.ÓPERA EGIPCIA.
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Por nuestro enviado especial Florentino Areneros.
Me decido a escribir estas líneas sin haber descendido todavía de la nube en la que quedamos suspendidos, o levitando, los que tuvimos el privilegio de contemplar en el inmarcesible coso de Blanquerna la faena que protagonizaron esas dos figuras de la moderna tauromaquia, “El Zubi” y “Moncloveño”. Llevo horas buscando palabras en el Diccionario de la Real Academia que puedan definir lo que vieron nuestros ojos y escucharon nuestros oídos, palabras que puedan expresar la emoción que sintieron nuestros corazones, que puedan reflejar nuestros sentimientos, y aun siendo mucha la riqueza del castellano, no encuentro esos vocablos. Afortunadamente me vino a la cabeza un acontecimiento que ocurrió en nuestra ciudad de Madrid hace muchos años, poco más de un siglo hace ahora, y que tuvo por protagonista al que sería con posterioridad famoso torero gitano Raimundo Montoya de La Cruz, “Tronchacapas”. Raimundo era hijo de Don Manuel Montoya, “Tio Lolo”, de los Montoya de toda la vida. Un tratante de ganado afincado en la zona de los Carabancheles, muy conocido entre los militares de los cuarteles cercanos, con los que acostumbraba a realizar buenos tratos, la mayoría de las veces bajo mano.
Corría el año de1906 y Raimundo contaba con 12 años. A finales de Mayo se celebraría la boda del Rey Alfonso XIII. Era tal la cantidad de invitados que se esperaban, así como el de caballerías y carruajes que se desplazarían por la ciudad, que hubo que buscar a un montón de personal de servicio que pudiera atender a tan extraordinaria demanda. Por medio de un brigada de la Guardia Real, conocido de antiguo por su padre, y por el hecho de estar acostumbrado a tratar con animales (de tiro y monta, que nadie piense mal), Raimundo pasó al servicio de la Casa Real durante los días del evento. Lo que para el muchacho sería toda una experiencia al poder contemplar la majestuosidad y grandeza del acontecimiento, algo que no se recordaba en la ciudad desde hacía mucho tiempo.
Cuando regresó a su casa, con unos reales en el bolsillo y un poco más gordo, fue preguntado por sus padres:
- “Raimundo hijo, cuéntanos como ha sío la boa”.A lo que el chaval contestó:
- “Aaayy, paaápa, la boa ha sío una ópera egisia”.
Efectivamente, amigas y amigos lectores, esa es la expresión que lo resume y que yo no lograba encontrar. Cuando los gitanos en su ancestral sabiduría se refieren a algo sublime, superlativo, de origen sobrenatural, para lo que no existen palabras que lo defina, utilizan la expresión “ÓPERA EGIPCIA”. Este término se acuñaría en 1871, cuando con motivo de la inauguración en ese año del Canal de Suez y del Teatro de la Ópera del Cairo, por encargo del Sultán Ismail Pachá se estrenó la ópera Aida de Verdi, una gran producción con un derroche de medios técnicos para la época, espectaculares y bellos decorados, tremendos efectos especiales, coronas de oro, espadas de plata, primeras figuras, señoritas ligeras de ropa y todo aquello que ustedes le quieran añadir. En fin, lo que desde este momento todos entendemos por una OPERA EGIPCIA.
Y así fue queridos lectores, ayer presenciamos una OPERA EGIPCIA como Dios manda, o como mandan los faraones, como ustedes prefieran. Ya desde hacía tiempo se presentía que iba a ocurrir algo grande, tal era la expectación despertada, una euforia que contagió incluso a la Bolsa, y al índice Tom Jones en su apertura con las mayores subidas de la historia. Desde primera hora comenzaron a llegar los aficionados al inigualable coso del Centro Cultural Blanquerna y fueron ocupando sus localidades. El ruedo estaba imponente, no faltaba un detalle, incluso la empresa había montado una interesante exposición para distraer a los aficionados mientras comenzaba el evento. Sería innumerable el mencionar a todas las personas y personalidades que abarrotaban los tendidos, incluido el palco presidencial, esta vez abarrotao. Por allí estaban los habituales Capa, Camorra, Espoleta, Bazan, Morateño, Sandoval y su elegante y bella señora, Chato de Ventas, Pirata Roberts, Manzanares, Fatigoso, Verderón, Cubanito, Secretario, y muchos otros, la columna vertebral de la afición geferemera. También destacadas personalidades del mundo de la cultura , la política y el espectáculo, y también una nutrida representación de todos los medios de comunicación. Y por supuesto la presencia de las bellas aficionadas que poblaban los tendidos, entre ellas la ya citada pareja de Sandoval y las bellas y encantadora mujeres de ambos diestros que ocupaban una barrera preferente muy cerquita del albero.
Me decido a escribir estas líneas sin haber descendido todavía de la nube en la que quedamos suspendidos, o levitando, los que tuvimos el privilegio de contemplar en el inmarcesible coso de Blanquerna la faena que protagonizaron esas dos figuras de la moderna tauromaquia, “El Zubi” y “Moncloveño”. Llevo horas buscando palabras en el Diccionario de la Real Academia que puedan definir lo que vieron nuestros ojos y escucharon nuestros oídos, palabras que puedan expresar la emoción que sintieron nuestros corazones, que puedan reflejar nuestros sentimientos, y aun siendo mucha la riqueza del castellano, no encuentro esos vocablos. Afortunadamente me vino a la cabeza un acontecimiento que ocurrió en nuestra ciudad de Madrid hace muchos años, poco más de un siglo hace ahora, y que tuvo por protagonista al que sería con posterioridad famoso torero gitano Raimundo Montoya de La Cruz, “Tronchacapas”. Raimundo era hijo de Don Manuel Montoya, “Tio Lolo”, de los Montoya de toda la vida. Un tratante de ganado afincado en la zona de los Carabancheles, muy conocido entre los militares de los cuarteles cercanos, con los que acostumbraba a realizar buenos tratos, la mayoría de las veces bajo mano.
Corría el año de1906 y Raimundo contaba con 12 años. A finales de Mayo se celebraría la boda del Rey Alfonso XIII. Era tal la cantidad de invitados que se esperaban, así como el de caballerías y carruajes que se desplazarían por la ciudad, que hubo que buscar a un montón de personal de servicio que pudiera atender a tan extraordinaria demanda. Por medio de un brigada de la Guardia Real, conocido de antiguo por su padre, y por el hecho de estar acostumbrado a tratar con animales (de tiro y monta, que nadie piense mal), Raimundo pasó al servicio de la Casa Real durante los días del evento. Lo que para el muchacho sería toda una experiencia al poder contemplar la majestuosidad y grandeza del acontecimiento, algo que no se recordaba en la ciudad desde hacía mucho tiempo.
Cuando regresó a su casa, con unos reales en el bolsillo y un poco más gordo, fue preguntado por sus padres:
- “Raimundo hijo, cuéntanos como ha sío la boa”.A lo que el chaval contestó:
- “Aaayy, paaápa, la boa ha sío una ópera egisia”.
Efectivamente, amigas y amigos lectores, esa es la expresión que lo resume y que yo no lograba encontrar. Cuando los gitanos en su ancestral sabiduría se refieren a algo sublime, superlativo, de origen sobrenatural, para lo que no existen palabras que lo defina, utilizan la expresión “ÓPERA EGIPCIA”. Este término se acuñaría en 1871, cuando con motivo de la inauguración en ese año del Canal de Suez y del Teatro de la Ópera del Cairo, por encargo del Sultán Ismail Pachá se estrenó la ópera Aida de Verdi, una gran producción con un derroche de medios técnicos para la época, espectaculares y bellos decorados, tremendos efectos especiales, coronas de oro, espadas de plata, primeras figuras, señoritas ligeras de ropa y todo aquello que ustedes le quieran añadir. En fin, lo que desde este momento todos entendemos por una OPERA EGIPCIA.
Y así fue queridos lectores, ayer presenciamos una OPERA EGIPCIA como Dios manda, o como mandan los faraones, como ustedes prefieran. Ya desde hacía tiempo se presentía que iba a ocurrir algo grande, tal era la expectación despertada, una euforia que contagió incluso a la Bolsa, y al índice Tom Jones en su apertura con las mayores subidas de la historia. Desde primera hora comenzaron a llegar los aficionados al inigualable coso del Centro Cultural Blanquerna y fueron ocupando sus localidades. El ruedo estaba imponente, no faltaba un detalle, incluso la empresa había montado una interesante exposición para distraer a los aficionados mientras comenzaba el evento. Sería innumerable el mencionar a todas las personas y personalidades que abarrotaban los tendidos, incluido el palco presidencial, esta vez abarrotao. Por allí estaban los habituales Capa, Camorra, Espoleta, Bazan, Morateño, Sandoval y su elegante y bella señora, Chato de Ventas, Pirata Roberts, Manzanares, Fatigoso, Verderón, Cubanito, Secretario, y muchos otros, la columna vertebral de la afición geferemera. También destacadas personalidades del mundo de la cultura , la política y el espectáculo, y también una nutrida representación de todos los medios de comunicación. Y por supuesto la presencia de las bellas aficionadas que poblaban los tendidos, entre ellas la ya citada pareja de Sandoval y las bellas y encantadora mujeres de ambos diestros que ocupaban una barrera preferente muy cerquita del albero.
Los dos diestros en el patio de cuadrillas pocos momentos antes de comenzar el paseillo junto a la aguacilillo, todo un lujo de autoridad. Se palpa la tensión en la expresión de los diestros con la puerta de la capilla a sus espaldas.