.ÓPERA EGIPCIA.
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Por nuestro enviado especial Florentino Areneros.
Me decido a escribir estas líneas sin haber descendido todavía de la nube en la que quedamos suspendidos, o levitando, los que tuvimos el privilegio de contemplar en el inmarcesible coso de Blanquerna la faena que protagonizaron esas dos figuras de la moderna tauromaquia, “El Zubi” y “Moncloveño”. Llevo horas buscando palabras en el Diccionario de la Real Academia que puedan definir lo que vieron nuestros ojos y escucharon nuestros oídos, palabras que puedan expresar la emoción que sintieron nuestros corazones, que puedan reflejar nuestros sentimientos, y aun siendo mucha la riqueza del castellano, no encuentro esos vocablos. Afortunadamente me vino a la cabeza un acontecimiento que ocurrió en nuestra ciudad de Madrid hace muchos años, poco más de un siglo hace ahora, y que tuvo por protagonista al que sería con posterioridad famoso torero gitano Raimundo Montoya de La Cruz, “Tronchacapas”. Raimundo era hijo de Don Manuel Montoya, “Tio Lolo”, de los Montoya de toda la vida. Un tratante de ganado afincado en la zona de los Carabancheles, muy conocido entre los militares de los cuarteles cercanos, con los que acostumbraba a realizar buenos tratos, la mayoría de las veces bajo mano.
Corría el año de1906 y Raimundo contaba con 12 años. A finales de Mayo se celebraría la boda del Rey Alfonso XIII. Era tal la cantidad de invitados que se esperaban, así como el de caballerías y carruajes que se desplazarían por la ciudad, que hubo que buscar a un montón de personal de servicio que pudiera atender a tan extraordinaria demanda. Por medio de un brigada de la Guardia Real, conocido de antiguo por su padre, y por el hecho de estar acostumbrado a tratar con animales (de tiro y monta, que nadie piense mal), Raimundo pasó al servicio de la Casa Real durante los días del evento. Lo que para el muchacho sería toda una experiencia al poder contemplar la majestuosidad y grandeza del acontecimiento, algo que no se recordaba en la ciudad desde hacía mucho tiempo.
Cuando regresó a su casa, con unos reales en el bolsillo y un poco más gordo, fue preguntado por sus padres:
- “Raimundo hijo, cuéntanos como ha sío la boa”.A lo que el chaval contestó:
- “Aaayy, paaápa, la boa ha sío una ópera egisia”.
Efectivamente, amigas y amigos lectores, esa es la expresión que lo resume y que yo no lograba encontrar. Cuando los gitanos en su ancestral sabiduría se refieren a algo sublime, superlativo, de origen sobrenatural, para lo que no existen palabras que lo defina, utilizan la expresión “ÓPERA EGIPCIA”. Este término se acuñaría en 1871, cuando con motivo de la inauguración en ese año del Canal de Suez y del Teatro de la Ópera del Cairo, por encargo del Sultán Ismail Pachá se estrenó la ópera Aida de Verdi, una gran producción con un derroche de medios técnicos para la época, espectaculares y bellos decorados, tremendos efectos especiales, coronas de oro, espadas de plata, primeras figuras, señoritas ligeras de ropa y todo aquello que ustedes le quieran añadir. En fin, lo que desde este momento todos entendemos por una OPERA EGIPCIA.
Y así fue queridos lectores, ayer presenciamos una OPERA EGIPCIA como Dios manda, o como mandan los faraones, como ustedes prefieran. Ya desde hacía tiempo se presentía que iba a ocurrir algo grande, tal era la expectación despertada, una euforia que contagió incluso a la Bolsa, y al índice Tom Jones en su apertura con las mayores subidas de la historia. Desde primera hora comenzaron a llegar los aficionados al inigualable coso del Centro Cultural Blanquerna y fueron ocupando sus localidades. El ruedo estaba imponente, no faltaba un detalle, incluso la empresa había montado una interesante exposición para distraer a los aficionados mientras comenzaba el evento. Sería innumerable el mencionar a todas las personas y personalidades que abarrotaban los tendidos, incluido el palco presidencial, esta vez abarrotao. Por allí estaban los habituales Capa, Camorra, Espoleta, Bazan, Morateño, Sandoval y su elegante y bella señora, Chato de Ventas, Pirata Roberts, Manzanares, Fatigoso, Verderón, Cubanito, Secretario, y muchos otros, la columna vertebral de la afición geferemera. También destacadas personalidades del mundo de la cultura , la política y el espectáculo, y también una nutrida representación de todos los medios de comunicación. Y por supuesto la presencia de las bellas aficionadas que poblaban los tendidos, entre ellas la ya citada pareja de Sandoval y las bellas y encantadora mujeres de ambos diestros que ocupaban una barrera preferente muy cerquita del albero.
Me decido a escribir estas líneas sin haber descendido todavía de la nube en la que quedamos suspendidos, o levitando, los que tuvimos el privilegio de contemplar en el inmarcesible coso de Blanquerna la faena que protagonizaron esas dos figuras de la moderna tauromaquia, “El Zubi” y “Moncloveño”. Llevo horas buscando palabras en el Diccionario de la Real Academia que puedan definir lo que vieron nuestros ojos y escucharon nuestros oídos, palabras que puedan expresar la emoción que sintieron nuestros corazones, que puedan reflejar nuestros sentimientos, y aun siendo mucha la riqueza del castellano, no encuentro esos vocablos. Afortunadamente me vino a la cabeza un acontecimiento que ocurrió en nuestra ciudad de Madrid hace muchos años, poco más de un siglo hace ahora, y que tuvo por protagonista al que sería con posterioridad famoso torero gitano Raimundo Montoya de La Cruz, “Tronchacapas”. Raimundo era hijo de Don Manuel Montoya, “Tio Lolo”, de los Montoya de toda la vida. Un tratante de ganado afincado en la zona de los Carabancheles, muy conocido entre los militares de los cuarteles cercanos, con los que acostumbraba a realizar buenos tratos, la mayoría de las veces bajo mano.
Corría el año de1906 y Raimundo contaba con 12 años. A finales de Mayo se celebraría la boda del Rey Alfonso XIII. Era tal la cantidad de invitados que se esperaban, así como el de caballerías y carruajes que se desplazarían por la ciudad, que hubo que buscar a un montón de personal de servicio que pudiera atender a tan extraordinaria demanda. Por medio de un brigada de la Guardia Real, conocido de antiguo por su padre, y por el hecho de estar acostumbrado a tratar con animales (de tiro y monta, que nadie piense mal), Raimundo pasó al servicio de la Casa Real durante los días del evento. Lo que para el muchacho sería toda una experiencia al poder contemplar la majestuosidad y grandeza del acontecimiento, algo que no se recordaba en la ciudad desde hacía mucho tiempo.
Cuando regresó a su casa, con unos reales en el bolsillo y un poco más gordo, fue preguntado por sus padres:
- “Raimundo hijo, cuéntanos como ha sío la boa”.A lo que el chaval contestó:
- “Aaayy, paaápa, la boa ha sío una ópera egisia”.
Efectivamente, amigas y amigos lectores, esa es la expresión que lo resume y que yo no lograba encontrar. Cuando los gitanos en su ancestral sabiduría se refieren a algo sublime, superlativo, de origen sobrenatural, para lo que no existen palabras que lo defina, utilizan la expresión “ÓPERA EGIPCIA”. Este término se acuñaría en 1871, cuando con motivo de la inauguración en ese año del Canal de Suez y del Teatro de la Ópera del Cairo, por encargo del Sultán Ismail Pachá se estrenó la ópera Aida de Verdi, una gran producción con un derroche de medios técnicos para la época, espectaculares y bellos decorados, tremendos efectos especiales, coronas de oro, espadas de plata, primeras figuras, señoritas ligeras de ropa y todo aquello que ustedes le quieran añadir. En fin, lo que desde este momento todos entendemos por una OPERA EGIPCIA.
Y así fue queridos lectores, ayer presenciamos una OPERA EGIPCIA como Dios manda, o como mandan los faraones, como ustedes prefieran. Ya desde hacía tiempo se presentía que iba a ocurrir algo grande, tal era la expectación despertada, una euforia que contagió incluso a la Bolsa, y al índice Tom Jones en su apertura con las mayores subidas de la historia. Desde primera hora comenzaron a llegar los aficionados al inigualable coso del Centro Cultural Blanquerna y fueron ocupando sus localidades. El ruedo estaba imponente, no faltaba un detalle, incluso la empresa había montado una interesante exposición para distraer a los aficionados mientras comenzaba el evento. Sería innumerable el mencionar a todas las personas y personalidades que abarrotaban los tendidos, incluido el palco presidencial, esta vez abarrotao. Por allí estaban los habituales Capa, Camorra, Espoleta, Bazan, Morateño, Sandoval y su elegante y bella señora, Chato de Ventas, Pirata Roberts, Manzanares, Fatigoso, Verderón, Cubanito, Secretario, y muchos otros, la columna vertebral de la afición geferemera. También destacadas personalidades del mundo de la cultura , la política y el espectáculo, y también una nutrida representación de todos los medios de comunicación. Y por supuesto la presencia de las bellas aficionadas que poblaban los tendidos, entre ellas la ya citada pareja de Sandoval y las bellas y encantadora mujeres de ambos diestros que ocupaban una barrera preferente muy cerquita del albero.
Los dos diestros en el patio de cuadrillas pocos momentos antes de comenzar el paseillo junto a la aguacilillo, todo un lujo de autoridad. Se palpa la tensión en la expresión de los diestros con la puerta de la capilla a sus espaldas.
Cuando comenzó el paseillo los tendidos estaban a reventar, no cabía un alfiler, algo que notarían en la plaza de Las Ventas, donde no pasaron de una media entrada larga. Al ritmo de un pasodoble saltaron los diestros al ruedo, y permítanme amigos lectores que haga mención especial a la indumentaria de estos dos fenómenos. Si bien es cierto que el hábito no hace al monje, y también el hecho de que el torero no se hace si no que nace, no es menos cierto que un torero bien vestido es dos veces torero. ¿Que es eso de salir a lidiar una corrida con la misma ropa que se usa para llevar a abrevar a las borregas?, o aparecer delante de la afición sin ni siquiera haberse afeitado. Ya esta bien señores aficionados de presentarse con traje campero a lidiar independientemente de la categoría del coso y de la de los aficionados, un poquito de respeto, que muchos confunden el traje de luces con un traje lleno de lámparas, y no es lo mismo, ¿hasta donde vamos a llegar?. Como me decía hace poco un buen amigo sastre: “Se esta perdiendo España amigo Florentino, se está perdiendo España”.
En consonancia con la categoría del ruedo y de la audiencia allí congregada, los diestros lucían unos bellos ternos que resaltaban aun más su torería y prestancia. El Zubi, que pese a su juvenil madurez conserva una excelente planta, lucía un elegante terno en perla, con camisola en agua de azahar y corbatín en purísima con lunares blancos, hecho un “pinsé” que dicen en su tierra. Y de Moncloveño que quieren que les cuente que ustedes no sepan, si a un buen traje lo colgamos en una buena percha ya se pueden imaginar el resultado. Como ya les comentamos en nuestra crónica anterior("Pulse AQUÍ para ir a la crónica de EL GRAN EVENTO"), Moncloveño se estaba preparando a conciencia para su reaparición, con un rígido programa de entrenamientos diario, tanto en el gimnasio durante largas horas, como en el campo, respetando una dieta espartana diseñada por un nutricionista danés, de Blocönhorm concretamente, sin ingerir ni gota de alcohol, espirituosos u otros excitantes. Y el resultado saltaba a la vista, allí estaba Moncloveño con su estilizada y atlética silueta, sus ronaldeos abdominales que podrían haber servido de inspiración al mismísimo chocolatero Elgorriaga, su abundante cabellera rubia, su sonrisa perfecta, su tez afilada, su perfil griego,..., no nos extraña que este fenómeno aparezca un día si y otro también en la prensa del corazón y que se lo rifen las más bellas modelos y actrices. Vestía Moncloveño un elegante traje de luces azabache, con camisa surcada en marino y corbatín cobalto con bandas de purísima, que el observador avezado se daría cuenta que era la misma corbata que llevaba Mourinho en el Camp Nou, en ese día de infausto y triste recuerdo para el balompié patrio, que tanto apenó nuestros corazones. Esta claro que este diestro marca tendencia, hasta los personajes más importantes del fútbol internacional tratan de imitarle.
A la hora señalada suenan clarines y timbales y salta al ruedo Moncloveño que recibe al burel capote en mano, con un pase bajo, quebrando la embestida, un pase de castigo o de desprecio, que el diestro brinda a un gacetillero. Un vez templado el morlaco, el joven torero de la Cuesta de Areneros, se dirige a los medios dando la distancia precisa al toro para comenzar el toreo de capa, el toreo a la verónica. Si hay un pase que podamos identificar con el toreo de capa, un pase supremo con el capote, se trata de la verónica. En otras crónicas anteriores que pueden encontrar en este mismo blog ya hemos visto como el toreo se hunde en lo más profundo da la tradición y culturas españolas( "Pulse AQUÍ para ir a la crónica de CARTAGENA I"), y como se erige en heredero de ellas, los toros de Gerion, Gargoris y Habidis, Argantonio, el circo romano, los gladiadores, los cristianos. Si amigos lectores, los cristianos, porque el pase de la verónica debe su nombre a esa valiente y torera mujer, que compadeciéndose del sufrimiento de Jesucristo, del Maestro, enjugó el sudor de su rostro con su velo o capa, y el retrato del Maestro quedaría milagrosamente plasmado en el lienzo. Si me permiten el símil, con total respeto y sin ninguna irreverencia, ayer Moncloveño ejecutó unas artísticas e inigualables tandas de supremas verónicas que fueron trazando y componiendo artísticamente un fiel retrato del maestro, en este caso el maestro Zubi, por medio del cual los aficionados que abarrotaban los tendidos pudieron conocer la vida y andanzas de este coloso de la tauromaquia. Terminó Moncloveño su tanda en medio de una atronadora ovación que le dedicó un emocionado público puesto en pie, y tras saludar desde los medios cedió los trastos al diestro sevillano, que tras saludar al publico y agradecer a Moncloveño sus lances de recibo. Se dirigió muleta en mano y a pasito lento hacia el centro de la plaza.
Una verónica ejecutada con maestría por Morante de la Puebla.
El Zubi, llegó hasta el centro del albero, clavando las zapatillas en la misma boca de riego. Los que le contemplábamos desde los tendidos percibíamos en el lento caminar del maestro algo sobrenatural, con la mirada fija y perdida, como poseído por un extraño poder mágico, como si estuviera en trance. Yo no pude percatarme debido a la distancia a la que me encontraba, pero Moncloveño que estaba junto a él en el burladero y lo pudo comprobar, me comentó al final del festejo que tenía tan fija la mirada que parecía que los brillantes ojos se le iban a salir de las órbitas.
Y allí en el centro del ruedo con la mirada perdida en los tendidos, sin fijarse siquiera en el morlaco al que se debía de enfrentar, el Zubi se echó la muleta a la mano izquierda, a la de los billetes que diría nuestro añorado Joaquín Vidal, y comenzaría las tandas del toreo al natural. Así es amigos, si el pase por antonomasia con el capote es la verónica, con la muleta lo es el natural, tan natural que solo hacen falta la muleta, un toro que embista y el valor y arte del torero. Y así toreó el Zubi, al natural. Natural como es él, natural como lo es su conversación, sin engaños, sin trampas, por derecho.
Las primeras tandas de el Zubi fueron memorables, algo que los buenos aficionados recordarán todavía como si hubiera sido ayer dentro de muchos años. Como les decíamos se situó en el centro del platillo, y desde allí citó al toro de largo que se arrancó presto, ligando unas soberbias tandas de naturales sin rectificar la posición. El Zubi seguía mirando a los tendidos mientras lanceaba, no necesitaba mirar al toro, la faena estaba en su cabeza, era la lidia soñada durante tanto tiempo y que aguardan todos los buenos toreros, el Zubi sin haberla realizado nunca, se sabía esta faena de memoria. Tenía claro por donde embestiría el toro y el recorrido y la salida de este, donde debía situarlo para tras girarse sobre si mismo sin moverse del sitio, volver a citarle para encadenar otro magistral pase. En definitiva los tres principios básicos de la tauromaquia que ya plasmara Pepe Hillo en sus escritos: parar, templar y mandar.
Los soberbios pases de El Zubi calaron desde el primero en los tendidos, donde los espectadores asistían con asombro a tamaño espectáculo. Los pases de Zubi sabían a toreo antiguo, a toreo de verdad. Sus lances recordaban a las antiguas figuras, a Rafael el Gallo, al malogrado Sánchez Mejías, a Manolete, a los Bienvenidas, a Litri II, a Fortuna Chico, a Parrita, a Algabeño, a Valencia II, a Morateño, incluso recordaban a mujeres torero como Juanita Cruz o Conchita Cintrón, y a tantos otros. Sus pases nos trajeron el recuerdo de todas esas personas del mundo del toro que tuvieron que padecer aquel triste episodio. Estaba tan a gusto Zubi en el ruedo y era tanto lo que el maestro llevaba dentro y quería mostrar a los tendidos, que la faena se alargó una "miajilla". El diestro seguía con sus tandas, adornándose y gustándose, despachando también algún que otro derechazo. Desde el burladero Moncloveño con pícaro disimulo le advertía que abreviase, para evitar que llegasen los reglamentarios avisos de la presidencia que le impidieran culminar su faena. Sin embargo Zubi entregado como estaba, no hacía caso de las advertencias y continuaba con su faena y afortunadamente la presidencia fue condescendiente y Zubi pudo culminar esta memorable faena.
El Zubi, llegó hasta el centro del albero, clavando las zapatillas en la misma boca de riego. Los que le contemplábamos desde los tendidos percibíamos en el lento caminar del maestro algo sobrenatural, con la mirada fija y perdida, como poseído por un extraño poder mágico, como si estuviera en trance. Yo no pude percatarme debido a la distancia a la que me encontraba, pero Moncloveño que estaba junto a él en el burladero y lo pudo comprobar, me comentó al final del festejo que tenía tan fija la mirada que parecía que los brillantes ojos se le iban a salir de las órbitas.
Y allí en el centro del ruedo con la mirada perdida en los tendidos, sin fijarse siquiera en el morlaco al que se debía de enfrentar, el Zubi se echó la muleta a la mano izquierda, a la de los billetes que diría nuestro añorado Joaquín Vidal, y comenzaría las tandas del toreo al natural. Así es amigos, si el pase por antonomasia con el capote es la verónica, con la muleta lo es el natural, tan natural que solo hacen falta la muleta, un toro que embista y el valor y arte del torero. Y así toreó el Zubi, al natural. Natural como es él, natural como lo es su conversación, sin engaños, sin trampas, por derecho.
Las primeras tandas de el Zubi fueron memorables, algo que los buenos aficionados recordarán todavía como si hubiera sido ayer dentro de muchos años. Como les decíamos se situó en el centro del platillo, y desde allí citó al toro de largo que se arrancó presto, ligando unas soberbias tandas de naturales sin rectificar la posición. El Zubi seguía mirando a los tendidos mientras lanceaba, no necesitaba mirar al toro, la faena estaba en su cabeza, era la lidia soñada durante tanto tiempo y que aguardan todos los buenos toreros, el Zubi sin haberla realizado nunca, se sabía esta faena de memoria. Tenía claro por donde embestiría el toro y el recorrido y la salida de este, donde debía situarlo para tras girarse sobre si mismo sin moverse del sitio, volver a citarle para encadenar otro magistral pase. En definitiva los tres principios básicos de la tauromaquia que ya plasmara Pepe Hillo en sus escritos: parar, templar y mandar.
Los soberbios pases de El Zubi calaron desde el primero en los tendidos, donde los espectadores asistían con asombro a tamaño espectáculo. Los pases de Zubi sabían a toreo antiguo, a toreo de verdad. Sus lances recordaban a las antiguas figuras, a Rafael el Gallo, al malogrado Sánchez Mejías, a Manolete, a los Bienvenidas, a Litri II, a Fortuna Chico, a Parrita, a Algabeño, a Valencia II, a Morateño, incluso recordaban a mujeres torero como Juanita Cruz o Conchita Cintrón, y a tantos otros. Sus pases nos trajeron el recuerdo de todas esas personas del mundo del toro que tuvieron que padecer aquel triste episodio. Estaba tan a gusto Zubi en el ruedo y era tanto lo que el maestro llevaba dentro y quería mostrar a los tendidos, que la faena se alargó una "miajilla". El diestro seguía con sus tandas, adornándose y gustándose, despachando también algún que otro derechazo. Desde el burladero Moncloveño con pícaro disimulo le advertía que abreviase, para evitar que llegasen los reglamentarios avisos de la presidencia que le impidieran culminar su faena. Sin embargo Zubi entregado como estaba, no hacía caso de las advertencias y continuaba con su faena y afortunadamente la presidencia fue condescendiente y Zubi pudo culminar esta memorable faena.
Un soberbio pase natural de un faraón de verdad, del Faraón de Camas , de Curro Romero.
Era tanto el arte y la belleza desbordada en esta inolvidable y larguísima faena, que en los tendidos varios aficionados sufrieron lo que se conoce como el síndrome de Sthendal. Esta extraña dolencia que afecta a personas de una sensibilidad exquisita (como era el caso del escritor que le da nombre, que lo experimentó por primera vez visitando la Catedral de Florencia), que hace que estas personas ante tanta belleza y tanto arte sufran un desmayo. La tarde del gran evento pudimos contemplar algún que otro caso en el auditorio, aunque afortunadamente en todos los casos se solucionó el problema con la atronadora ovación del final de la lidia, que sacó a estos aficionados de su desmayo, sin que fuera necesaria la intervención del Samur.
El final de la faena no fue menos memorable que el comienzo de la misma, hay que ver cuantas orejas se han perdido por el mal manejo de la espada (que se lo digan a San Pedro), pero esto no le ocurriría a Zubi. Tras colocar al morlaco en suerte, realizó un tremendo volapié, marcando perfectamente los tiempos. Volapié que el maestro sevillano brindó a todas aquellas personas que habían tenido que padecer la guerra y sus efectos, a todas las víctimas de aquella tragedia.
Y el efecto fulminante de la estocada, produjo una no menos fulminante reacción en los tendidos, que rompieron en una atronadora ovación que se debió sentir incluso en la cámara acorazada del vecino Banco de España, mientras los aficionados pañuelos en mano pedían los máximos trofeos para ambos diestros que serían sacados a hombros por la puerta grande. Fue tal el éxito de este gran evento, que hasta la empresa propietaria del cosos del Centro Cultural Blanquerna, emocionada también, distribuyó generosamente cava catalán entre todos los asistentes.
Era tanto el arte y la belleza desbordada en esta inolvidable y larguísima faena, que en los tendidos varios aficionados sufrieron lo que se conoce como el síndrome de Sthendal. Esta extraña dolencia que afecta a personas de una sensibilidad exquisita (como era el caso del escritor que le da nombre, que lo experimentó por primera vez visitando la Catedral de Florencia), que hace que estas personas ante tanta belleza y tanto arte sufran un desmayo. La tarde del gran evento pudimos contemplar algún que otro caso en el auditorio, aunque afortunadamente en todos los casos se solucionó el problema con la atronadora ovación del final de la lidia, que sacó a estos aficionados de su desmayo, sin que fuera necesaria la intervención del Samur.
El final de la faena no fue menos memorable que el comienzo de la misma, hay que ver cuantas orejas se han perdido por el mal manejo de la espada (que se lo digan a San Pedro), pero esto no le ocurriría a Zubi. Tras colocar al morlaco en suerte, realizó un tremendo volapié, marcando perfectamente los tiempos. Volapié que el maestro sevillano brindó a todas aquellas personas que habían tenido que padecer la guerra y sus efectos, a todas las víctimas de aquella tragedia.
Y el efecto fulminante de la estocada, produjo una no menos fulminante reacción en los tendidos, que rompieron en una atronadora ovación que se debió sentir incluso en la cámara acorazada del vecino Banco de España, mientras los aficionados pañuelos en mano pedían los máximos trofeos para ambos diestros que serían sacados a hombros por la puerta grande. Fue tal el éxito de este gran evento, que hasta la empresa propietaria del cosos del Centro Cultural Blanquerna, emocionada también, distribuyó generosamente cava catalán entre todos los asistentes.
Ayer visité a Lagartija, protagonista de nuestra última crónica como recordarán, para trasladarle la grata noticia del tremendo éxito. Me comentó que había estado unos días fastidiado con unos picores terribles en el omóplato, el derecho, que incluso le habían obligado a acudir al médico, aunque desde el lunes por la noche ya le habían desparecido. Se alegró muchísimo al enterarse, tanto que se tuvo que tomar un chato, un día es un día, y está deseando recibir la filmación de la corrida para poderla contemplar. También quería visitarle para trasladarle una triste y dolorosa noticia que me comunicó Moncloveño al final del festejo y que también debería traslardarles a ustedes amigos lectores. Pero prefiero esperar a una crónica posterior para hacerlo sin empañar este momento. Ahora es el momento de recordar ese colosal éxito, es el momento de recordar a esos dos diestros charlando entre ellos caminando por la calle de Alcalá, tras habar alcanzado ese monumental triunfo. Tras haber tocado la gloria. Tras ser los principales protagonistas de esta ÓPERA EGIPCIA.
Que suene el pasodoble.
Florentino Areneros
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