Su alocución estuvo cargada de reproches indirectos a sus antiguos compañeros de armas del otro lado. Observen a la derecha de la imagen el brazo en cabestrillo de Cipriano Mera.(Haga clic sobre la imagen para verla ampliada).
No luchamos por nada ajeno a nuestra voluntad y a nuestro interés at españoles. Queremos una Patria exenta de toda tutela extraña, libre de toda supeditación a las ambiciones imperialistas que van a devastar, oí vez, a Europa y capaz de regirse internamente con plena libertad. «No hay margen para otra política que la identificación absoluta con este intento supremo de defender la España no invadida, mientras llega el momento de la independencia en la libertad y en k seguridad.» Altas palabras que tienen hoy por mandato todos los partidos políticos y todas las organizaciones obreras de esta zona. Altas palabras, compatriotas, que también a vosotros van dirigidas y que se quiera o no se quiera os han de obligar, tanto en conciencia como a los españoles del lado de acá de los frentes. Asimismo, no nos afectan únicamente a nosotros, sino a vosotros también os atañen en la misma medida, estas frases con que hemos expresado el dilema que tenemos delante y la decisión con que lo mira el pueblo. «O todos nos salvamos o todos nos hundimos en la exterminación y el oprobio.» Nuestra suerte está echada y sólo depende de nosotros mismos el salir del trance difícil, por nuestra voluntad y nuestra resolución común. Escoged, españoles de la zona invadida, entre los extranjeros y los compatriotas. Entre la libertad fecunda y la ruinosa esclavitud; entre la paz y el provecho de España o la guerra al servicio de la locura imperialista. En nuestra zona no hay extranjeros. Para que el carácter de nuestra lucha no quede en dudas mal intencionadas, hemos prescindido de la ayuda que quisieron prestarnos algunos hombres de diversos países sin intervención de ningún Estado. Sólo españoles hay en nuestro Ejército... Volved los ojos al interés patriótico. La mirada en España. Es esto lo que nos importa como base de cualquier aspiración que lícitamente podamos tener.
Nuestra guerra no terminará mientras no aseguréis la independencia de España. El pueblo español no abandonará las armas mientras no tenga la garantía de una paz sin crímenes. ¡Establecedla! No soy yo quien así os habla. Os dice esto un millón de hombres movilizados para la guerra y una retaguardia sin fronteras de retirada, dispuesta a batirse y luchar a muerte por 'la consecución de estos fines que son la paz.
Asegurar la paz de España y evitar que nuestro país se sumerja en un mar de sangre, de odio y de persecución que 'hagan imposible por muchas generaciones una patria española unida por algo más que la dominación extranjera, 1a violencia o el terror.
En vuestras manos, que no en las nuestras, están hoy la paz —necesaria para que España se recobre a sí misma— y la guerra —sangría que la debilita y la desbrava para ponerla al servicio del invasor—. Escoged, que sí nos ofrecierais la paz, encontraríais generoso nuestro corazón de españoles, y si continuaseis la guerra, hallaríais implacable, segura, templada como el acero de las bayonetas, nuestra heroica moral de combatientes. O la paz por España o la lucha a muerte. Para una y para otra decisión estamos dispuestos los españoles independientes y libres que no tomamos sobre nuestra conciencia la responsabilidad de destruir nuestra Patria.
¡Españoles! ¡Viva la República! ¡Viva España!»
El golpe se había consumado.
Florentino Areneros