FRANCO POR JUAN BENET
Por Florentino Areneros.
Dentro de la hermética narrativa del ingeniero y escritor Juan Benet Goitia (Madrid, 7 de octubre de 1927 - 5 de enero de 1993) la Guerra Civil ocupa un lugar destacado, un trasfondo permanente en muchas de sus obras donde el autor va situando a sus personajes y sus vivencias. Benet fue un profundo estudioso de la historia de la Guerra Civil, un auténtico erudito, así como también del otro gran acontecimiento bélico del pasado siglo como fue la II Guerra Mundial, un interés que le llevó a acariciar la idea de escribir una historia de la Guerra Civil dedicada exclusivamente a sus operaciones militares, para ello comenzó a adquirir y leer gran parte de la extensa bibliografía dedicada a este episodio histórico. Ante la manifiesta imposibilidad de llevar adelante este inabarcable proyecto decidió aprovechar lo ya asimilado para convertir todo ello en una larga narración en la que concentrar toda la guerra situándola en un territorio aislado e imaginario, que el escritor bautizó como Región. Aquel proyecto tomaría forma en un conjunto de relatos que se irían publicando a lo largo de los años, un proyecto que la muerte del autor dejó inconcluso. El resultado fueron tres volúmenes(1) que compartirán el título de "Herrumbrosas lanzas"(2).
Portada de la primera novela (Libros I-VI) de Herrumbrosas Lanzas publicada en 1983 (Haga clic sobre la foto para verla ampliada)
En noviembre de este año se cumplirán 50 años de la muerte del dictador Francisco Franco, con motivo de esta efeméride se realizaran un buen número de eventos y actividades relacionados con su figura, así como sobre su papel y trascendencia en la Historia; y supongo que también algún que otro homenaje, unos serán públicos y otros se celebrarán en la "intimidad" por el qué dirán. Por supuesto que se publicarán decenas de artículos sobre esta temática, aparecerá nueva bibliografía, como el extenso trabajo de Julián Casanova publicado recientemente, o se recuperarán otros considerados canónicos, como la biografía de Stanley G. Payne y Jesús Palacios, o el no menos monumental de Paul Preston. Pero hoy queremos traer Sol y Moscas (todo un honor contar en estas páginas con la colaboración, no solicitada ni consentida por razones obvias, de alguien de la talla de Juan Benet) el breve retrato que Juan Benet hace de la figura del dictador en el primer volumen de lo que podríamos definir como su "trilogía". Aunque bien es cierto que en el texto no se refiere al personaje por su nombre, en la descripción le denomina como "aquel Mando" o bien "Mando supremo", no deja lugar a dudas de a quien se refiere.
Aquí tienen los lectores de Sol y Moscas los párrafos que Benet dedica a la figura y personalidad del "Mando":
...se había casado con una mujer más alta y de mejor rango que el suyo, que se pirraba por las joyas; y de ella había tenido una hija... (Haga clic sobre la foto para verla ampliada)
…Era notorio que aquel Mando, elevado a la Jefatura del nuevo Estado para conducir la guerra y sólo para conducir la guerra, necesitaba de un plazo para consolidarse en su puesto, para barrer a la posible oposición que pudiera surgir de entre sus propias filas, para acreditarse como el futuro y definitivo Jefe no sólo entre sus compañeros de armas, sino también entre los elementos civiles que había atraído a su bando y para llegar, al término de la guerra, con la carta de crédito suscrita por todos los suyos que le permitiera seguir ostentando aquella Jefatura en la subsiguiente paz. Mientras durase la guerra su Jefatura no sería puesta en entredicho…, en tanto la condujese de manera victoriosa. En verdad, no abrigaba la menor duda de que alcanzaría la victoria a la vuelta de ¿cuántos años?, y de ahí que no se le cayese de la boca aquella comedida sonrisilla de triunfo. Pero más aún: estaba persuadido de que en ningún momento conocería la derrota, y si se había de producir algún revés —alguna sorpresa desagradable en un juego dominado por sus triunfos—, ya acertaría a transformarlo en un éxito propio, que pusiera de manifiesto su pericia tanto como su prudencia, su eficacia y competencia militar tanto como su talento político. Por consiguiente, así entendida, la guerra trabajaba para él. Cuando en un barracón provisional, dentro de las dependencias de un pequeño aeródromo provinciano, fue elegido por sus compañeros de armas para personificar aquella unidad de Mando por la que abogaban unos cuantos imprudentes, ansiosos de dar una solución a ciertas contingencias militares e incapaces de vislumbrar la terrible sombra que tal figura arrojaría sobre el futuro de todos ellos, es probable que en su cabeza sólo bullera de forma imprecisa e insinuante el omnímodo papel que más tarde se había de atribuir. Hasta entonces sólo habían contado razones militares, por no decir castrenses. Desde entonces(3) no hizo sino incrementar su confianza para cumplir un papel providencial. Era un hombre menudo, atiplado, que se pirraba por los honores; se había casado con una mujer más alta y de mejor rango que el suyo, que se pirraba por las joyas; y de ella había tenido una hija, bastante agraciada, que con el tiempo se pirraría por los títulos; o sea, que entre los tres cubrían todo el mercado de la gloria. Había hecho en el teatro de África una carrera brillante, a lo largo de la cual había demostrado tanto un cierto arrojo como una innata capacidad para la crueldad. Sabía arriesgarse, pero no era temerario. No se sumó a los conjurados mientras el invierno republicano les obligó a llevar la existencia larvada de la conspiración, y cuando por fin tomaron vuelo, en pleno verano, condicionó la prestación de sus servicios al pronunciamiento (no sin que mediaran interminables vacilaciones e insólitos acontecimientos que ayudaron a mover su voluntad hacia el lado de la rebelión) a un depósito en un banco extranjero a nombre de su mujer, para garantizar su futuro en el caso de que su traición terminara en el fracaso. Era un hombre receloso, nada sobrado de luces, sobre quien nunca nadie logró depositar su confianza. De tal manera reunía en su persona todos los caracteres del traidor que sólo sabía apreciar la fidelidad hacia él, aun cuando estuviera unida a la más obtusa inteligencia. Ni las creencias, ni la fidelidad a la depuesta Monarquía, ni la defensa de ideales mancillados por la República, ni la amistad (que no tenía) con algunos conjurados, ni el esprit de corps que pudiera unirle a buen número de cabecillas, le movieron a sumarse a la rebelión. Lo hizo por lucro.
Franco en primer plano junto a otros generales golpistas. Tras él de izquierda a derecha Mola, Saliquet, Queipo de Llano y Cabanellas. (Haga clic sobre la foto para verla ampliada)
Con la vista puesta en su mejor lucro condujo la guerra, aun a despecho de poner en evidencia en repetidas ocasiones sus pocas dotes como estratega. No era un jugador apasionado —como la mayoría de sus colegas— que lo apostara todo a una carta. A los dos meses de asumir aquella suprema Jefatura canceló el ataque a la capital y demoró su captura indefinidamente, convencido de que se trataba de una fruta inmadura y peligrosa cuya ingestión podía poner fin al banquete. Adujo, cómo no, razones tácticas como convincentes y un deseo de ahorrar sufrimientos a una población a la que sometió al más estrecho y más largo asedio de hambre, frío, sed y peligro de toda la historia del país. No quería un triunfo rápido, pues sabía que sería efímero y, entre la victoria y el poder, optaría siempre por el último; no ambicionaba tanto ganancias suculentas como un continuo incremento de su renta; tenía mentalidad de escalafón y tan poca prisa que inventó una ridícula era, iniciada con aquel I Año Triunfal, que de tan flagrante manera denunciaba sus intenciones moratorias. No estaba nada sobrado de luces, no era culto, no tenía el don de la palabra; no tenía buena planta y su presencia era incómoda como la de un gato callejero, pero su ambición, su desconfianza hacia los suyos y su ruindad actuando de consuno podían producir los mismos efectos que una gran visión del porvenir —tanto bélico como político— y una incólume prudencia. No le gustaba atacar y tal vez ni siquiera avanzar y conquistar. Lo suyo, lo verdaderamente suyo, eran las operaciones de castigo —que había aprendido en África— y así condujo la Guerra Civil: como una larga operación de castigo, permitiendo a su enemigo —a partir del momento en que se encaramó a la cabeza del nuevo Estado, lo consolidó, cubrió sus espaldas y adquirió una incontestable superioridad bélica, tras la liquidación de la bolsa del Norte— que cometiera todos los desmanes que antojara, a fin de aplicarle a continuación el más severo correctivo.
El general Franco dirigiendo sobre el terreno las operaciones de la Batalla del Ebro. (Haga clic sobre la foto para verla ampliada)
Espero que la crónica haya sido del interés de nuestros lectores, pueden dejar sus opiniones en los "comentarios" de la entrada que encontrarán en la parte inferior.
Florentino Areneros.
NOTAS:
(1) En 1983 se publicaría el primer volumen que incluye los libros I al VI, en 1985 el segundo que comprende el libro VII y en 1986 vería la luz el tercer volumen formado por los libros VIII a XII. Postumamente, en 1998 Alfaguara publicó una compilación de los tres volúmenes a los que añadió una cuarta parte inédita hasta entonces que contenía los libros XV y XVI, quedarían por completar los libros XIII y XIV que el autor no llegó a escribir.
Portada de la edición de Alfaguara de 1998 que recogía los tres volúmenes publicados más un cuarto inédito. (Haga clic sobre la foto para verla ampliada)
(2) El título Herrumbrosas Lanzas está tomado del primer verso de la Elegía Primera de Miguel Hernandez dedicada a Federico García Lorca tras su asesinato en agosto de 1936: "Atraviesa la muerte con herrumbrosas lanzas". Clic aquí para leer el poema de Miguel Hernández completo.
(3) "Y hasta su muerte." ATENCIÓN: esta anotación está incluida a pie de página en el propio texto por Juan Benet, la nota figura como (1) en el libro.
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