El convento de los jesuitas de la calle de la Flor ardiendo el 11 de mayo de 1931. En la fotografía vemos la fachada de la iglesia que daba a la Gran Vía. (Haga clic en cualquiera de las imágenes para ampliarlas, al final de esta crónica pueden ver una amplia galería fotográfica sobre aquellos sucesos).
LA EFEMÉRIDE (III):
LA QUEMA DE CONVENTOS
LA QUEMA DE CONVENTOS
Hace menos de un mes publicamos una crónica sobre la proclamación de la República el 14 de abril de 1931, hace ahora 80 años, con la que dimos inicio a una serie de crónicas agrupadas bajo el título de “La Efeméride”. Hace unos días publicamos la segunda entrega de esta serie bajo el título de “el Dos de Mayo” y hoy les presentamos la tercera entrega.
El fuego destruye el colegio y convento de Maravillas en la calle Bravo Murillo.
Como comentábamos en nuestra anterior crónica sobre la proclamación de la Republica, el 14 de Abril provocó una euforia generalizada en gran parte de la población, de manera destacada en las grandes ciudades españolas, para muchos se abría un nuevo periodo de esperanzas e ilusiones. Sin embargo tras esa imagen de felicidad y euforia, la situación real era mucho más compleja, y esa sensación de unidad entre todas las corrientes políticas republicanas, y la inexistencia de una oposición al brusco cambio político producido, no se correspondía ni mucho menos con la autentica realidad del momento. Seguramente el momento álgido de la euforia republicana se produjera el primero de mayo de 1931, concretamente en Madrid, ese día una multitudinaria manifestación unitaria recorría las calles de la ciudad encabezada por los principales líderes políticos. Además ese mismo día el gobierno hacía entrega de la Casa de Campo, una gran zona verde perteneciente anteriormente a la monarquía, al pueblo de Madrid para su uso y disfrute. Un gran regalo, para una gran celebración. El nuevo parque se llenaría con miles de personas, que vivían intensamente aquel momento histórico, con todo el simbolismo que aquella entrega conllevaba. Sin embargo poco habría de durar la alegría y los hechos que se producirían pocos días después vendrían a confirmar que la andadura de la Republica no iba ser nada fácil, por una parte debería enfrentarse a los que se oponían al nuevo sistema político instaurado, y por otra debería bregar con las enormes diferencias entre las diferentes opciones políticas (una auténtica amalgama de ideologías y siglas) que apoyaban el modelo republicano, así como los objetivos de cada una de ellas y los plazos y forma de conseguirlos, sin olvidar otras organizaciones, como la CNT, que sin mostrar una hostilidad manifiesta, tampoco demostraban ningún entusiasmo ante lo que consideraban una republica burguesa.
Solemne momento de la entrega de la Casa de Campo al pueblo de Madrid el 1 de mayo de 1931. Podemos distinguir al alcalde Pedro Rico y a Indalecio Prieto.
Los partidarios del antiguo sistema monárquico, recibirían un duro golpe inicial tras los acontecimientos de abril, pero pronto comenzarían a reorganizarse y a prepararse para hacer frente y adaptarse a la nueva situación. Una de las instituciones a las que el brusco cambio más había afectado era sin lugar a dudas la Iglesia, que tras siglos de preponderancia tanto social como política, comenzaba a ver tambalearse su poder, teniendo en cuenta entre otras cosas que alguno de los primeros objetivos, y de los que más consenso suscitan entre las diferentes fuerzas republicanas, son por ejemplo la creación de un estado laico, y la universalidad y gratuidad de la enseñanza, así como la laicidad de la misma, en contraposición al cuasi monopolio que la Iglesia mantenía en este área. Sin olvidar el asunto del divorcio, entre otros. A nivel popular la iglesia no gozaba de muchas simpatías sobre todo entre las clases más populares y desfavorecidas, que veían en la institución una prolongación del sistema establecido, un sistema que les ha condenado a la pobreza generación tras generación.
El general Queipo de Llano, el Cardenal Segura y el Rector de la Universidad de Sevilla en una foto de 1937.
Tras unos días de desconcierto, se producen las primeras opiniones publicas de algunos destacados miembros de la Iglesia. El día 7 de mayo el cardenal de Toledo y primado de España Pedro Segura, redactaba una pastoral dirigida al resto de los obispos en la que consideraba la proclamación de la Republica como una desgracia que exponía a España a la anarquía y el desorden, y aprovechaba para expresar su agradecimiento a la monarquía y al Rey. En la misma pastoral requería a las mujeres españolas a organizar una cruzada de oraciones y sacrificios para defender a la Iglesia.
De igual modo las fuerzas monárquicas y conservadoras, comienzan a reorganizarse tras recuperarse del inesperado desenlace de los acontecimientos tras las elecciones municipales, y a adaptarse a la nueva situación, superados en algunos casos, los temores a alguna represalia de los primeros momentos, recuperando nuevamente su actividad política. Y será en uno de estos actos donde se produzca el primer incidente serio de la corta vida de la República hasta ese momento.
El Instituto Católico de Artes e Industrias (ICAI) en la calle de Alberto Aguilera, también acabaría siendo pasto de las llamas.
El domingo 10 de Mayo de 1931 se inaugura el Centro Monárquico de Madrid, ubicado en el número 67 de la calle de Alcalá, al que acuden algunos destacados políticos y personalidades monárquicas. El ambiente se encuentra muy enrarecido, incluso algunas voces han pedido al ministro de la Gobernación Miguel Maura, que prohíba el acto. No era necesario mucho para encender la llama, una multitud se concentra en el exterior del local, y según algunas versiones desde una de las ventanas del mismo se hace sonar en un gramófono la Marcha Real, hecho que es tomado como una provocación, lo que unido al falso rumor de que un taxista de ideología republicana ha sido asesinado por un grupo de monárquicos, hace que comiencen los tumultos y enfrentamientos, produciéndose la quema de varios vehículos de los conservadores, así como diversas agresiones a estos últimos al intentar abandonar el local.
El público se agolpa a la puerta del Centro Monárquico inaugurado ese mismo día.
Posteriormente una multitud enfervorecida se dirige hacia las cercanas oficina y talleres del diario de orientación monárquica ABC, en la cercana calle de Serrano, la actuación de las fuerzas del orden impide el asalto, pero en los disturbios resultan muertas dos personas por herida de bala, un niño de 13 años llamado Edito Alonso y el portero de una finca de la misma calle Serrano, frente al periódico, de nombre Martín Ulloa. Por la tarde se reunió el Gabinete, mientras que en el exterior se aglomeraban un gran numero de personas que exigían la dimisión del Ministro de Gobernación Miguel Maura. Este solicitó permiso para ordenar a la Guardia Civil que disolviera la concentración, sin embargo el resto de ministros, temerosos de que aquello pudiera degenerar en un enfrentamiento con dramáticas consecuencias se opuso. Un Maura contrariado amenazó con dimitir. A la mañana siguiente el Gobierno volvió a reunirse, se estaban debatiendo y analizando los acontecimientos cuando se recibió una noticia que inquietó todavía más a los miembros del gabinete: el convento de los jesuitas de la calle de La Flor estaba ardiendo.
La Guardia Civil protege la entrada al edificio del diario ABC en la calle de Serrano.
Durante la mañana del lunes 11 grupos de incontrolados habían prendido fuego a la Casa Profesa de los jesuitas de la calle de la Flor, así como la iglesia cuya fachada da a la actual Gran Vía, aunque no se produjeron daños personales, se perderían para siempre entre las llamas una de las bibliotecas más importantes de España. Pero este no sería el único incendio que se produciría ese día en edificios religiosos, también serían incendiados el Instituto Católico de Artes e Industrias, ICAI, también de los Jesuitas y ubicado en la calle de Alberto Aguilera, el convento de los Carmelitas en la Plaza de España, el colegio del Sagrado Corazón en Chamartín o el colegio Maravillas de la calle Bravo Murillo, entre otros. La noticia de los sucesos que estaban ocurriendo en Madrid rápidamente llego a todos los lugares de España, donde se produjeron hechos similares, quemándose edificios religiosos en varias localidades como Cádiz, Valencia, Málaga, Sevilla o Granada entre otras. Ante el cariz que iba tomando la situación, el Gobierno decidió finalmente declarar el estado de guerra y sacar el ejército a las calles, tras lo cual la situación pudo por fin ser controlada.
Una vez declarado el Estado de Guerra fuerzas militares se apostarían por toda la ciudad.
Las informaciones que tenemos de cómo se desarrollaron los hechos basándonos en la prensa de la época no aportarían mucho a lo que hemos expuesto hasta ahora, sin embargo si que nos gustaría mostrarles en testimonio de un testigo directo de aquellos acontecimientos con una visión muy particular. Nos estamos refiriendo a Josep Pla, que por aquella época se encontraba en Madrid como corresponsal parlamentario de “La Veu” dirigido por Francesc Cambó. Josep Pla se encontraba ese día hospedado en plena Gran Vía, muy cerca de donde se desarrollaron los hechos y este es su relato: “Sale la primera bocanada de humo por el rosetón de la iglesia del convento de los jesuitas de la Flor. Ese establecimiento no está muy lejos de la pensión en la que vivo. La señora de la casa me grita descompuesta y alterada y me invita a subir a ver el fuego desde la azotea. Arriba en la azotea hay bastante gente. Un orador trata de informar a los que nos encontramos en el lugar. Debe ser -sospecho- un inquilino de la casa. Según ese ciudadano, una docena de críos, tres o cuatro descamisados, dos o tres furias, lo han hecho todo. Con unos tablones que había en la Gran Vía han derribado una ventana baja. Ya dentro de la iglesia, han hecho un montón con sillas y bancos, que han rociado de petróleo, y todo ha prendido como la paja. Detrás del rosetón de la iglesia se ve una larga llama, altísima, que se estremece y llega hasta el techo. Afuera, en la Gran Vía, la guardia civil a caballo, mano sobre mano, pasa el rato fumando cigarros a escondidas. Ante el incendio, la reacción de la gente es realmente curiosa.
Poco después de haberse iniciado el fuego, se acerca por ambos tramos de la Gran Vía una riada de gente que viene sin duda a contemplarlo. Las azoteas cercanas están llenas de gente. En la nuestra, la gente comenta el hecho como si tal cosa. Una nube de vendedores ambulantes se ha colocado muy cerca de la acera del convento previendo que una gran muchedumbre desfilaría ante la popularísima iglesia mientras se quema. De esta manera, una parte de los madrileños ha podido contemplar el espectáculo comiendo churros, buñuelos y esos helados que aquí se llaman polos. También se ofrecen cordones de zapatos, tres corbatas por una peseta, gomas para llevar bien sujeto el varillaje de los paraguas, matasuegras, romances de cordel, retratos de Galán y García Hernández y no sé cuántas cosas más.Es curioso realmente ver al pueblo de Madrid con un churro en la boca, los ojos llenos de curiosidad, una sonrisa de fiesta en la cara, mirando cómo sale la humareda del convento. De vez en cuando, se oye el estrépito de un techo que se hunde, con gran estruendo, levantando una nube de polvo y de humo. La gente se mira entonces con una especia de sombra de terror extraño. La gente se quita de encima como puede el remordimiento por la quema. A veces parece que la gente se olvida observando que el día es espléndido, que no se mueve ni una brizna de viento. A veces, en Castilla, se dan días así: estáticos, encantados, inmóviles. Realmente, el día es ideal para quemar conventos sin drama, viendo cómo las columnas de humo siguen una admirable verticalidad, que parece a propósito. Pensando en los estragos que habría podido producir de haber hecho viento, la calma de aire parece una concesión humanitaria -casi diría providencial- para estos incendios. Una gran parte de la población de Madrid desfila mientras tanto por la Gran Vía. Los vendedores hacen su agosto. Una fila de ciudadanos, apoyados en la pared, aprovechan el tiempo y se hacen limpiar los zapatos. Durante muchas horas, no ha habido en Madrid mejor distracción que la quema de los conventos. Sería un error, sin embargo, creer que todo el mundo la ha visto igualmente. Muchos ciudadanos la han contemplado con caras largas y tristes. No sé si resignados. Casi me atrevería a decir que el terrible desatino ha agradado muy poco en Madrid, por no decir ni pizca -quiero decir entre las personas conscientes.”
Otra imagen del incendio de la residencia de los padres jesuitas en la Gran Vía.
Aunque las aguas habían vuelto a su cauce, el golpe recibido por la naciente República fue importante y de alguna forma fue reflejo de episodios similares que habrían de producirse en el futuro. Por un lado quedó demostrado que las fuerzas contrarias al nuevo régimen no iban a permanecer de brazos cruzados, y que intentarían desestabilizar por cualquier medio al nuevo sistema de gobierno. De igual modo también se puso de manifiesto el peligro que suponían las acciones de los grupos de incontrolados, que muchas veces actuarían sin una orientación política definida y al margen de las directrices de cualquier organización o partido. La luna de miel que comenzó el 14 de abril entre los partidarios de la República había terminado, y el sólido bloque republicano comenzaba a mostrar sus primeras grietas.
Florentino Areneros.
GALERIA FOTOGRÁFICA:A continuación pueden contemplar una serie de fotografías relacionadas con los acontecimientos de aquellos días de mayo de 1931. Todas ellas fueron publicadas en la prensa madrileña de aquella época.
Diferentes fotografías de los disturbios que tuvieron lugar en el exterior del recién inaugurado Centro Monárquico. (Haga clic en cualquiera de ella para verla ampliada en otra pestaña y poder leer el pie de foto original).
Don Leopoldo Matos, que fue ministro durante el reinado de Alfonso XIII abandona el lugar de reunión de los monárquicos.
Una vez reconocido por las personas concentradas en el exterior del edifico, el ex ministro fue perseguido, agredido y obligado a refugiarse en el vecino palacio de su amigo el Conde de Bernal.
Diferentes imágenes de los destrozos causado en los vehículos de los asistentes al mitin que tuvo lugar en el Centro Monárquico. Momento en que algunos de los miembros de la multitud congregada a las puertas del convento de los jesuitas de la calle de La Flor empiezan a hacer hogueras que acabarían prendiendo todo el edificio.
Otra toma del edificio ardiendo.
Las monjas del convento anexo tuvieron que abandonar el edificio antes de que este fuera pasto de las llamas.
Otra de las monjas que se vio obligada a salir del edificio, abandona el lugar auxiliada por algunas personas.
También sería pasto de las llamas el convento de las Mercedarias en las proximidades de Cuatro Caminos.
En la Plaza de España también el convento de la Carmelitas sería incendiado.
El fuego destruye el colegio y convento de Maravillas en la calle Bravo Murillo.
Como comentábamos en nuestra anterior crónica sobre la proclamación de la Republica, el 14 de Abril provocó una euforia generalizada en gran parte de la población, de manera destacada en las grandes ciudades españolas, para muchos se abría un nuevo periodo de esperanzas e ilusiones. Sin embargo tras esa imagen de felicidad y euforia, la situación real era mucho más compleja, y esa sensación de unidad entre todas las corrientes políticas republicanas, y la inexistencia de una oposición al brusco cambio político producido, no se correspondía ni mucho menos con la autentica realidad del momento. Seguramente el momento álgido de la euforia republicana se produjera el primero de mayo de 1931, concretamente en Madrid, ese día una multitudinaria manifestación unitaria recorría las calles de la ciudad encabezada por los principales líderes políticos. Además ese mismo día el gobierno hacía entrega de la Casa de Campo, una gran zona verde perteneciente anteriormente a la monarquía, al pueblo de Madrid para su uso y disfrute. Un gran regalo, para una gran celebración. El nuevo parque se llenaría con miles de personas, que vivían intensamente aquel momento histórico, con todo el simbolismo que aquella entrega conllevaba. Sin embargo poco habría de durar la alegría y los hechos que se producirían pocos días después vendrían a confirmar que la andadura de la Republica no iba ser nada fácil, por una parte debería enfrentarse a los que se oponían al nuevo sistema político instaurado, y por otra debería bregar con las enormes diferencias entre las diferentes opciones políticas (una auténtica amalgama de ideologías y siglas) que apoyaban el modelo republicano, así como los objetivos de cada una de ellas y los plazos y forma de conseguirlos, sin olvidar otras organizaciones, como la CNT, que sin mostrar una hostilidad manifiesta, tampoco demostraban ningún entusiasmo ante lo que consideraban una republica burguesa.
Solemne momento de la entrega de la Casa de Campo al pueblo de Madrid el 1 de mayo de 1931. Podemos distinguir al alcalde Pedro Rico y a Indalecio Prieto.
Los partidarios del antiguo sistema monárquico, recibirían un duro golpe inicial tras los acontecimientos de abril, pero pronto comenzarían a reorganizarse y a prepararse para hacer frente y adaptarse a la nueva situación. Una de las instituciones a las que el brusco cambio más había afectado era sin lugar a dudas la Iglesia, que tras siglos de preponderancia tanto social como política, comenzaba a ver tambalearse su poder, teniendo en cuenta entre otras cosas que alguno de los primeros objetivos, y de los que más consenso suscitan entre las diferentes fuerzas republicanas, son por ejemplo la creación de un estado laico, y la universalidad y gratuidad de la enseñanza, así como la laicidad de la misma, en contraposición al cuasi monopolio que la Iglesia mantenía en este área. Sin olvidar el asunto del divorcio, entre otros. A nivel popular la iglesia no gozaba de muchas simpatías sobre todo entre las clases más populares y desfavorecidas, que veían en la institución una prolongación del sistema establecido, un sistema que les ha condenado a la pobreza generación tras generación.
El general Queipo de Llano, el Cardenal Segura y el Rector de la Universidad de Sevilla en una foto de 1937.
Tras unos días de desconcierto, se producen las primeras opiniones publicas de algunos destacados miembros de la Iglesia. El día 7 de mayo el cardenal de Toledo y primado de España Pedro Segura, redactaba una pastoral dirigida al resto de los obispos en la que consideraba la proclamación de la Republica como una desgracia que exponía a España a la anarquía y el desorden, y aprovechaba para expresar su agradecimiento a la monarquía y al Rey. En la misma pastoral requería a las mujeres españolas a organizar una cruzada de oraciones y sacrificios para defender a la Iglesia.
Haga clic en la imagen para ir a la página de Madrid en Guerra.
De igual modo las fuerzas monárquicas y conservadoras, comienzan a reorganizarse tras recuperarse del inesperado desenlace de los acontecimientos tras las elecciones municipales, y a adaptarse a la nueva situación, superados en algunos casos, los temores a alguna represalia de los primeros momentos, recuperando nuevamente su actividad política. Y será en uno de estos actos donde se produzca el primer incidente serio de la corta vida de la República hasta ese momento.
El Instituto Católico de Artes e Industrias (ICAI) en la calle de Alberto Aguilera, también acabaría siendo pasto de las llamas.
El domingo 10 de Mayo de 1931 se inaugura el Centro Monárquico de Madrid, ubicado en el número 67 de la calle de Alcalá, al que acuden algunos destacados políticos y personalidades monárquicas. El ambiente se encuentra muy enrarecido, incluso algunas voces han pedido al ministro de la Gobernación Miguel Maura, que prohíba el acto. No era necesario mucho para encender la llama, una multitud se concentra en el exterior del local, y según algunas versiones desde una de las ventanas del mismo se hace sonar en un gramófono la Marcha Real, hecho que es tomado como una provocación, lo que unido al falso rumor de que un taxista de ideología republicana ha sido asesinado por un grupo de monárquicos, hace que comiencen los tumultos y enfrentamientos, produciéndose la quema de varios vehículos de los conservadores, así como diversas agresiones a estos últimos al intentar abandonar el local.
El público se agolpa a la puerta del Centro Monárquico inaugurado ese mismo día.
Posteriormente una multitud enfervorecida se dirige hacia las cercanas oficina y talleres del diario de orientación monárquica ABC, en la cercana calle de Serrano, la actuación de las fuerzas del orden impide el asalto, pero en los disturbios resultan muertas dos personas por herida de bala, un niño de 13 años llamado Edito Alonso y el portero de una finca de la misma calle Serrano, frente al periódico, de nombre Martín Ulloa. Por la tarde se reunió el Gabinete, mientras que en el exterior se aglomeraban un gran numero de personas que exigían la dimisión del Ministro de Gobernación Miguel Maura. Este solicitó permiso para ordenar a la Guardia Civil que disolviera la concentración, sin embargo el resto de ministros, temerosos de que aquello pudiera degenerar en un enfrentamiento con dramáticas consecuencias se opuso. Un Maura contrariado amenazó con dimitir. A la mañana siguiente el Gobierno volvió a reunirse, se estaban debatiendo y analizando los acontecimientos cuando se recibió una noticia que inquietó todavía más a los miembros del gabinete: el convento de los jesuitas de la calle de La Flor estaba ardiendo.
La Guardia Civil protege la entrada al edificio del diario ABC en la calle de Serrano.
Durante la mañana del lunes 11 grupos de incontrolados habían prendido fuego a la Casa Profesa de los jesuitas de la calle de la Flor, así como la iglesia cuya fachada da a la actual Gran Vía, aunque no se produjeron daños personales, se perderían para siempre entre las llamas una de las bibliotecas más importantes de España. Pero este no sería el único incendio que se produciría ese día en edificios religiosos, también serían incendiados el Instituto Católico de Artes e Industrias, ICAI, también de los Jesuitas y ubicado en la calle de Alberto Aguilera, el convento de los Carmelitas en la Plaza de España, el colegio del Sagrado Corazón en Chamartín o el colegio Maravillas de la calle Bravo Murillo, entre otros. La noticia de los sucesos que estaban ocurriendo en Madrid rápidamente llego a todos los lugares de España, donde se produjeron hechos similares, quemándose edificios religiosos en varias localidades como Cádiz, Valencia, Málaga, Sevilla o Granada entre otras. Ante el cariz que iba tomando la situación, el Gobierno decidió finalmente declarar el estado de guerra y sacar el ejército a las calles, tras lo cual la situación pudo por fin ser controlada.
Una vez declarado el Estado de Guerra fuerzas militares se apostarían por toda la ciudad.
Las informaciones que tenemos de cómo se desarrollaron los hechos basándonos en la prensa de la época no aportarían mucho a lo que hemos expuesto hasta ahora, sin embargo si que nos gustaría mostrarles en testimonio de un testigo directo de aquellos acontecimientos con una visión muy particular. Nos estamos refiriendo a Josep Pla, que por aquella época se encontraba en Madrid como corresponsal parlamentario de “La Veu” dirigido por Francesc Cambó. Josep Pla se encontraba ese día hospedado en plena Gran Vía, muy cerca de donde se desarrollaron los hechos y este es su relato: “Sale la primera bocanada de humo por el rosetón de la iglesia del convento de los jesuitas de la Flor. Ese establecimiento no está muy lejos de la pensión en la que vivo. La señora de la casa me grita descompuesta y alterada y me invita a subir a ver el fuego desde la azotea. Arriba en la azotea hay bastante gente. Un orador trata de informar a los que nos encontramos en el lugar. Debe ser -sospecho- un inquilino de la casa. Según ese ciudadano, una docena de críos, tres o cuatro descamisados, dos o tres furias, lo han hecho todo. Con unos tablones que había en la Gran Vía han derribado una ventana baja. Ya dentro de la iglesia, han hecho un montón con sillas y bancos, que han rociado de petróleo, y todo ha prendido como la paja. Detrás del rosetón de la iglesia se ve una larga llama, altísima, que se estremece y llega hasta el techo. Afuera, en la Gran Vía, la guardia civil a caballo, mano sobre mano, pasa el rato fumando cigarros a escondidas. Ante el incendio, la reacción de la gente es realmente curiosa.
Poco después de haberse iniciado el fuego, se acerca por ambos tramos de la Gran Vía una riada de gente que viene sin duda a contemplarlo. Las azoteas cercanas están llenas de gente. En la nuestra, la gente comenta el hecho como si tal cosa. Una nube de vendedores ambulantes se ha colocado muy cerca de la acera del convento previendo que una gran muchedumbre desfilaría ante la popularísima iglesia mientras se quema. De esta manera, una parte de los madrileños ha podido contemplar el espectáculo comiendo churros, buñuelos y esos helados que aquí se llaman polos. También se ofrecen cordones de zapatos, tres corbatas por una peseta, gomas para llevar bien sujeto el varillaje de los paraguas, matasuegras, romances de cordel, retratos de Galán y García Hernández y no sé cuántas cosas más.Es curioso realmente ver al pueblo de Madrid con un churro en la boca, los ojos llenos de curiosidad, una sonrisa de fiesta en la cara, mirando cómo sale la humareda del convento. De vez en cuando, se oye el estrépito de un techo que se hunde, con gran estruendo, levantando una nube de polvo y de humo. La gente se mira entonces con una especia de sombra de terror extraño. La gente se quita de encima como puede el remordimiento por la quema. A veces parece que la gente se olvida observando que el día es espléndido, que no se mueve ni una brizna de viento. A veces, en Castilla, se dan días así: estáticos, encantados, inmóviles. Realmente, el día es ideal para quemar conventos sin drama, viendo cómo las columnas de humo siguen una admirable verticalidad, que parece a propósito. Pensando en los estragos que habría podido producir de haber hecho viento, la calma de aire parece una concesión humanitaria -casi diría providencial- para estos incendios. Una gran parte de la población de Madrid desfila mientras tanto por la Gran Vía. Los vendedores hacen su agosto. Una fila de ciudadanos, apoyados en la pared, aprovechan el tiempo y se hacen limpiar los zapatos. Durante muchas horas, no ha habido en Madrid mejor distracción que la quema de los conventos. Sería un error, sin embargo, creer que todo el mundo la ha visto igualmente. Muchos ciudadanos la han contemplado con caras largas y tristes. No sé si resignados. Casi me atrevería a decir que el terrible desatino ha agradado muy poco en Madrid, por no decir ni pizca -quiero decir entre las personas conscientes.”
Otra imagen del incendio de la residencia de los padres jesuitas en la Gran Vía.
Aunque las aguas habían vuelto a su cauce, el golpe recibido por la naciente República fue importante y de alguna forma fue reflejo de episodios similares que habrían de producirse en el futuro. Por un lado quedó demostrado que las fuerzas contrarias al nuevo régimen no iban a permanecer de brazos cruzados, y que intentarían desestabilizar por cualquier medio al nuevo sistema de gobierno. De igual modo también se puso de manifiesto el peligro que suponían las acciones de los grupos de incontrolados, que muchas veces actuarían sin una orientación política definida y al margen de las directrices de cualquier organización o partido. La luna de miel que comenzó el 14 de abril entre los partidarios de la República había terminado, y el sólido bloque republicano comenzaba a mostrar sus primeras grietas.
Florentino Areneros.
GALERIA FOTOGRÁFICA:A continuación pueden contemplar una serie de fotografías relacionadas con los acontecimientos de aquellos días de mayo de 1931. Todas ellas fueron publicadas en la prensa madrileña de aquella época.
Diferentes fotografías de los disturbios que tuvieron lugar en el exterior del recién inaugurado Centro Monárquico. (Haga clic en cualquiera de ella para verla ampliada en otra pestaña y poder leer el pie de foto original).
Don Leopoldo Matos, que fue ministro durante el reinado de Alfonso XIII abandona el lugar de reunión de los monárquicos.
Una vez reconocido por las personas concentradas en el exterior del edifico, el ex ministro fue perseguido, agredido y obligado a refugiarse en el vecino palacio de su amigo el Conde de Bernal.
Diferentes imágenes de los destrozos causado en los vehículos de los asistentes al mitin que tuvo lugar en el Centro Monárquico. Momento en que algunos de los miembros de la multitud congregada a las puertas del convento de los jesuitas de la calle de La Flor empiezan a hacer hogueras que acabarían prendiendo todo el edificio.
Otra toma del edificio ardiendo.
Las monjas del convento anexo tuvieron que abandonar el edificio antes de que este fuera pasto de las llamas.
Otra de las monjas que se vio obligada a salir del edificio, abandona el lugar auxiliada por algunas personas.
También sería pasto de las llamas el convento de las Mercedarias en las proximidades de Cuatro Caminos.
En la Plaza de España también el convento de la Carmelitas sería incendiado.
Cuatro imágenes del convento de la Maravillas en Bravo Murillo durante y después del incendio.
En la tarde del día 11 el Gobierno desbordado por los acontecimientos declararía en Estado de Guerra, con lo que retomaría el control de la situación en las calles.
Una imagen del entierro de las dos personas que perderían la vida en los disturbios producidos a la puerta del periodico ABC en la calle Serrano.